La Fundación Arraigo ofrece diversos talleres a inmigrantes que quieren labrar su futuro en España. Les dan el impulso que necesitan para salir adelante y lograr cierta autonomía en su país de acogida.
Conocemos el relato, en mayor o menor detalle, pero lo hacemos. Un viaje complicadísimo en el que, desgraciadamente, muchos se quedan por el camino. Grandes corporaciones que mueven los hilos para sacar fortunas del dolor de otros. Mares llenos de almas que flotan y nos recuerdan que no podemos mirar hacia otro lado. Pero nos olvidamos de ellos en el momento en que llegan aquí. Como si no salir en las noticias dentro de una patera significara que su vida está resuelta. La Fundación Arraigo les da a todas estas personas las alas que necesitan para volar alto y emprender su propio camino.
Las raíces de la fundación
La Fundación Arraigo nace en 2016 de la mano de Héctor Ara Sanz y Carlos Ara López. Juntos plantan una semilla que sin lugar a dudas ha dado sus frutos: una causa que favorece el arraigo de los migrantes en su país de acogida. Precisamente de esa labor toma el nombre la fundación, el arraigo. Tal es la magia de las palabras que muchas de las mujeres que participan en sus distintos talleres confiesan que están allí gracias a la curiosidad que les produjo el nombre. Vieron en él la proyección de su mayor aspiración: sentirse acogidas.
La fundación cuenta con varios talleres, completamente gratuitos, que otorgan a las alumnas la capacidad de desenvolverse tanto en su día a día como en el mundo laboral. En el curso de informática se imparten nociones tan básicas como pedir una cita médica a personas que, en muchos casos, jamás han visto ni tocado un ordenador. Asimismo, el curso de lengua española es un verdadero salvavidas para estas mujeres porque les permite derribar esa gran barrera que supone no hablar la lengua del país de acogida.
Se ofrece también un curso de manicura y pedicura que proporciona a las alumnas un título que las habilita para insertarse en el mundo laboral, así como un curso de costura para acceder al taller. En él, elaboran una amplia gama de productos que ponen a la venta a través de su web. Cada pieza recibe el nombre de la mujer que lo elabora. Cuentan con telas únicas donadas por diversas empresas, lo que hace que sus productos sean exclusivos: no hay dos iguales.
Tejiendo un futuro
Entrar por la puerta del taller de costura es adentrarse en un mundo completamente distinto al que viven cada una de ellas en sus casas. La melodía que conforman las máquinas de coser en movimiento se complementa con el acogedor aura de paz que invade la sala. Un taller que es más bien un refugio para todas estas mujeres.
El primer tramo en este camino de aprendizaje son las clases de iniciación. Allí, con ayuda de su maestra, de la que todas destacan su enorme paciencia, van adquiriendo los conocimientos básicos sobre el arte de la costura. Empiezan el curso con tareas más sencillas y van avanzando hasta completar todos los niveles. Una vez lo logran, están preparadas para acceder al taller, donde fabrican todo tipo de piezas.
Esto les permite adquirir la formación necesaria para ejercer de costureras y, además, desempeñar labores del día a día en casa. Orquídea, una de las alumnas, confiesa que tiene tres hijos y que muchas veces llegan a casa del cole con los pantalones rotos. “Aprovecho que están en el colegio y vengo aquí a aprender”, explica.
Su maestra trata de hacer las clases lo más amenas posibles porque reconoce que “todas tenemos problemas y yo lo que quiero es que aquí se olviden de ellos, que aprendan y que sea un rato alegre para ellas y para mí.” Hafsa confiesa que antes tenía depresión y no salía de casa. “Ahora estoy bien,” indica, “tenemos solo dos días a la semana, pero ojalá tuviésemos más”. Janet es una mujer con discapacidad y ella necesita este tipo de ambiente de paz para relajarse, para salir de la rutina del hogar.
Esa metamorfosis que las lleva finalmente a poder trabajar en el taller es un momento emotivo para su profesora, que reconoce que se le saltan las lágrimas cuando sus alumnas se van. Una vez allí, con la supervisión de María Magdalena González, la responsable de los arreglos, desarrollan maravillosas piezas de costura y logran ese impulso económico que tanta falta les hace a muchas.
Naima confiesa que se siente “mejor que en casa” donde está “aburrida y sola, pensando todo el día”. Nos cuenta que su alquiler es muy caro, 700 euros que no puede sufragar solo con el trabajo de su marido y con lo que cobra del paro. “Por eso dije, ¿por qué no voy y aprendo cosas nuevas?”.
Sheima cree que es necesario que en el país de acogida se ofrezcan más oportunidades para los inmigrantes. “Cuando vienes de otro país dejas atrás tus diplomas, tus estudios. Empiezas de cero. Si no confían en ti, si no te intentan ayudar, no consigues nada. Te quedas en tu casa, en tu mundo”, sostiene.
Manos de oro
Las chicas del curso de manicura y pedicura irradian felicidad y orgullo en sus miradas. Sus discursos entrecortados por la emoción son la prueba de la satisfacción por lograr lo que para ellas es un sueño: trabajar en algo en lo que verdaderamente disfrutan. No tienen palabras para agradecer la labor de su maestra, a la que se refieren como “una mujer muy profesional y con mucha paciencia”. Destacan que no todo el mundo tiene “ese amor y dedicación”.
Acaban de lograr un título que les permite ejercer de especialista en manicura y pedicura, una puerta al mundo laboral. Todas ellas describen la fundación como “un apoyo”, sobre todo después de la pandemia, que dejó una huella imborrable en muchas de las alumnas. Una de ellas cuenta que perdió su trabajo debido a problemas de salud y que aquí ha encontrado la oportunidad que necesitaba. Además, la mayoría confiesa haberse sentido perdidas al llegar a España, porque lo han dejado todo atrás y no tienen los recursos necesarios para invertir en estudios. “Que una fundación te dé la oportunidad de tener un certificado que te avale para trabajar es muy importante”, declara otra alumna.
Compartir un ratito con ellas implica no querer irse nunca de allí. Es imposible no contagiarse de su entusiasmo y de su espíritu de superación. Incluso proponen que se oferten nuevos talleres que les permitan seguir creciendo, como cursos de idiomas o de peluquería.

Son personas, son historias
La Fundación Arraigo cuenta con una guardería donde las alumnas pueden dejar a sus hijos mientras atienden a los cursos. Esto favorece la conciliación familiar al permitir que muchas mujeres puedan disfrutar de su aprendizaje, dado que el rol de la mayoría de ellas es el del cuidado del hogar y de la familia. Con motivo de las fiestas navideñas, la fundación organiza la entrega de regalos a todos estos niños, que agradecen el gesto con sus enormes sonrisas y sus miradas rebosantes de emoción.

La mujer que se encarga de la asesoría legal en la fundación confiesa que se encuentra con mujeres en situaciones muy complicadas, pero que no puede implicarse a menos que sean ellas quienes se lo pidan porque “supondría cruzar una línea roja”. Cuenta que, a diferencia de otras grandes ONG en las que los inmigrantes son solo números, en la Fundación Arraigo conocen a cada una de ellas, sus historias. Y que “En el momento en que cruzan la puerta de la fundación, para ellos son personas, sin importar sus circunstancias”, confiesa.
Héctor Ara Sanz, fundador de la Fundación Arraigo, afirma que su labor “no solo no supone ningún tipo de esfuerzo, sino que es un privilegio poder ser testigo de la felicidad de estas personas.” Pero lo cierto es que el amor y la dedicación de personas como Alfredo Martín, secretario de la fundación, Karima y el resto de voluntarios y profesores son el tronco que sustenta el entramado de esta bonita causa.