Para acertar en los regalos de Navidad, a veces es mejor buscar aquello que más vale, que no se da, pero se comparte
La Navidad llega cada año con anuncios navideños, compras, listas interminables de regalos y luces llamativas, como si esta época del año se midiese en envoltorios y lazos decorativos. En medio de este caos y este ruido me paro a pensar qué es lo que puedo regalar estas navidades que tenga un valor emocional más allá de la utilidad y de la materialidad.
Este año, como todos, mi familia organiza un amigo invisible. Antes nos separábamos en adultos y niños, pero por primera vez hemos decidido fusionarlo en uno. Y para mi sorpresa, he tenido la suerte de regalar a mi abuela. Pero ningún regalo me parece suficiente. He pensado en todo eso que se le regala a las abuelas año tras año, ¿una manta? ¿Bisutería? ¿Bombones? Pero termino concluyendo que ya tiene de todo y que, después de tanta vida, no sé si mi abuela realmente necesita todo esto. Aunque sé que haga lo que haga mi abuela va a estar emocionada de recibir un regalo de uno de sus nietos.
Pero después de darle vueltas y vueltas pensé: ¿hace cuánto que no paso una tarde entera con ella sin distracciones, sin prisas y sin móviles? Siempre que puedo voy a verla, pero nunca es tanto tiempo como el que ella merece por todo lo que ha hecho por mí a lo largo de mi vida. Quizá el mejor regalo no está en una tienda, sino en algo mucho más necesario hoy en día: el tiempo.
Hace no mucho me contaba cómo eran sus navidades cuando ella era joven y entonces comprendí por qué les queda tan grande nuestra forma de vivir actual. Vivimos tan acelerados, siempre ocupados y cansados. Con mil cosas que hacer y en mitad de este ritmo los abuelos se quedan muchas veces en segundo plano. Y no por falta de cariño, sino por falta de presencia. Les llamamos cuando podemos y les vamos a ver cuando tenemos un hueco. Mientras tanto, ellos nos esperan siempre con los brazos abiertos, a pesar de haber pasado días silenciosos y de tener muchas ganas de vernos.
Aunque terminaré regalándole algo material a mi abuela por el amigo invisible, llego a la conclusión de que como propósito de año nuevo más de uno tendríamos que compartir más tiempo con las personas que más lo necesitan y cuya presencia puede no estar tan asegurada como la del resto. Dar un paseo, oír una historia repetida como si fuese la primera vez, ir a comer con ellos, jugar a algo. Tal vez ahí esté el verdadero regalo, en estar, más que en dar.

