El ambiente a las afueras de una biblioteca suele ser siempre parecido. Niños de la mano de su madre que buscan el libro que leerán esa noche; universitarios fumando o comiendo algo mientras hacen un descanso de sus horas de estudio; y adultos que vienen a devolver esa novela que no les dio tiempo a leer antes de que venciera el plazo. El 10 de diciembre, el aspecto de la biblioteca Miguel Hernández era muy distinto. No había niños, padres, estudiantes ni lectores; tan solo dos policías custodiando la única entrada que permanecía abierta.
– ¿Son aquí los tests de antígenos?
– Sí, póngase en esa fila, guardando la distancia de seguridad.
– Yo venía a devolver un libro.
– La biblioteca hoy está cerrada, señora.
El 11 de septiembre, la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso prometió un millón de pruebas para la población de las zonas con mayor incidencia de Covid-19. Más de 60 días después de la promesa, llegaron tests de antígenos a la zona básica de salud Federica Montseny, en el distrito de Puente de Vallecas, de los más golpeados por la pandemia. Esta es la segunda vez que se realiza este cribado a algunos de los vecinos de la zona, a cuyo Centro de Salud acuden casi 22.000 personas. El escenario elegido para estas pruebas, la Biblioteca pública Miguel Hernández, a escasos cuatrocientos metros del ambulatorio.
La planta baja de la biblioteca estaba vestida para la ocasión. Donde normalmente hay sillones y estanterías repletas de libros y periódicos, se encontraba una sala casi diáfana llena de sanitarios y estanterías vacías y recubiertas de fundas de plástico, mientras enfermeras y ciudadanos se movían por la sala a un ritmo incesante, casi frenético. Tan pronto salía una persona, entraba otra.

El personal de la biblioteca se mezclaba con el de las enfermeras. Los primeros, vestidos con ropa de calle, dirigían a las personas hacia los distintos puestos; mientras que las enfermeras que atienden lo hacían vestidas, de pies a cabeza, con una gran bata blanca desechable, mascarilla, guantes e incluso gafas protectoras. Todo se desinfectará una vez acaben los cribados.
Dos personas se encargaban de recoger los datos de las personas que hacían cola para realizarse la prueba y que tras esto avanzan a un segundo puesto. En este había dos enfermeras, una para realizar las prueba y otra para analizar los resultados y rellenar los informes. Por el acento, la mayoría no son de Madrid, sino jóvenes de toda España.
– Te va a molestar un poco, puede que se te seque la garganta y tengas que toser. Son tres segundos.
Con la mascarilla tapando solo la boca, las enfermeras iban introduciendo el palito que tantas veces ha salido en la televisión en la nariz de cada persona. Primero en un orificio y después en el otro. Y tras esto, con los ojos llorosos y una sensación de moqueo, avanzaban hacia una suerte de “sala de espera” sujetando un papel con un número con el que ser localizados. Habrá unas treinta personas tan solo separadas de las enfermeras por un cordón policial.
Es un encuentro casi exclusivo, solo para quien haya recibido un SMS de la Comunidad de Madrid. Entre 1.000 y 2.000 personas del centro de salud para detectar a asintomáticos. Los elegidos son los vecinos de los primeros números de Pablo Neruda, que se reconocen entre las paredes de este hospital improvisado saludándose con cierto reparo. Algunos entablaban conversaciones y otros se mantenían distantes.
Mientras esperaban, entraron en la biblioteca dos trabajadores de la Cruz Roja, equipados con desinfectante, y se dirigieron al final de la sala, donde unas estanterías vacías creaban una estancia improvisada que no se podía ver, pero sí oír. Detrás, un positivo esperando instrucciones sobre cómo actuar en los próximos días.
Este es el único positivo en los veinte minutos que tardan en dar el resultado de la prueba. Cuando sale una enfermera a informar de los resultados, todos se miran unos a otros, alerta y después comunican a sus familiares y vecinos el resultado. Es la primera vez que negar con la cabeza tiene una connotación positiva.