Recuperar el agua no significa bajar la guardia
La sequía que durante meses asfixió a Cataluña empieza a ser un recuerdo, pero sus efectos todavía resuenan en el campo, en las ciudades y en la memoria colectiva. Los embalses recuperan niveles históricos gracias a las últimas lluvias, y pantanos como el de Sau muestran por fin un horizonte de esperanza. Sin embargo, detrás de esta recuperación, queda la lección de un territorio que rozó el colapso y que no puede permitirse olvidar lo vivido.
Tras meses de incertidumbre y restricciones, Cataluña comienza a ver la luz al final del túnel. Las lluvias de marzo y abril han revitalizado los embalses, y lugares emblemáticos como el pantano de Sau, que en marzo de 2024 llegó a estar por debajo del 1% de su capacidad, ahora superan el 63%, según datos de la Agencia Catalana del Agua (ACA). El sistema Ter-Llobregat, que abastece a más de seis millones de personas, también ha mejorado notablemente, alcanzando el 64% de su capacidad, lo que ha permitido levantar la mayoría de las restricciones, de acuerdo con información de la Generalitat de Cataluña.
Durante los peores meses, las ciudades sufrieron una serie de limitaciones que afectaron la vida cotidiana: cortes en el suministro, prohibiciones de riego en parques y jardines, cierre de fuentes ornamentales y restricciones en el uso del agua potable. Los ciudadanos tuvieron que cambiar sus hábitos de forma drástica, tomando conciencia de lo esencial que es este recurso.
El campo, la mayor victima de la sequía
Sin embargo, el campo fue el que cargó con el mayor peso de la sequía. Los agricultores vieron cómo las cosechas de cereales, olivos y viñedos se marchitaban bajo el sol abrasador. La ganadería también se resintió, con menos pastos disponibles y serios problemas para dar de beber al ganado. Muchas familias rurales, cuya vida depende directamente del ritmo de las lluvias, sufrieron pérdidas económicas importantes que todavía están tratando de superar.
La sequía obligó además a tomar decisiones extremas: abandono de cultivos, reducción de plantaciones o inversión en sistemas de riego de emergencia a costes altísimos. Algunos productos agrícolas se encarecieron en los mercados de proximidad debido a la escasez, afectando al consumidor final. Más allá del impacto económico, el golpe emocional en el mundo rural fue enorme. Agricultores y ganaderos sienten ahora un temor constante a que fenómenos así se repitan, debilitando aún más a un sector ya castigado en los últimos años. Un ejemplo claro fue el anuncio de Freixenet, que, según la Generalitat de Cataluña, ejecutó un ERE que afectó a 180 empleados (el 24% de su plantilla) como consecuencia de la caída de la producción de uva en el Penedès, un 45% menos desde 2022.
Lo importante está en las acciones futuras
Pero la gente no debe olvidar lo que ha vivido. Aunque los embalses como el de Sau, Susqueda o la Baells han mejorado notablemente su situación, esta crisis hídrica debe servir de advertencia. La sequía en Cataluña no ha sido solo un episodio puntual, sino una prueba de que el cambio climático ya está aquí, con lluvias cada vez más irregulares y veranos cada vez más largos y secos.
El agua sigue siendo un recurso finito. La recuperación actual no debe caer en la complacencia. Cataluña necesita impulsar una gestión mucho más eficiente del agua, proteger sus acuíferos, modernizar el riego agrícola y fomentar un consumo más responsable y consciente en todos los niveles. Olvidar la dureza de estos meses sería repetir los mismos errores.
Hoy, Cataluña celebra la recuperación de sus embalses, pero debe mantener la mirada firme hacia el futuro. Porque si algo nos ha enseñado esta sequía, es que el agua no es infinita y que el verdadero desafío apenas está empezando.

