El expresidente de la Generalitat aparece en la gran pantalla de la forma más agridulce posible: asaltado por sus pecados y aferrándose a su legado
Venerado como «padre de Cataluña», figura revolucionaria en sus inicios -y conservadora en su gobierno-, Jordi Pujol devolvió a la comunidad autónoma la identidad robada durante el franquismo. Sin embargo, el poder corrompe y ni él ni sus dos familias -la de sangre, y Convergència Democràtica- pudieron salvarse de escándalos cuando, en 2014, se destaparon grandes cantidades de dinero a su nombre en cuentas bancarias andorranas.
Manuel Huerga (Salvador Puig Antich, 2006) dirige a Josep Maria Pou en un biopic que, a apenas unos meses del juicio pendiente de la trama Pujol, supone un cuento de pecados y lealtades, pero sobre todo, de padres e hijos.
De la mano de Filmax, Parenostre llega a las salas españolas el 16 de abril.
Una estrella inmensa
Sobre el papel, Josep Maria Pou no parece el indicado para interpretar al «padre nuestro» catalán. Alzándose a 1’96 metros sobre el suelo, muy por encima de sus compañeros de reparto, el actor se aleja de la pequeña figura de Pujol. Sin embargo, no podría haber sido una decisión más acertada, ya que Parenostre retrata al político como un gigante, una figura inmensa y cuasi legendaria que, convertido en el rostro de toda una generación, se vence ahora bajo el peso de un legado demasiado grande.
En diversos monólogos impecablemente interpretados, el Pujol de Pou se va resquebrajando poco a poco, según sus aliados le traicionan, el país le da la espalda, y sólo puede aferrarse a un orgullo cada vez más lastimado. El espectador siente una profunda pena, aun conociendo los hechos, ya que puede ver a un hombre cuyas convicciones decaen, y cuya fe en Cataluña se desvanece.
En aspectos como estos, Parenostre funciona como una revisión española de la fallida Capone (2020), en la que Tom Hardy se metía en la piel del veterano gángster, pero con el giro de sufrir demencia, lo que hacía que el recuerdo de sus crímenes le acosase como una pesadilla.

Drama familiar
El sonado Caso Pujol no tuvo sólo como autor al President, sino que dependió principalmente de las acciones de su mujer y sus hijos. A la matriarca Marta Ferrusola le pone voz y rostro Carme Sansa -la manipuladora «madre superiora» de la trama-, mostrando el lado más oscuro del cristiano y devoto matrimonio que formó muchos años antes con Pujol.
De un total de siete hijos de los Pujol i Ferrusola, dos cuentan con importante presencia en pantalla: Jordi (Pere Arquillué), adicto a la colección de coches de lujo; y Oriol (Eduardo Lloveras), imputado por tramas de su propio hacer, el caso de las ITV. Completa el reparto principal David Selvas en la piel de Artur Mas, «hijo político» de Pujol, y el primero en apartarlo del partido tratando de salvar el independentismo.
Algún otro rostro familiar se deja ver momentáneamente en pantalla: Silvia Abril como Victoria Álvarez, la amante de Jordi Pujol hijo que hizo saltar las alarmas al denunciar el traslado de grandes cantidades de dinero a Andorra; Antonio Dechent en la piel de Villarejo, el comisario también imputado que llevaba años recogiendo pruebas de forma alegal en Cataluña; y Alberto San Juan, poco convincente como el monarca emérito Don Juan Carlos.
Thriller político español, un género ausente
Cualquiera diría que un país como España, con un historial tan meticuloso de corrupción política, tráfico de influencias, y cuentas B, contaría con muchas más películas sobre el tema. Sin embargo, sólo unos pocos largometrajes del género han visto la gran pantalla en los últimos años.
Destaca El reino (2018), que también contaba con Josep Maria Pou en un rol similar, como «padrino» de una trama de corrupción. Parenostre supone, en más de un sentido, el reverso de la película de Rodrigo Sorogoyen, subrayando los efectos que tiene en un hombre el abuso de poder.
Otro thriller memorable, El hombre de las mil caras (2016), firmado por Alberto Rodríguez, exponía la larga noche del fugado exdirector de la Guardia Civil, Luis Roldán. Contando con un tono más cómico, B La película (2015) escenificaba el juicio a Luis Bárcenas, como tesorero y principal responsable de la caja B del Partido Popular.
Una propuesta arriesgada
Destacan en Parenostre el uso de flashbacks para retratar diversos momentos de la vida de Pujol -infancia, militancia, torturas del franquismo o fundación de CDC-. Huerga decide filmar las transiciones con unos poco convincentes efectos generados por ordenador. A pesar de la creatividad detrás de muchos de ellos -utilizando, por ejemplo, al anciano Pujol en escenas del pasado, haciéndole saltar de unas a otras a modo de recuerdo-, se aleja del objetivo deseado, quizá por las restricciones de un presupuesto menor, o el abuso de cromas.
El excesivo uso de estas tecnologías logra que muchas escenas luzcan falsas, sacando al espectador de la inmersión lograda por el reparto. La cumbre de la confusión llega en la conversación entre Pujol y el rey emérito don Juan Carlos, que se acerca más a una parodia de El Intermedio que a una recreación dramática.
El legado Pujol
A través de una narrativa cargada de metáforas religiosas y estéticas, casi litúrgicas, Parenostre plantea una reflexión sobre el poder, la idolatría y la construcción de un mito nacional. No se limita a criticar o a ensalzar, sino que pone en evidencia la complejidad del legado «pujolista», mostrando cómo su figura sigue condicionando el presente catalán.
En este altar de memoria y cuestionamiento, Parenostre no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea dudas: ¿Qué queda cuando el mito se resquebraja? ¿Hasta qué punto una nación se construye desde la devoción o desde el autoengaño? La película no busca destruir al ídolo -ya lo ha hecho él sólo-, sino exponer el mecanismo que lo mantiene en pie, aún cuando la fe flaquea.

Cae el telón
El final de Parenostre es un punto álgido de una película que ha insistido en la compasión, pero nunca en el olvido. A riesgo, por momentos, de ser demasiado autocomplaciente, Manuel Huerga ha logrado encontrar el balance entre la dureza revisionista de una Cataluña decepcionada, y la compasión cristiana que años antes había sentido el propio Pujol por sus compatriotas en la guerra civil.
Con un gigantesco -por doble sentido- y mayúsculo Josep Maria Pou, y una trama familiar que daría para una temporada completa de Succession, Parenostre se acerca mucho a la clase de película que Jordi Pujol merece. Ninguna calle de Barcelona llevará su nombre, pero hay espacio para el arrepentimiento en un hombre que cambió su fe en Dios por fe en la patria, luego fe en el dinero, y finalmente fe en el pasado. Un pasado para el que no queda espacio, ni en España, ni menos aún en Cataluña.

