Un día que empezó con la rutina habitual y terminó convertido en una anécdota colectiva que muchos recordarán como el gran apagón
CRÓNICA – Madrid, 28 de abril de 2025.
Es lunes, pero no uno cualquiera: es el último de abril. Sin embargo, no será recordado por eso.
Pasadas las 12:30 del mediodía, las luces se apagaron de golpe en la universidad. Las de emergencia se encendieron, pero entre los estudiantes no hubo mucha preocupación, «es una simple avería», pensamos. Mientras esperábamos a que comenzara la siguiente clase, un compañero entró en el aula: «no hay luz en todo el edificio«, avisó. Otro más llegó minutos después: «no hay luz en toda la universidad».
La noticia se fue extendiendo de boca en boca y, enseguida, también por WhatsApp. Los mensajes de otros campus confirmaban lo que empezaba a intuirse: algo más grande estaba ocurriendo. Para entonces, muchos ya habían llamado a sus familias. La respuesta era siempre la misma: no había luz en sus barrios, en sus ciudades. Algunos incluso escuchaban rumores en la radio de que la falta de suministro afectaba a todo el país.
Algunos incluso escuchaban rumores en la radio de que la falta de suminsitros afectaba a todo el país: algo más grande estaba ocurriendo
La incertidumbre crecía, pero en el ambiente predominaba la calma: «es una simple avería«, seguíamos pensando. Internet funcionaba a trompicones, y las notificaciones de los medios de comunicación empezaron a llegar. El Mundo hablaba de «apagón masivo en toda España«; El País titulaba «Caos y desconcierto por la caída del sistema eléctrico». Pero en nuestro pequeño mundo universitario, no había ni caos ni desconcierto: solo conversaciones animadas y teorías improvisadas en los pasillos.
A la una de la tarde, nos recomendaron evacuar los edificios. Nos quedamos en los jardínes del campus charlando al sol. Algunos estudiantes intentaron regresar a sus casas, pero pronto descubrieron que no era tan sencillo: el Metro y los trenes de Cercanías estaban parados, los semáforos no funcionaban y los agentes de tráfico empezaban a llegar para regular el tráfico en los cruces.
En las calles, los vecinos estaban reunidos en las aceras, compartiendo la poca información que les llegaba. Yo misma, en el rellano de mi edificio fui víctima de las cospiraciones de los vecinos: «han dicho en la radio que han sido los rusos«, «se cayó un satélite», «es porque no se han puesto de acuerdo con el precio de la luz»… Realmente algunas no tenían mucho sentido, pero todo podía ser…
Ya en casa pensé en lo frágiles que somos: sin electricidad, la sociedad moderna se detiene. No se trata solo de quedarse sin redes sociales, series en streaming o sin poder pagar con el télefono. ¿Qué ocurre en un hospital sin suministro? ¿Qué pasa con los respiradores, los quirófanos, los sistemas de emergencia? ¿y las personas que necesitan un ascensor para subir a sus pisos?
Sin electricidad, la sociedad moderna se detiene
Durante unas horas, el país entero vivió una pausa involuntaria. Sin pantallas, sin prisa, algunos redescubrieron hábitos olvidados: comer sin móviles, pasear sin música, leer en silecio, conversar sin interrupciones… Fue, quizá, un recordatorio de la vida antes de tanta conexión, de una calma que creíamos perdida.
Cuando finalmente volvió la luz, diez horas después, todo volvió a su curso habitual. Pero la pregunta quedó flotando en el aire: ¿estamos preparados para vivir, aunque sea un rato, desconectados?

