El realizador David Moreau ha necesitado solamente cinco tomas para filmar una historia de drogadicción, violencia y brotes víricos en un único y complejo plano
Si el cine en la actualidad se enfrenta a un problema, es el de la saturación, tanto en temáticas como en ideas. Y rodar una película en plano secuencia, real o simulado, ya no es tan novedoso como lo era cuando Hitchcock estrenó La Soga (1948). Sin embargo, la propuesta se adapta, y en este caso Mads la aplica al cine de terror para retratar, en una larga noche, la experiencia alucinógena de un grupo de jóvenes. ¿O se trata de algo más…?
Tras su paso por el festival de Sitges, la aclamada cinta francesa llega a las salas españolas, que comenzarán a proyectar Mads el próximo viernes 6 de junio.
Juventud, adicción y surrealismo
Una droga misteriosa. Fiesta, alcohol y desenfreno. Una mujer herida y aterrada. Y todo ello, en una sola noche. En sus apenas 89 minutos de metraje, Mads no pierde el tiempo y se introduce de lleno en las tres tramas visibles de su historia: Romain, Anais y Julia. El primero es popular y trapichea con droga; la segunda, su ligue, celosa e insegura; y la tercera, amiga de ambos, acaba de tener relaciones con Romain.
Estos tres personajes sirven de hilo conductor a la propia puesta en escena, con la cámara siguiendo sus pasos, sus gritos y sus convulsiones, intercambiando entre sus perspectivas mientras tratan de sobrevivir a los efectos de una sustancia ingerida, y el misterioso colapso del mundo que conocen. Es una historia violenta, desagradable y a ratos dura de soportar, de la que ni el espectador sale indemne.
Aunque los temas tratados son evidentes -consumo de drogas entre los jóvenes, desconexión emocional, libertinaje sexual-, nunca resultan tediosos. La película no permite que el espectador se acostumbre a lo que ve, sino que le atrapa y le arrastra de nuevo a otro lugar, otro rostro, y a otra terrible consecuencia de las acciones de estos tres jóvenes con los que, a pesar de todo, es fácil identificarse.
Una técnica impecable, pero con doble filo
Aún sigue reciente el estreno de la popular serie de Netflix Adolescencia (2025). Aquella utilizó también su puesta en escena -cada episodio, un plano secuencia- como principal apuesta en la campaña de marketing. Sin embargo, al tratarse de televisión, contaba con más minutos que dedicar a su trama, sus personajes y sus emociones.
Mads es impresionante por su coordinación y su complicación, pero cae víctima de su propia naturaleza. Debido a no contar con la elipsis, la herramienta más potente de la historia del cine, el camino entre localizaciones de sus personajes ha de ser también filmado y por ello cuenta con numerosas secuencias destinadas a ver cómo cada joven se desplaza del punto A al punto B. Esto permite unir otras escenas con contenido útil, algunas de las cuales son extremadamente eficaces, pero pierde fuelle entre terminar un momento y empezar el siguiente.
Otro aspecto negativo inevitablemente asociado a esta técnica es su insistencia: el espectador no puede evitar maravillarse del talento asociado a su realización, y le distrae de la historia que, supuestamente, debería ser el centro de atención. Es complicado no pararse a buscar errores en la filmación, o notar cómo los actores realizan pausas innecesarias en su movimiento mientras esperan a que el operador de cámara ocupe de nuevo su marca correspondiente.
Dos películas recientes que vienen a la mente al pensar en únicos planos secuencia -no simulados- son Victoria (2015) y Hierve (2021). Ambas cintas, al igual que Mads, concluyen su misión triunfantes, pero no evitan caer en los mismos problemas, tales como el necesario seguimiento de las espaldas de sus protagonistas, o el constante y antinatural balanceo del objetivo de un rostro al siguiente, al tratar de capturar una conversación.

Algo más que un plano secuencia
El apartado visual de Mads es increíble, pero no por ello desmerecen los demás departamentos. Es gracias, sobre todo, al sonido y la banda sonora, que se logra una experiencia sensorial de tal magnitud, además de sostener aquellos momentos en los que la filmación no es suficiente para cargar con todo el peso de la obra.
Y párrafo aparte merecen también los tres actores protagonistas, a los que mencionaremos por nombre: Milton Riche (Romain), Laurie Pavy (Anais) y Lucille Guillaume (Julia) hacen un trabajo excelentes en Mads, poniendo rostro y voz al terror en estado puro. Sus interpretaciones deslumbran por su autenticidad, su laboriosa coordinación y dirección, y por una entrega total a los momentos de locura, los baños en sangre a borbotones, y un esfuerzo físico más que considerable.

Mads queda grabada en las retinas
Tal y como ha expresado David Moreau en diversas entrevistas, Mads viene a reivindicar una llamada al realismo y a la verdad. Curtido en el terror de la ola de extremismo francés (Ellos, 2006)- el realizador pretendía aplicar nuevos códigos al género y los resultados son, cuanto menos, exitosos. La propia cartela de título de la película -una de las más impactantes y memorables del cine contemporáneo- deja claro, desde los primeros fotogramas, el tipo de experiencia monumental que nos disponemos a vivir.
Mads es una propuesta arriesgada, exigente y muy elaborada, con una ejecución técnica impresionante y una inmersión única en la historia. Enfrentándose a temáticas actuales y necesarias (drogas, jóvenes, desinhibición social), la película va a causar las delicias de todos aquellos con la dureza de estómago suficiente para soportarla.

