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La Navidad delante y detrás de la pantalla

La Navidad como escaparate en redes

En los últimos años, la Navidad ha pasado de ser algo íntimo y cercano a convertirse en algo público. Ya no basta con celebrarla: también hay que enseñarla. Las cenas, los regalos y los reencuentros se convierten en contenido para redes sociales. La Navidad en redes no solo se vive, también se muestra.

Durante estas fechas, las redes se llenan de fotos de mesas bonitas, familias sonrientes y regalos bien envueltos. Todo parece indicar que quienes publican esas imágenes están viviendo una Navidad perfecta. Sin embargo, esa imagen no siempre coincide con la realidad.

La forma en la que funcionan las redes empuja a compartir este tipo de contenido. Mostrar que tienes planes, compañía e ilusión parece casi obligatorio. Cuando alguien no publica nada, puede sentir que se queda fuera. El algoritmo da más visibilidad a lo que resulta bonito y reconocible. Por eso, la Navidad en redes suele repetirse siempre de la misma manera.

El problema no es compartir momentos felices, sino todo lo que no aparece. En redes casi nunca vemos el cansancio, las discusiones familiares, las ausencias o las pocas ganas de celebrar. Todo lo que no encaja con la imagen ideal queda fuera.

Esa falta de representación afecta a cómo nos sentimos. Al comparar nuestra experiencia con lo que vemos durante la Navidad en redes, muchas personas piensan que algo va mal si no viven las fiestas con alegría. La tristeza, la apatía o la indiferencia no son fallos personales: son experiencias normales.

En Navidad se refuerza una presión que ya existe todo el año: la de aparentar que todo va bien. En estas fechas no solo se espera que estés bien, sino que lo enseñes. Parece obligatorio mostrar felicidad. Cuanto más se comparte, menos se habla de lo incómodo.

En redes casi nunca aparecen las contradicciones de la Navidad: querer estar con gente pero necesitar espacio, sentir nostalgia y a la vez ganas de que termine, disfrutar y estar cansado al mismo tiempo. Todas estas contradicciones son válidas y más comunes de lo que podemos llegar a pensar, y tenerlas no debería hacer sentir mal a nadie.

Las personas que no encajan con la imagen de unas fiestas estupendas optan por no publicar nada, no porque no tengan nada que decir, sino porque sienten que no encajan en esta narrativa. La cuestión no es dejar de compartir, sino pensar desde dónde lo hacemos. Preguntarnos si mostramos algo porque nos apetece o porque sentimos presión por hacerlo.

Entender que no todas las Navidades son iguales ayuda a vivirlas con menos exigencia. Hay tantas formas de celebrar como personas, y aceptar eso permite salir de un relato único que no representa a todo el mundo.

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