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‘Melancolía’, un imperativo generacional

Elizabeth Duval diserta con precisión y realismo acerca de las pasiones políticas que imposibilitan la mejoría

Las fajas de los libros son objetos fascinantes. Todo el mundo sabe que “la faja” se trata de un elemento de marketing cuyas sentencias son difícilmente objetivas y cuyos encomios son casi inalcanzables. Pues bien, aunque nadie ignora este descaro, las fajas parecen vender bastante. Temas de Hoy, sello del grupo Planeta, gusta mucho de estos objetos. En Melancolía. Metamorfosis de una ilusión política, el último libro de la filósofa y novelista Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000), los editores de dicho sello han colocado una faja donde se tilda a la autora de ser “un referente generacional”. Y sí, los textos de Duval son el referente de una generación. Y hacen bien en serlo.

Punto de partida

Uno de los principales cometidos del nuevo libro de reflexión política de Elizabeth Duval es exponer las pasiones políticas que arrastran, padecen y supuran (casi en un sentido cíclico) las nuevas generaciones.

Se trata, concretamente, de hacer un análisis crítico ––desde la izquierda y para la izquierda–– de las pasiones tristes spinozistas que derivan en la melancolía y que han estado imposibilitando la ilusión política y, consecuentemente, la acción comprometida.

¿Por qué este afán por la infelicidad en el plano político actual? Expone la autora varias tesis probables: la visión apocalíptica de nuestros días, la desilusión de la democracia (a nadie se le escapa la conversión del “poder del pueblo” en política de eslóganes simplones), el desengaño ante la dictadura del cortoplacismo, la relativa decepción del 15M, asunción de la felicidad como una quimera… incluso la propia costumbre española; la llamada acedía.

Elizabeth Duval | Fuente: Twitter @_elizabetduval

Ante la visión de la felicidad como una entelequia ingenua, reconoce la autora que es comprensible la tentación de querer retozarse en la infelicidad. Ante esto, Duval reclama la aceptación de la realidad con todas sus complejidades: la pena como un elemento tan imposible de extirpar como necesario para incitar a la lucha por la mejoría. Es mejor pecar de ingenuos, luchar por una felicidad irrealizable, y quedarse a medio camino, que quedarse parados.

Es decir, la pensadora aboga por una praxis política en la cual las metas inalcanzables incentiven a algo que, ante la pujanza extrema del capitalismo, parece cada vez más atávico: el abrazo de la responsabilidad comunitaria.

En el texto se señala a la melancolía como la gran enemiga de nuestra generación en tanto que generación política. La izquierda está “llena de agoreros” que se ven anclados en el duelo de las desilusiones. Gran parte de la izquierda asume la muerte de la política como cuerpo renovador.

Por todo ello, según la filósofa, es necesario el rescate de la felicidad como una forma de soberanía en la cual el individuo recupere la sensación de importancia, de potencia, de reconocimiento en tanto que ser influyente.

Dentro de este amplio marco optimista, Elizabeth Duval reflexiona con brillantez, sin ingenuidad, acerca de varios temas como pueden ser las razones de esta visión tremendista, la melancolía del marxismo y el hispanismo, el auge de los denominados “rojipardismos”, el optimismo cruel, la comunidad, la dicotomía izquierda-derecha, la identidad y el wokismo. Entre otros temas de actualidad.

Reseña

Una de las posibles razones por las que Elizabeth Duval se ha convertido en, efectivamente, “un referente generacional”, es que ha captado con precisión las inquietudes de una generación ––sobre todo la Z–– que está saliendo ahora al mundo laboral y que se encuentra con varios motivos de desilusión en diferentes planos.

En lo referente a lo más básico (maslowianamente hablando), se encuentra con que estudiar ya no es suficiente para encontrar un trabajo, con que encontrar un trabajo ya no es suficiente para tener una vida relativamente estable, con que ser propietario de una vivienda es algo del pasado. Se encuentra con un escenario casi, casi, apocalíptico: la vivencia de la pandemia y su correspondiente crisis, la amenaza de una guerra definitiva, el agotamiento de nuestro planeta. Da la sensación de que estamos más cerca de volver a los palos y las piedras que de llegar al apoteosis de las IAs.

En el plano político, la nueva generación atisba numerosos varapalos: la demagogia es un cáncer en estado de metástasis, la fórmula comunicativa ha polarizado la sociedad hasta extinguir el entendimiento, los partidos se articulan en torno a unas palabras ambiguas, vagas (izquierda y derecha), y a nadie le importa el bienestar colectivo si este no se ajusta a su ideario político. Ideario, claro, que ante el cambio exige el amoldamiento de la realidad a él, en ningún caso al revés.

Eso, entre otras muchas cosas, es “lo que hay”. Como en su día una serie de humanos se encontraron con que unas cuevas y unas reses era “lo que había”. Otra cosa es lo que se puede hacer. Si esos primitivos se hubiesen estancado en la melancolía, en el duelo por un mal día de caza, poco habrían conseguido. Algo así denuncia Elizabeth Duval. Y hace bien en exigir la reinserción de la esperanza y la felicidad en la vida pública. Porque la pretensión de la separación de los afectos y los deseos de la política no es más que el síntoma de que la desilusión ha llevado a algo peligroso: la ausencia de responsabilización social.

Presentación en el Matadero de Madrid. De izquierda a derecha: Yolanda Díaz, Elizabeth Duval y María Llapart | Fuente propia

Uno de los puntos más fuertes del texto es su oda al entendimiento. Ello parte de una crítica hacia esa izquierda que se ha posicionado en un plano, no solo de superioridad moral, sino de superioridad racional, que impide la comprensión de los argumentos del adversario. Denuncia todas esas veces en que la han criticado por querer debatir con sus detractores. Denuncia que al que se estima tonto no se le puede comprender “Los turbocapitalistas o cryptobros no son más imbéciles que nosotras: les importan otras cosas distintas a las que nos importan, y las priorizan, y las convierten en el foco de su eficiencia”, dice Duval en su libro.

Otra de las partes más destacables del ensayo es la que versa acerca del patriotismo. “¿Se puede ser patriota y ser de izquierdas?” Se preguntaba la propia Elizabeth en la presentación del libro en el Matadero de Madrid junto a la vicepresidenta segunda del Gobierno Yolanda Díaz. La líder de Sumar apelaba a ese concepto del patriotismo que ya es consigna en los partidos de izquierdas: el orgullo hacia los servicios públicos. Duval, sin embargo, explicaba que el patriotismo es un sentimiento y que no puede aflorar la pasión hacia las instituciones de un Estado. “No que concibo que yo, por ser de izquierdas, tenga que renunciar a la voluntad de transformación de mi país”, añadía después.

Algo parecido expone en Melancolía cuando habla del sentimiento hacia la patria como algo que ha ido comprendiendo mejor desde que abandonó España para irse a estudiar a París, pues, en su búsqueda de “identidad”, ha ido encontrando hogares en lugares donde realmente era forastera, y todo porque estaba mal visto encontrar su patria en, precisamente, su patria. Parece entender la patria como un grado elevado de comunidad, de cuerpo político grande, donde es plausible la fraternidad. O al menos el sentimiento de pertenencia para la posibilidad de un proyecto común.

Quizás esta serie de críticas hacia su propia trinchera sea lo que hace de Elizabeth Duval “un referente generacional”. Especialmente si se tiene en cuenta que gran parte de sus compañeros de trinchera ––de los referentes ideológicos de las generaciones anteriores–– habían renegado de la crítica. Porque no solo la melancolía obstaculiza la transformación; también lo hace la ausencia de autocrítica. Porque la autocrítica puede ser constructiva. Y no solo se construye con la autocrítica. Se construye un país con la esperanza. Se construye poniendo el punto de mira, como bien hace Duval, en la justicia en tanto que camino para la consecución colectiva de la felicidad.

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