Es difícil no recurrir a la poesía en los tiempos que vivimos. De hecho, hay unas palabras de Antonio Machado que no dejan de revolotear últimamente por mi cabeza: “Dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada”. Hace años que leí ese poema, pero vuelve y vuelve a mí cada vez que enciendo la televisión y el terror se abre camino en los principales titulares. Hace unos meses eran las consecuencias de la pandemia, no hace tampoco mucho era la invasión de Rusia a Ucrania, ahora es el auge de la ultraderecha en Europa… Y, cuando me pregunto quién viene al rescate cuando la esperanza está a punto de perderse, ella siempre acude como respuesta: la poesía.
Hay muchas cosas que seguimos manteniendo en común con nuestros antecesores pese a que nos separen décadas de distancia. La debilidad de cometer los mismos errores que ya nos condenaron en el pasado es una, a la vista está. Pero la necesidad de recurrir a la poesía cuando esto ocurre es otra de ellas. ¿Cómo siquiera podríamos llegar a tener ilusión por los tiempos venideros si no fuera gracias al poder de las estrofas y sus versos? Por eso, cuando se comenta la triste noticia de que no para de disminuir el número de ventas de poemarios en nuestro país, no comprendo cómo hay gente que saca en conclusión que la poesía está muriendo. ¿Acaso no somos nosotros los que la necesitamos a ella para sobrevivir? Sería de muy necio creer que su consumo se reduce únicamente a la lectura de estas obras. Porque el arte de la poesía sigue estando más que presente entre nosotros, y la música ejerce un papel fundamental en ello.
Desde tiempos inmemoriales, la literatura se ha concebido posible con música. El ser humano se ayudaba de instrumentos musicales a la hora de crear arte, e incluso las canciones populares que se pasaban de generación en generación eran ya una magnífica representación de poesía recitada. Jamás entonces se había planteado la idea de que literatura y música pudieran ir por separado. No obstante, es en la actualidad, mientras la música está en su culmen debido a la llegada de las plataformas digitales, cuando se cree que la poesía está cada vez más en el olvido. ¿Acaso no es el triunfo de la industria musical una demostración de que la poesía está más viva que nunca? ¿No estaremos, sin saberlo, asegurando la larga vida de la poesía —y también la nuestra— cada vez que abrimos Spotify?
Gran parte de la magia de una canción radica en su letra, en la historia que nos narra, en los sentimientos que el artista intenta transmitirnos con ella. Esto fue lo que llevó a Bob Dylan, compositor y cantante estadounidense, a ser honrado con el Premio Nobel de Literatura en 2016. La Academia Sueca alegó que “había creado una nueva expresión de poesía a través de canciones norteamericanas”. “Now the beach is deserted except for some kelp, / and a piece of an old ship that lies on the shore. / You always responded when I needed your help. / You give me a map and a key to your door”, canta Dylan a su exmujer en Sara, un tema que cobra fuerza por su poder lírico, ya sea con las melodías que lo acompañan o sin ellas.
Tampoco tenemos que irnos tan lejos para ver cómo de presente está la poesía en nuestra música. En su último álbum, Motomami, Rosalía se desnuda para hablar de las consecuencias de la fama. “La que sabe, sabe / que si estoy en esto es para romper, / y si me rompo con esto, pues me romperé. ¿Y qué? / Solo hay riesgo si hay algo que perder. / Las llamas son bonitas porque no tienen orden, / y el fuego es bonito porque todo lo rompe”, canta en Sakura, que bien podría haber sido una página del diario más íntimo de la compositora. La música no es el enemigo de una canción de este estilo, sino solo un complemento para narrar algo de manera diferente. Negar que un artista no escribe poesía por el hecho de que sus obras gocen de producción es creer que la poesía no es capaz de evolucionar como, en efecto, sí que está haciendo.
Incluso en un estudio realizado recientemente por la Fundación de Emily Dickinson en Estados Unidos, que trata de seguir difundiendo la obra de la que fue una de las poetas jóvenes más influyentes del país norteamericano, desvela que hay una gran presencia de Dickinson en la cultura popular. En concreto, el estudio alude con insistencia los dos últimos álbumes de estudio de la cantante y compositora Taylor Swift, cuyos últimos trabajos discográficos (Folklore y Evermore) lograron una gran aclamación crítica gracias a su narrativa. La realidad es que cualquiera de las canciones de estos discos podría haber pertenecido a un poemario de Swift y nadie habría echado en falta un solo acorde. “Life was a willow and it bent right to your wind (La vida era un sauce y se doblaba según lo dictaba tu viento)”, canta en la primera pista de Evermore, que da comienzo a lo que es un sinfín de metáforas y recursos poéticos que ven su influencia en autores como Dickinson o William Wordsworth, a quien incluso menciona haciendo un juego de palabras en su canción the lakes.
La poesía es una forma de entender el mundo, una bala cuando las adversidades acechan. Habrá quienes piensen que se ha quedado ahí, en las páginas de un libro que lleva años en la misma estantería sin ser leído. Pero ella es más inteligente que todo eso. Porque el arte evoluciona, se reinventa. Quizás seamos nosotros, los humanos, quienes debamos hacerlo también. Porque ahora que el planeta atraviesa uno de sus peores momentos, ansiamos a la desesperada que alguien venga y nos salve de la crisis en la que este se encuentra sumergido. Y salvarnos no lo sé, pero no me cabe ninguna duda de que son los poetas con sus versos quienes logran mantenernos con vida. Tal y como el capitán hacía antaño con su espada.