La enfermedad que más padecen nuestros mayores
Hoy, día 11 de abril, se celebra el Día Internacional del Parkinson, esa enfermedad que a todos nos suena, pero que poca gente sabe realmente de lo que trata. Además, con esta enfermedad ocurre algo muy curioso: con el paso de los años, la mayoría de nuestros mayores comienzan a padecerla sin darnos cuenta, escondiéndose en que se trata de algo casi propio de la vejez. Pero esto no es así. Aunque se padece en edades avanzadas cuando por lo general, no solo la edad es una de las causantes, y llegar a dichas edades no supone sufrirla. Por esto, no hay mejor día que este para aclarar algunas de las dudas más frecuentes sobre esta patología, y un poco sobre su historia.
Qué es
El Parkinson es un trastorno neurodegenerativo que afecta al sistema nervioso y a todas las partes del cuerpo controladas por él. Tal y como se explica en la página web de la Federación Española de Parkinson, página que trata de ayudar a todas las personas que puedan sufrirlo, es la segunda enfermedad más prevalente en la actualidad después del Alzhéimer. Afecta a más del 1% de la población mayor de 65 años, y tan solo en nuestro país la padecen entre 120.000 y 150.000 mayores.
Cuándo se descubrió
La primera vez que se habló de esta enfermedad fue en el año 1817, y fue un doctor conocido como James Parkinson, a quien se le debe el nombre de la misma. Utilizaba unos términos mucho más científicos y, por lo tanto, difícilmente comprensibles por muchas personas. Por eso, con el paso de los años se estableció como la enfermedad de Parkinson.
Cuáles son los síntomas
Puede parecer que este apartado es un poco innecesario ya que todos conocemos los síntomas, pero hay más allá de lo que parece. Existen síntomas propios de esta afección que se alejan de los temblores que todos asociamos. Los primeros pueden pasar desapercibidos y ahí encontramos uno de los grandes riesgos, que cuando seamos conscientes sea en un estado muy avanzado donde los medicamentos ya no tengan mucho efecto. Entre esos posibles síntomas, que también variarán según la persona, destacan varios. El primero, tal y como hemos comentado, son los temblores, que suelen manifestarse primero en una extremidad, generalmente en las manos.
Otro de los más comunes es la conocida científicamente como bradicinesia, que consiste en la lentitud de los movimientos. Con el tiempo, a muchos de los afectados les costará realizar tareas con cierta agilidad, hasta el punto en algunos casos de arrastrar los pies al andar o sufrir mucho simplemente para levantarse de una silla. En la línea de estos efectos, encontramos la rigidez muscular que puede darse en cualquier parte del cuerpo generando dolor y limitando el movimiento. De igual manera, encontramos otros como pueden ser la pérdida de los movimientos automáticos conocidos como “reflejos”, así como cambios en el habla o en la escritura.
Causas
Entre las causas se abre un extenso abanico de posibilidades, ya que se desconocen los desencadenantes como tal, pero destacan algunas sobre el resto. Entre esa diversidad encontramos los genes y los desencadenantes medioambientales. En el caso de los genes, se ha demostrado que se producen ciertos cambios genéticos, haciendo que pueda convertirse en algo hereditario si en una familia hay muchas personas que lo padezcan.
Por otra parte, los desencadenantes medioambientales lo que pueden hacer es aumentar el riesgo de padecerla, ya que si se está expuesto a ciertos químicos o toxinas puede ser mayor la probabilidad de tenerla en un futuro. En ambos casos, no siempre que se cumpla lo comentado significa que la persona tendrá la enfermedad.
Cómo prevenirlo
Debido al desconocimiento de los desencadenantes reales de esta enfermedad, tampoco existen medidas concretas para prevenirlo con seguridad. Es por ello que lo que sí puede llevarse a cabo, en caso de detectar la enfermedad a tiempo, es un tratamiento precoz de la misma. Entre esas posibilidades, destacan ciertos tipos de fármacos que suponen una atención integral y que tratan de favorecer una mejor situación global del paciente. Más allá de la farmacología, también se recomienda el ejercicio físico, sesiones de fisioterapia o una alimentación adecuada.
