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¿La monogamia es una cuestión biológica?

¿Qué dicen la biología y la antropología sobre nuestras dinámicas sexuales y afectivas?

La monogamia, esa preferencia romántica en tela de juicio, no solamente responde a parámetros emocionales o sociales; no es solo una construcción humana. Además de su relación evolutiva, contrastable con nuestros más cercanos parientes, está íntimamente relacionada con las hormonas y la proliferación de la especie.

La tendencia a cuestionar sucesos conductuales que siempre hemos normalizado está al alza. En este contexto, la monogamia, la dinámica relacional normativa en el mundo occidental, no puede librarse de su correspondiente juicio. A menudo, contrastándola con otro tipo de conductas, se afirma que la monogamia es una construcción social inducida o bien por la moral judeocristiana, o bien por parte del capitalismo. Pero ¿cómo podrían ser causantes de algo que les precede en milenos?

En ese sentido, partiremos de la base de que aquello que vamos a analizar no es la familia tradicional, ni la fidelidad, sino una conducta biológica que nada tiene que ver con el matrimonio o el aumento de inversión en marketing durante el 14 de febrero. Si bien la opinión científica se cuida mucho a la hora de hacer afirmaciones como «somos monógamos por naturaleza», podemos utilizarla para formular nuestras propias preguntas.

Monogamia, palabra polisémica

Para empezar, debemos comprender que la monogamia no es una categoría estanca. De hecho, mientras que muchas especies animales son exclusivamente monógamas de por vida, se podría decir que el ser humano común practica lo que se llama monogamia serial. A día de hoy, la monogamia sigue siendo imperante, pero no de una manera perpetua sino alterna. Mantenemos la exclusividad sexual y sentimental que el acuerdo monógamo nos indica, pero solemos tener varias parejas durante el conjunto de nuestra trayectoria vital.

De esta manera, como se observa en muchas especies animales, sobre todo aves (las más monógamas), se puede ser monógamo en un sentido afectivo o de compañía, y polígamo desde el punto de vista sexual. De hecho, la monogamia en el reino animal es viable bajo unas circunstancias muy concretas. En especies en las que los gametos masculinos son prácticamente ilimitados y los femeninos, en cambio, precisan de una maduración y son limitados, son más frecuentes las conductas polígamas. Tan solo entre el 3 y el 5% de los mamíferos son monógamos. En primates, entre ellos los humanos, la cifra asciende hasta el 27%.

Nuestros semejantes

Los primates, como parientes biológicos, siempre han sido una buena herramienta para comprendernos. Los gibones, por ejemplo, forman vínculos monógamos vitalicios, aunque por ello se reduzca la probabilidad de éxito reproductivo. Muchas de estas conductas están relacionadas con el menor gasto de energía para proteger el territorio. Además, en primatología, existen muchos estudios que apuntan a que la monogamia permite evitar el infanticidio. Es común que, en las especies mamíferas polígamas, al llegar un nuevo macho alfa, se asesine a las crías del macho anterior. De esta manera, la presencia del padre asegura la pervivencia de la progenie. Más adelante hablaremos de la bi-parentalidad.

Bonobos | Fuente: Wikimedia Commons

De hecho, una investigación a cargo del paleoantropólogo Owen Lovejoy apunta que, el Ardipithecus ramidus, un homínido ancestro de los humanos, comenzó a caminar sobre sus dos pies para poder proveer de alimento a la hembra. Esto habría causado dos consecuencias fundamentales: la preferencia de la hembra por el macho sustentador y no alfa y, por otra parte, habría concluido en la desaparición de unas espinas de queratina existentes en el pene, disminuyendo la sensibilidad y ampliando la duración del coito. De esta manera, se facilitaría la creación de un vínculo monógamo más estrecho y nos permite afirmar la existencia de estos comportamientos en un pasado tan lejano.

Rasgo evolutivo

En la actualidad, muchas voces autorizadas, como la de la antropóloga Helen Fisher, sostienen que el amor y la conformación sentimental binomial son un rasgo evolutivo importante en nuestra especie. De hecho, la propia doctora apunta a que el ser humano ha desarrollado dos sistemas cerebrales destinados a la reproducción más allá del mero impulso sexual: la atracción erótica selectiva, posibilitadora del amor romántico, y el apego sentimental que tanto estudian a día de hoy la psicología y la neurociencia. Podemos encontrar ilustrativo que la especie humana sea de las pocas, junto a otras como los bonobos, que se aparean cara a cara, marcando unas claras connotaciones emocionales.

El Dr. en antropología de la Universidad de Bristol, Kit Opie, observa una correlación entre el aumento de comportamientos monógamos en los humanos y el crecimiento de la masa cerebral, de los grupos sociales y la cooperación entre los mismos. La monogamia es preexistente, tanto a las sociedades agrícolas como a las cazadoras-recolectoras. Muy anterior, volviendo a la premisa inicial, a la propagación del judeocristianismo y el capitalismo.

Retomando los causantes biológicos, es entendible que en una especie como la humana, en la que las crías precisan de tanto tiempo para conseguir ser autónomas, sea necesario para su supervivencia la presencia cercana de ambos progenitores. Esta importancia del amor como factor biológico hace necesaria, como afirma la Dra. de la Universidad de California Martie Haselton, la existencia de hormonas y neurotransmisores que posibiliten el enamoramiento y el apego.

Una necesidad hormonal y de neurotransmisores

Nos será muy útil un estudio publicado en la revista Nature. Tomaron como sujeto de estudio a los topillos de la pradera, una de las especies de roedores más estudiadas en materia de monogamia. Se les contrastó con los topillos de pantano, famosos por su promiscuidad. La hipótesis de los investigadores era que el comportamiento monógamo de los primeros estaba íntimamente relacionado con el nivel de vasopresina, una hormona peptídica presente en la mayoría de los mamíferos, nosotros entre ellos. Se procedió a introducir este gen hormonal en los topillos de pantano y, tal y como esperaban los científicos, su conducta polígama cesó de inmediato.

Pareja de topillos | Fuente: Flickr

¿A qué se debe esto? Según los investigadores, esta hormona actúa especialmente durante las relaciones sexuales. En el coito la vasopresina activa el centro de gratificación neuronal de sus cerebros, haciendo que presten más atención en su compañero. Parece que hacía falta que unos científicos nos revelaran que, cuando al sexo le incorporas amor, resulta mucho más gratificante. Además de la vasopresina, resulta fundamental en este aspecto otra muy famosa hormona: la oxitocina.

Este neuromodelador está muy relacionado con el contacto físico, la estimulación sexual y los vínculos emocionales. De hecho, su secreción en mujeres es especialmente alta durante el parto y la lactancia, creando ese apego y afán de protección hacia los hijos. Es más, el aumento de nivel de oxitocina está interconectado con la bajada de cortisol, otra hormona relacionada con el estrés y las situaciones de peligro.

La monogamia tiene razones biológicas

Volviendo con la premisa inicial, ¿es la monogamia una cuestión biológica? La ciencia pocas veces se atreve a formular sentencias categóricas cuando se trata de la naturaleza humana. Aun así, nos permite hacer algo más valioso que obtener respuestas: formular nuevas preguntas. Es innegable que, en nuestros días, la monogamia ha adquirido innumerables connotaciones culturales y se ha conformado en torno a ella una gran construcción social. Pero, como apunta la evidencia científica, ha hecho una inmensa aportación para la evolución y pervivencia de nuestra especie y, por consecuencia, de nuestra civilización.

Dejando a un lado esa superestructura cultural que la relaciona con el matrimonio, el consumismo, las pelis malas y los sacramentos, es más que evidente que un comportamiento de esta naturaleza tiene raíces biológicas muy hondas. Si entendemos, como solemos hacerlo, «lo natural» como aquello que es normal y excluyente de otras formas de conducta, no podemos decir que la monogamia es «lo natural» o lo único, pero, desde luego, es natural y tiene un sentido.

Todas estas investigaciones nos hacen comprender que el ser humano no ha precisado de dioses, no ha necesitado siquiera la escritura o las leyes, para comenzar a unirse y amar. Sin querer aburrir a la ciencia con literaturas: a ver si va a ser cierto eso que dice el médico y cantautor Jorge Drexler y, desde la era del Mesoproterozoico, el amor es el plan maestro.

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