Con 56 grandes fuegos y 26,5 kilómetros de vegetación arrasada, los grandes incendios arrasan el 2022, que se sitúa como el año con más hectáreas quemadas. Científicos y agentes forestales culpan de ello a las sequías y altas temperaturas propiciadas por el cambio climático, a la expansión de el combustible natural a causa de la despoblación y a la “escasa” inversión en prevención.
Controlar 25 incendios a la vez. Esa era la misión que, en pleno noviembre, debía cumplir el equipo de Eduardo Rubio, Jefe Supervisor del Área de Bomberos de Asturias. La nieve que solía cubrir los bosques de la región en esta época, se había visto sustituida por fuegos de rápida expansión a causa del viento. “Este mes se han notificado 115 salidas por incendios forestales, en contraste con las 17 del año pasado”, asegura Rubio, afirmando que, hacía tan solo un mes, también habían tenido que recurrir al Plan de Protección Civil por Incendios Forestales para hacer frente a más de 40 incendios simultáneos.
Aunque para Asturias, dice, no haya sido un mal año en materia de fuegos en comparación con 2015 o 2017, las extremas condiciones ambientales de los pasados meses habían contribuido en la aparición de incendios en periodos inusuales. “Cada vez tenemos incendios más virulentos y espaciados en un amplio periodo de tiempo: antes, los fuegos prácticamente se restringían a los meses de verano, y ahora también ocurren fuera de estas épocas”, destaca Jonás Hernández, vocal de la Junta Directiva de la Asociación Española de Agentes Forestales y Medioambientales (AEAFMA).
Además, los incendios de 2022 han llegado con más fuerza y expansión que nunca. Si bien el número de fuegos anuales ha ido disminuyendo progresivamente hasta la actualidad (este año hubo casi 2.000 menos que en 2015), según los datos del Ministerio de Transición Ecológica, el 2022 ha sido el año con más hectáreas quemadas desde que se tienen registros. Un total de 56 grandes incendios forestales de más de 500 hectáreas cada uno (los conocidos como GIF) han asolado los bosques españoles y se han llevado por delante 26,5 kilómetros de vegetación. Esto representa el 0,95% de la superficie forestal nacional. En contraste, en años como 2018, no se pasó del 0,08% y las 23.787 hectáreas (2,37 kilómetros). Según el vocal de la AEAFMA, “la tendencia es tener pocos incendios pero de grandes dimensiones”.

“Aquí, antes teníamos un incendio grande cada cinco, seis o siete años. Ahora tenemos uno de más de mil hectáreas casi anualmente”, resalta Adela Conde, responsable de la Unidad de Gestión del Este del Servicio Técnico Forestal de Tenerife, que este año tuvo que luchar junto a su equipo contra el gran incendio de Los Realejos. “Tardamos entre cinco y seis días en apagarlo”, recuerda. En la formación de grandes incendios canarios también han influido distintos fenómenos meteorológicos, como el descenso de las lluvias y a la aparición de un mayor número de calimas más secas.

Según las estadísticas del Ministerio de Transición Ecológica, actualizadas en 2015, menos del 5% de los incendios españoles son causados por causas naturales (rayos normalmente). Dejando aparte los fuegos por causa desconocida o por reproducción, el 80% son causados por actividad humana, ya sea por causas intencionales, que suponen más de la mitad, o por accidentes (no intencionados) y negligencias (que pueden ser objeto de delito). No obstante, una vez iniciado el incendio, depende de otros factores que este se convierta en un GIF o se mantenga en conato.
El cambio climático: un problema del hoy y del mañana
Hernández afirma que hay varios motivos por los que este año se ha salido de lo común en materia de incendios: el efecto del cambio climático, el abandono del mundo rural y la escasez de gasto en medidas preventivas. El primero de ellos es uno de los más comentados en la actualidad. Según un estudio de The New England Journal of Medicine, “las predicciones indican que, en el caso de una subida de emisiones en gases de efecto invernadero, la frecuencia de incendios se incrementará sustancialmente en más del 74% del planeta para finales de siglo”.
Para Emilio Chuvieco, catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alcalá que recibió el premio Jaume I de Medio Ambiente el pasado 25 de noviembre, la relación entre el surgimiento de incendios y el cambio climático es indirecta, pero real: “Parece que las previsiones del cambio climático van en la línea de que habrá más olas de calor y, por tanto, más sequedad en la vegetación. En principio, esto supondrá un mayor número de fuegos y que estos sean más severos”. De momento, las estadísticas españolas han evidenciado más lo segundo que lo primero, pero el futuro aún es incierto.
“La población rural ha disminuido y envejecido, y esto hace que la cantidad de combustible (arbolado) sea cada vez más densa, y, que cuando se origine un fuego, sea más complicado de extinguir”, Emilio Chuvieco
Lo que ya es evidente es que el 2022 se ha posicionado como el cuarto más seco desde que se tienen registros (1961), según el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), Rubén del Campo. Esto supone el escenario perfecto para que los incendios provocados se desborden y generen catástrofes. Según el estudio, “la subida de temperaturas afecta a los bosques en diferentes formas, reduciendo su productividad debido a restricciones de agua, enfermedades y eventos extremos”.
Por otro lado, esos mismos incendios también perjudican al medio ambiente. “Es como la pescadilla que se muerde la cola”, afirma Jonás Hernández. “Una vez se apaga el incendio, queda una gran superficie de terreno sin cobertura vegetal donde la insolación y la temperatura van a ser mayores, lo que, a su vez, alimenta al propio cambio climático”, explica. Pero el problema ya empieza antes de apagarse, con el propio nacimiento del incendio. Y es que, según Adela Conde, la gran cantidad de incendios de los últimos años ha conllevado una alta emisión a la atmósfera de CO2.
La despoblación: una amenaza para los bosques
Pero el cambio climático no es el único culpable de los desastres forestales del 2022. “Todos los campos que antes se cultivaban, ahora están cubiertos de vegetación sin tratar, y allí es donde comienzan muchos incendios”, afirma Adela Conde. Al igual que ella, Emilio Chuvieco opina que el abandono de las zonas rurales es uno de los grandes responsables de la gran expansión de los incendios: “La población rural ha disminuido y envejecido, y esto hace que la cantidad de combustible (arbolado) sea cada vez más densa, y, que cuando se origine un fuego, sea más complicado de extinguir”.
Jonás Hernández, por su parte, lo tacha uno de los mayores problemas en materia de fuegos, ya que esa nueva vegetación sin tratar está “muy disponible” para arder en verano. Además, esas zonas despobladas se convierten en un blanco fácil para quienes inician fuegos (intencionados o no). Sin obstáculos humanos o urbanos y, peor aún, si los campos colindantes también están abandonados, descuidados y deshidratados por la sequía y las olas de calor, las llamas avanzan rápidamente a través de la nueva vegetación, llegando a veces a generar un GIF.
También hay un gran peligro en las zonas urbanas colocadas junto a los bosques: la denominada interfase. Según Hernández, suele ser el lugar elegido por las personas para iniciar el fuego, ya que tienen una fácil vía de escape en comparación con el centro del bosque. “En España, todavía no hemos tenido un gran incendio devastador que arrase una zona de interfase, como fue el caso de Mati (Grecia), pero, si no hacemos algo, lo tendremos tarde o temprano. Y habrá muertos”, advierte.
La prevención: la gran olvidada
La aparición de incendios de gran magnitud como el de la Sierra de Culebra (Zamora) o el de Los Realejos (Tenerife) está dificultando cada vez más la tarea de los profesionales de extinción, obligándoles a recurrir a grandes equipos para sofocar los fuegos. Esto se nota aún más en casos extremos como los incendios de sexta generación, que son capaces de cambiar la meteorología del entorno y a veces solo pueden consumirse con la llegada de la lluvia. Según Emilio Chuvieco, para hacer frente a este tipo de fuegos, “muchas veces, la extinción no es suficiente y hay que invertir más en prevención”.

Un estudio de la revista Forest Policy and Economics, menciona que “la extinción de los incendios se está volviendo cada vez más costosa y menos efectiva por la aparición de fuegos cada vez más virulentos”, lo que voltea las miradas hacia la importancia de prevenir, más que de sofocar. “Cada euro invertido en prevención, es un ahorro de miles de euros en extinción”, afirma Jonás Hernández, quien asegura que, aunque lo segundo dé más puestos de trabajo temporales, obliga a invertir demasiado dinero (a veces insuficiente). “La prevención es un trabajo más técnico y pausado que se realiza durante todo el año”, añade.
Como solución ante esta problemática, y con el fin de que estos desastres dejen de ser cada vez más peligrosos para el ser humano y para el medio ambiente, sugiere varias líneas de prevención: investigación de causas, tratamientos adecuados y el cuidado de la interfase.