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La romantización de la productividad

La nueva cultura donde hacer más se ha convertido en una obligación antes que en un éxito

Nos levantamos cuando el sol no ha salido, desayunamos mientras miramos el correo electrónico , hacemos ejercicio, estudiamos, tenemos vida social , aficiones y al caer la noche, sentimos que nuestro día no ha sido lo suficientemente completo. 

Vivimos en una cultura que ha transformado la productividad en un ideal que la mayoría de personas idolatran o tienen como meta conseguir. Una idea, que aparentemente luce como éxito, reconocimiento y supuesta felicidad. Pero, ¿qué pasa cuando este estilo de vida se convierte en el único parámetro con el que medimos nuestra vida?

Personas en una reunión | Freepik

Hacer más no es vivir mejor

La romantización de la productividad la definimos como esa forma sutil pero insistente de glorificar el estar siempre ocupado. Este ritmo de vida no es solo agotador, sino profundamente dañino (aunque de primeras no lo pensemos). Nos hace creer que nuestro valor como personas depende de cuánto hacemos, de lo eficientes somos, y de lo llenas que están nuestras agendas. Nos incita a ignorar nuestras necesidades físicas y emocionales, a despreciar el descanso y a mirar con culpa o miedo cualquier momento de pausa.

El precio de esta mentalidad es alto. Los psicólogos advierten de lo perjudicial que puede llegar a esta conducta, sobre todo para los más jóvenes. Debido a que en las redes sociales se muestran numerosos creadores de contenido que tienen (o muestran) un día completo sin un momento de pausa, donde los seguidores les idolatran y desean adoptar ese estilo de vida. Esto, a la larga, puede perjudicar a la hora de poner límites o a tener dificultad a la hora de decir que no.

Productividad como ideal romántico

«Mientras tú duermes, yo trabajo», «mientras tú llegas de fiesta, yo me voy a correr viendo el amanecer», «el éxito no descansa». ¿Cuántas veces nos han aparecido vídeos de este estilo en nuestras redes? La respuesta es clara: muchas —o demasiadas—. Lo que aparentemente es una frase motivadora, esconde tras ella un cierto nivel de superioridad donde dichas personas muestran lo que «tú no haces». Toda esa narrativa sugiere que vivir bien es vivir produciendo —y que si no lo estás haciendo, estás fallando—.

Orígenes y consecuencias invisibles

Esta obsesión no surge de la nada. Tiene raíces profundas en el capitalismo moderno y en la llamada hustle culture, que valora la productividad por encima del bienestar. Las redes sociales han amplificado esta lógica mostrando vidas aparentemente perfectas y eficientemente organizadas, sin mostrar el agotamiento detrás de escena. Nos han vendido la idea de que ser productivos nos hará más libres. Pero muchas veces sucede lo contrario. Cuanto más producimos, más sentimos que debemos seguir produciendo.

Según la Organización Mundial de la Salud, los trastornos relacionados con el estrés laboral, como el síndrome de burnout, están en aumento en todo el mundo. A esto se le suma una creciente insatisfacción vital, la decadencia del sentido de comunidad y la desconexión y pérdida de identidad incluso con uno mismo.

La autoexigencia constante también inhibe la creatividad, bloquea la espontaneidad y anula el derecho al aburrimiento, que es una fuente indispensable de reflexión y descanso mental. Lo más alarmante es que muchas veces no es una empresa, un jefe o un sistema el que nos impone este ritmo, sino nosotros mismos. Hemos interiorizado tanto la lógica del rendimiento que nos autoexplotamos sin darnos cuenta.

Tener metas, no sobreexigencias

La productividad en sí no es perjudicial. Tener metas, proyectos, tareas a realizar o vida social está bien y muchas veces, cuando lo agrupamos en un mismo día, es enriquecedor. El problema llega cuando este ritmo de vida se convierte en identidad, y no te permites a parar ni darte un momento para ti mismo porque sientes culpa.

Es hora de replantear esta tendencia. Necesitamos recuperar el valor del descanso, del ocio sin culpa, del tiempo improductivo que es profundamente humano y necesario. Decir “no hice nada hoy” no debería sonar a fracaso, sino a una pausa necesaria. No todo lo valioso se mide en resultados ni se traduce en logros tangibles.

De una tendencia tóxica a una sana

Tal vez no se trata de renunciar a ser productivos, sino de cambiar el enfoque. Apostar por una productividad consciente, flexible, que se adapte a nuestros ritmos y que no nos aplaste. Una productividad que incluya espacio para el error, para la pausa, para el disfrute y para el «no hacer nada». Que no sea sinónimo de prisa constante, sino de propósito.

Porque al final del día, no estamos siempre con la batería cargada, no estamos aquí para producir, sino también para vivir. Y vivir bien no siempre se ve ocupado.

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