Fito Cabrales y sus Fitipaldis firmaron dos horas de concierto en un Movistar Arena a rebosar, que por momentos pareció levantarse, tejado incluido, en pleno Madrid
“Vamos a pasarlo bien, Madrid”, prometió Fito nada más pisar el escenario, y el Movistar Arena obedeció antes de que alguien contara hasta diez: dejándose llevar y disfrutando del presente.
Dos horas después, entre aullidos, mecheros encendidos y gargantas roncas, la ciudad entera parecía vivir A contraluz, suspendida en ese instante en que las heridas duelen menos porque alguien las canta por ti. Desde el arranque, seguido de Un buen castigo, quedó claro que aquello no iba de nostalgia barata, sino de reivindicar una fórmula que sigue funcionando: rock clásico, letras que se clavan y una banda inmensa sosteniendo cada golpe de batería como si fuera el último.
La boca, el pez y la punta de la lengua
Por la boca vive el pez llegó pronto, coreada como si fuera un himno oficioso, con Fito jugando con las pausas, estirando los silencios hasta ponernos un poco nerviosos, como cuando la emoción se queda en la punta de la lengua y no termina de salir. Pero cuando el estribillo explota, no importa: todo el pabellón se lanza de cabeza a ese mar que cada vez guarda más barcos hundidos.
Y es que el concierto no podía (incluso si quisiera) bajar de intensidad: Me equivocaría otra vez, Entre la espada y la pared y A quemarropa son esos himnos atemporales. Como un portero de discoteca al que le da igual el año que ponga tu DNI, sus canciones dejaron pasar a todo el mundo: daba lo mismo tener 18 o 60, porque en el estribillo todos se las saben de memoria.

El monte de los aullidos, el título de su último disco fue el pretexto perfecto para que Madrid se permitiera así misma no solo escuchar, sino aullar al ritmo de la batería de Coki Jiménez. Llevando el show a un lado más oscuro, dejando a la banda brillar mientras Fito se aleja y da protagonismo a sus Fitipaldis.
Entre aullidos, tejados y bufones
“¿Quién necesita un rey teniendo aquí a un bufón?”, parecía susurrar la escena, con Fito alejándose, animando al público y dejando que el rock and roll hablara por él. Cuando sonó La casa por el tejado, todo el Movistar Arena se convirtió en azotea compartida: saltando en bloque e intentando no derrumbarse.
Para sostener aquel terremoto de la pista, hubo una auténtica batalla entre saxo y guitarra, una especie de duelo aullador. En la lucha se unió el violín, derritiéndose con fuerza a medida que aumentaba la presión. Un auténtico momentazo donde solo se vivió música y a los más nostálgicos nos transportó a momentos de epifanía que vivíamos con el brujo, amigo y compañero Robe Iniesta, al que recordó en un momento de la noche.
Fito presentó a su tropa como se presenta a una familia en la que cada uno tiene un papel claro: el bajo de Boli Climent marcando el pulso, la guitarra y el violín de Diego Galaz llevando la emoción a la garganta, el saxo de Javier Alfaro disparando por encima de las cabezas, la batería de Coki Jiménez en el centro de la tormenta, el órgano y acordeón de Jorge Arribas coloreando cada esquina, y la guitarra “tocha” de Carlos Raya, roca firme sobre la que se sostiene el edificio.

Soldaditos, mecheros y la noche más perfecta
El tramo final fue para los símbolos: Soldadito marinero, La noche más perfecta, el guiño a Platero y Tú con Entre dos mares y el cierre con Antes de que cuente diez dibujaron una biografía colectiva en la que cada frase era gritada como si fuera propia.
Las linternas de los móviles no fueron lo único que se alzaron, incluidos también los prohibidos mecheros, recordando inevitablemente a otras noches. Otros escenarios, otros conciertos, como si el rock español se empeñara una y otra vez en iluminarnos desde las mismas sombras.
Cuando Fito se despidió sin micrófono y sin gafas, dando unas gracias sinceras que sonaron casi tímidas en medio del rugido de Madrid, quedó la sensación de haber vivido precisamente eso: la noche más perfecta posible para cerrar el año, y con los aullidos resonando todavía en las salidas del metro.
Antes de que cuente diez, el Movistar Arena ya estaba pensando en la próxima vez, que se vivirá hoy mismo, día 30 de diciembre de 2025 para despedir el año de la mejor forma posible.

