La guerra comercial provoca efectos sustanciales en la economía española mientras el Gobierno busca apoyo en China y negocia en Washington
Desde su regreso al Despacho Oval el pasado mes de enero, Donald Trump no ha tardado en reactivar una de las bases de su política económica: los aranceles. Al igual que en su primer mandato, su estrategia comercial, proteccionista y unilateral, ha vuelto a agitar los mercados internacionales. Esta vez el foco de conflicto va más allá del damnificado habitual y principal rival económico, China, o de sus países fronterizos, México y Canadá. Ahora la Unión Europea, aliado comercial histórico para Estados Unidos, es otro de los objetivos principales. Aunque España no se encuentra entre los países más expuestos a la guerra arancelaria, estas imposiciones, que han sacudido las bolsas a nivel mundial, no le son ajenas. El desconcierto que rodea la hoja de ruta de la Casa Blanca en los próximos meses se vuelve cada vez más alarmante en un contexto geopolítico cada vez más crispado.
¿Qué es un arancel?
Para entender mejor el funcionamiento de estos aranceles, Santiago Carbó, profesor de economía y finanzas en la Universidad de Valencia, explica que “un arancel es un impuesto que se impone a productos importados”. Su objetivo principal es encarecerlos para fomentar el consumo de productos nacionales. Para aquellos productos que son domésticos existe el IVA, pero en este caso se habla de productos cuya característica básica es que son importados. Según Carbó, la imposición de estos aranceles “dificulta la importación, el comercio y el tener determinados bienes que nos gusten o necesitemos tener, pues estos se aplican sobre todos los productos”. Trump justifica estas medidas como una forma de proteger la economía estadounidense, reducir su déficit comercial y recuperar empleos industriales. En la práctica, sin embargo, al hacerlo de manera generalizada para todo el mundo, unilateral y abruptamente, el resultado es un bloqueo comercial y una “mala noticia”, subraya Carbó.
Los resultados que espera lograr Donald Trump a la hora de iniciar una guerra comercial imponiendo aranceles a la mayoría de países del mundo son todavía inciertos, tanto en la Unión Europea como en suelo norteamericano. Según Carlos Segovia, subdirector y corresponsal económico en El Mundo, “el fin último, como ya intentó en su primer mandato, es atraer inversiones extranjeras a su país para obtener ventajas comerciales y políticas con el resto del mundo. Véase con el aumento del gasto de defensa de sus socios. Trump utiliza los aranceles como arma negociadora sin que sea necesariamente un objetivo, sino un medio para negociar otros intereses”.
Mr. Marshall no es bienvenido
Cabe destacar que los lazos comerciales entre España y Estados Unidos no son tan sólidos como los que mantienen otras economías europeas, como Alemania, Irlanda o Italia. A pesar de ello, el sector agroalimentario español, el más deseado por los norteamericanos, espera fuertes repercusiones. Santiago Carbó estima el valor de nuestras exportaciones “alrededor de los 20.000 millones. Estas son lideradas por automóviles, productos farmacéuticos (fuera de los aranceles por ahora) y productos agrarios, como el vino y el aceite”. Pese a su modesta relevancia dentro del panorama económico, el mercado español había presentado un patrón de crecimiento en Estados Unidos los últimos años, especialmente en estados con mayor poder adquisitivo.

Carlos Segovia prevé “efectos negativos sobre el crecimiento económico español, puesto que la guerra arancelaria golpea a sectores importantes que son exportadores directos a EE. UU. o indirectos a través de empresas europeas”. A esto se suma la inversión española en EE. UU., que no es desdeñable: un 14% del capital que bancos y empresas nacionales poseen en el extranjero está ubicado allí. Por lo tanto, cualquier medida que tensione la relación bilateral tiene un impacto económico real.
No obstante, aunque es todavía pronto para calibrar el impacto final, algunos expertos argumentan que esta situación podría traer efectos moderadamente positivos a la inflación. Segovia matiza que se puede producir “un abaratamiento de los precios de la energía por la perspectiva de una desaceleración económica mundial y la consiguiente caída de la demanda”. Además, a causa de los elevados aranceles que Trump ha impuesto a determinados países, aquellos que vean inviables las exportaciones al país norteamericano “intentarán colocar esos productos, aunque sea a menor precio, en los mercados europeos”, añade Segovia.
Entre el dólar y el yuan
El papel de España en la encrucijada arancelaria la deja encajonada entre las grandes potencias: China y Estados Unidos. La visita de Pedro Sánchez al país asiático apunta a un intento por lograr relevancia en las negociaciones entre la UE y la Administración Trump. La reunión se ha traducido en más inversiones chinas en España y una apertura adicional del mercado chino para algunos sectores. Según la Moncloa, se pactó “facilitar la exportación de productos españoles y reforzar la cooperación en ciencia, educación y cultura”. Sin embargo, dichos acuerdos no disipan las dudas sobre el interés chino. Segovia argumenta que “un país con el poder centralizado como China puede cambiar de opinión en cualquier momento. Sin que, por ejemplo, España sea más prioritaria que Latinoamérica”. “No podemos renunciar a una buena relación España-China, aunque debemos ser prudentes para evitar conflictos adicionales con Trump”, agrega Carbó.

El viaje a Washington del ministro de Economía Carlos Cuerpo para reunirse con su homólogo Scott Bessent, refuerza el mensaje de acercar posturas con Estados Unidos. España por sí sola no tiene suficiente importancia en las negociaciones, pero sí se vería favorecida por una posición donde la UE consiguiera un mejor vínculo transatlántico«>. Segovia señala que “lo ideal es que el choque que se ha producido inicialmente sirviera para acercar posiciones. Así como que la UE lograra amarrar una alianza política y comercial estable que trascienda a Trump y fortalezca a ambos bloques económicos”. “Mi impresión es que Estados Unidos y la Unión Europea no van a llegar a un acuerdo”, opina Carbó. Además, ve en el incremento en gasto militar de muchos países europeos un argumento al que aferrarse por parte de Estados Unidos para enturbiar las negociaciones.
Periodo de tregua
Recientemente, Trump anunció una interrupción de los aranceles por 90 días. La excepción fue China, a quien le llegó a aumentar los aranceles hasta el 145%. No obstante, ayer declaró que reducirá “sustancialmente” los aranceles al país liderado por Xi Jinping. La explicación a este giro radical puede residir en la minusvaloración por parte del presidente republicano del impacto de su guerra comercial en la confianza de los inversores. En particular, en el bono a 10 años del Tesoro de Estados Unidos, que es clave para la financiación de su economía. “El bono perdió atractivo como valor seguro y el efecto es que EE. UU. tiene que ofrecer más interés para colocar deuda. Eso, y la caída de las bolsas por el miedo a una recesión, empujaron a Trump a pausar la amenaza arancelaria y ganar tiempo”, explica Segovia.
En cualquier caso, se abre así un periodo de negociación que fue notablemente celebrado por Von der Leyen, quien volvió a ofrecer un acuerdo «cero por cero». En estos tres meses se podrá calibrar si hay verdadera voluntad por parte de Trump de negociar y rectificar los aranceles fijados.

