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‘Mauthausen, memorias compartidas’: Imagen y palabra construyen el testimonio

La historia de terror y resistencia que compartieron las víctimas del campo de concentración de Mauthausen la recoge una exposición que se podrá visitar en el centro Sefard – Israel de Madrid hasta el 17 de junio

Fotografía de la exposición ‘Mauthausen, memorias compartidas’ ı Fuente: Alicia Fernández de Arcaya

Mauthausen, memorias compartidas es un recorrido por cinco salas cuyo objetivo es concienciar sobre la importancia de mantener viva la memoria histórica. En una actualidad en la que los movimientos de odio experimentan su auge, la sensibilidad se convierte en la clave para aprender de los estragos que en un pasado causaron los extremismos.

Echar al olvido el pasado traumático es un error común entre las naciones, tratarlo de entender, un acto insólito. A menudo, la memoria colectiva estudia, honora y enseña lo sucedido durante el Holocausto como un horror ajeno, europeo. La realidad del genocidio cometido por la Alemania nazi queda lejos de no incluir víctimas españolas. En el campo de concentración de Mauthausen-Gusen miles de españoles republicanos sufrieron junto a judíos un proceso de deshumanización atroz. De la mano del centro Sefard-Israel, la Secretaría de Estado de Memoria Democrática promueve la exposición: Mauthausen, memorias compartidas. En ella, fotografías del mismo Francisco Boix, objetos recuperados de los presos y relatos de supervivientes llenan un espacio que recupera su pasado.

Del exilio a la categoría III

Tan solo unos meses después de que Hitler ejecutase su Anschluss Österreichs (anexión de Austria a Alemania) en marzo de 1938, levantó juntó al río Danubio uno de los campos de concentración con el régimen más duro del Holocausto. Hasta 1943 fue el único campo clasificado bajo la Categoría III, por lo que sus paredes presenciaron hambrunas, escenas de abuso constantes y el asesinato de más de 10.200 presos en las cámaras de gas. No obstante, la miseria de Mauthausen la caracterizaron las condiciones de esclavitud a las que fueron sometidos los presos, en su mayoría políticos.

El régimen lo ubicó estratégicamente junto a una cantera de granito, de la que extrajo material destinado a las monumentales obras de muestra de poder. Durante más de cinco años, los internos que “pasaban” la selección inicial —los considerados débiles eran sentenciados a las cámaras de gas, inyectados con fenol o convertidos en conejillos de indias de la pseudociencia nazi— cargaron con pesados bloques de piedra por los “escalones de la muerte”, 186 escalones de la mina del campo. Estas escenas se relatan en la sala dos de la exposición gracias a la imagen y, en especial, a una serie de objetos personales donados por la hija de una de las víctimas. Las chapas con las que se numeraron a las víctimas, los cubiertos robados a los alemanes y la navaja confeccionada a mano ejemplifican el sistemático arrebato de la dignidad que se llevó a cabo.

En agosto de 1940 llegaron los primeros de los 7.300 españoles al campo de concentración de Mauthausen. Eran exiliados en Francia de la dictadura de Franco que fueron enviados a campos de refugiados y destinados a luchar en el frente francés cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Ante la incógnita sobre la condena de los que fueron capturados, las autoridades alemanas contactaron con España para saber que hacer con los prisioneros; a lo que Franco contestó que fuera de España no había españoles. Tras su liberación por el ejército estadounidense en 1945, la perpetuación del régimen franquista imposibilitó a las víctimas regresar a lo que una vez fueron sus hogares en España. No eran bienvenidos en una nación gobernada por aquellos que habían sido partícipes de su calvario.

Historia de Marcelino Bilbao sobre la pared de ‘Mauthausen, memorias compartidas’ | Fuente: Alicia Fernández de Arcaya

Francisco de Bois: proteger el reflejo de una realidad

La biografía que, quizás, más conozcan los visitantes de la exposición sea la de Francis Bois; el autor de la imagen que preside la primera sala: una fotografía del glorioso momento de la liberación americana. El coraje y la heroicidad caracterizaron la actuación de El fotógrafo de Mauthausen durante su estancia en el campo. Hijo de un sastre catalán y aficionado a la cámara desde niño, inició su actividad política cuando a los 16 años se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña. Capturado por el bando nazi en 1940, sus habilidades le ayudaron a conseguir trabajo en el laboratorio fotográfico de Mauthausen. Puesto que le llevó a tomar numerosas imágenes de los presos y los altos cargos de las SS.

En paralelo, los presos españoles se agruparon en una resistencia comunista que trabajó en las sombras del infierno. Organización que honora la tercera sala de la exposición. Su misión adquirió significancia al crear una red para extraer del campo los negativos que Francisco Bois escondía poniendo en riesgo su vida. Si bien, le habían ordenado destruir todas las películas consideradas inservibles; Bois fue plenamente consciente de la necesidad de salvaguardar el reflejo de su realidad para poder contarla al mundo.

Como testigo de imagen y palabra, la labor de El fotógrafo de Mauthausen fue primordial en los juicios de Nüremberg (1945-1946): el proceso que acusó a los generales de las SS de crímenes contra la humanidad. Donde aún tuvo que hacer frente a las acusaciones por montaje de las imágenes de altos cargos nazis como Ernest Kalterbrunner.

Un recorrido humano

Hoy en día, la educación histórica atiende a los hechos generales, a las causas políticas y las consecuencias que recaen sobre instituciones. Sin embargo, la exposición se fundamenta en historias humanas que componen los cimientos de su memoria. Es difícil no salir completamente consternado de la sala número 4, en la que hacen justicia entre las paredes los testimonios de supervivientes españoles como Pascual Castejón Aznar, Eliseu Villaba Nebot, Marcelino Bilbao Bilbao o Saturnino Navazo. Este último protagoniza un impactante video junto a Siegried Meir, un niño judío de 8 años que acudió al campo de concentración ya huérfano y terminó siendo adoptado por el recluso español.

En total, unas 190.000 personas padecieron la miseria del campo de concentración de Mauthausen. Al menos 90.000 perdieron la vida entre sus verjas. La quinta y última sala concluye la exposición con el “después” de los que supervivientes. No olvidar nunca su recuerdo es el deber de los gobiernos europeos y la labor de las asociaciones de memoria, tan necesaria como valiosa.

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