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Epilepsia: una historia de mitos, ciencia y desafíos médicos

Las crisis epilépticas son la segunda causa de atención neurológica en urgencias

Más de 400.000 personas padecen epilepsia en España; en Europa, más de seis millones, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Históricamente se ha hablado de ella como “el gran mal” (morbus major) o “enfermedad sagrada” (morbus sacer), atribuyéndole durante siglos orígenes mágicos y religiosos. La palabra epilepsia procede del verbo griego epilambano (“ataque súbito que sobrecoge”) y, si bien existen diversos tratamientos para mantenerla bajo control, la búsqueda de su cura es todavía un reto candente para la comunidad médica.

Julio César, Dostoyevski, Alfred Nobel; todos ellos padecieron ataques convulsivos que condicionaron sus trayectorias. La epilepsia es una enfermedad que acompaña al ser humano desde los escritos egipcios y mesopotámicos, siendo el griego Hipócrates el primero en situar su origen en el cerebro.

La epilepsia nace en el cerebro

El cerebro es un órgano que funciona mediante impulsos eléctricos. Las neuronas se comunican entre sí a través de descargas que viajan no solo entre los hemisferios y lóbulos cerebrales, sino que llegan a cada extremo del organismo. Cuando funcionan correctamente permiten generar recuerdos, percibir imágenes, sonidos y sabores, regular nuestros ciclos hormonales o coordinar cada movimiento muscular. Son descargas perfectamente organizadas y sincronizadas que, por el contrario, cuando fallan, dan lugar a patología.

La epilepsia se define como la predisposición a padecer descargas eléctricas anómalas. Se trata de pequeñas tormentas eléctricas que alteran el estado de las neuronas, afectando a sus funciones habituales; cortocircuitos reversibles que durante un período limitado de tiempo dejan al cerebro en jaque.

Las causas varían entre pacientes, sobre todo en función de la edad. En los más jóvenes suele asociarse a condiciones genéticas, infecciones o anomalías en el desarrollo del cerebro. Por otro lado, en adultos y ancianos se relaciona más frecuentemente con accidentes cerebrovasculares (como ictus), o con tumores cerebrales. Finalmente, a cualquier edad los golpes en la cabeza pueden dar origen a lesiones cerebrales que causen epilepsia. Puede ser un único traumatismo, como en un accidente de tráfico, o múltiples y repetidos, como en el caso de boxeadores o jugadores de rugby.

Una enfermedad como cualquier otra

Como sentenció Hipócrates en sus tratados, la epilepsia no es una enfermedad «más divina ni sagrada» que ninguna otra. Se trata, no obstante, de una condición asociada a estigmas que se extienden a los últimos milenios, afectando aún a quien la padece. Conocerla y entenderla es el primer paso para reducir la carga de los prejuicios que la envuelven, liberando a los pacientes y sus familias del estigma que todavía comporta.

La epilepsia no son solo convulsiones

En el imaginario colectivo la epilepsia es una enfermedad convulsiva, un trastorno caracterizado por sacudidas y contracciones incontrolables durante las cuales el paciente pierde la conciencia. Esto es a lo que los clásicos se referían originalmente como “gran mal”, pero hoy sabemos que la epilepsia puede manifestarse de muchas otras formas, y que no siempre implica un desmayo o convulsiones. De hecho, esta forma de epilepsia representa solo el 25% del total.

Las crisis epilépticas, que es como nos referimos a cada episodio, no afectan sólo al movimiento. El origen es siempre una descarga eléctrica inusual, pero su resultado depende de la región cerebral afectada. Sabemos que nuestro cerebro está dividido en áreas con funciones definidas; distinguimos los centros de control del movimiento, del habla, de la vista o las emociones, entre muchos otros. Según la región concreta en la que se produzca la descarga, el paciente sufrirá unos síntomas u otros.

Diagrama de la visión lateral del cerebro humano con algunas de las principales áreas resaltadas, implicadas principalmente en la escritura, el habla y la comprensión del lenguaje. Azul: formación de palabras. Rosa: procesamiento de sonidos. Amarillo: lectura y escritura. Verde: comprensión de las palabras y selección del léxico. Naranja: interpretación del lenguaje | Fuente: Wikimedia Commons

Las crisis focales

Es muy frecuente que este cortocircuito se limite a un área pequeña del cerebro, afectando únicamente a las competencias de esas neuronas concretas. Esto es lo que se llama crisis focal. Estas descargas son temporales, y cuando el cerebro consigue sobreponerse de nuevo, el paciente vuelve a la normalidad.

1. Cuando se afecta el movimiento

Durante este tipo de crisis podemos encontrarnos con movimientos anormales que afectan solo a los ojos, la cabeza o las extremidades, pero sin las clásicas convulsiones. Sin embargo, además de estos, existe una amplia variedad de síntomas que se pueden desencadenar por una crisis focal.

2. Cuando se afecta la percepción de la realidad

Pueden aparecer alucinaciones, tanto visuales como auditivas, o incluso olores, tacto y sabores. En este caso, las descargas eléctricas afectan a las áreas sensoriales del cerebro, generando la sensación de oír voces, visiones extrañas o sabores inexplicables, que son para quien las sufre tan reales como cualquier otra experiencia.

3. Cuando se afectan la memoria y la psique

Si las descargas ocurren en los centros de la memoria, el paciente puede padecer amnesias, llegando a olvidar incluso a sus parejas, hijos, o la forma de llegar a sus casas. Pueden aparecer otros fenómenos como déjà vu (la sensación de haber vivido ya el momento presente) o jamais vu (algo que se debería sentir como reconocible y familiar se experimenta como extraño e incomprensible). En ocasiones sufren una incapacidad temporal para hablar o deterioros cognitivos repentinos.

A diferencia de en sujetos sanos, en pacientes epilépticos estas sensaciones son muy intensas, asociándose con frecuencia a ansiedad y miedo. Del mismo modo, pueden padecer alteraciones severas del estado de ánimo y emociones que los embargan por completo.

4. Cuando se afecta el interior del cuerpo

Lo más frecuente es tal vez la afectación epigástrica. Una sensación desagradable a nivel del estómago que parece ir subiendo, agarrotando el tracto digestivo en sentido ascendente. En otras ocasiones, se asocian síntomas más inespecíficos como hormigueos, entumecimientos o alteraciones del ritmo cardíaco, así como dilatación de las pupilas o enrojecimiento de la cara.

Simple y complejo

La frontera entre lo que llamamos una crisis focal simple y una crisis focal compleja es la pérdida de conciencia. Si el paciente se mantiene despierto y alerta durante la crisis, diremos que es simple, mientras que, si termina perdiendo el conocimiento, la definiremos como compleja.

Por muy extravagantes que puedan parecer estos síntomas debemos entender que no nos encontramos ante pacientes con psicosis, esquizofrenia o trastornos del estado de ánimo. Todas estas manifestaciones ocurren en el contexto de la epilepsia, como consecuencia de una descarga eléctrica inesperada.

Generalización

Es posible que el cerebro no sea capaz de contener estas descargas eléctricas limitadas en una sola región, y que acaben generalizándose. Con este término nos referimos a una crisis focal que se termina extendiendo a la totalidad del cerebro; la tormenta eléctrica no entiende de fronteras y nubla todas las funciones centrales del organismo.

1. El “gran mal”

En este caso podemos encontrarnos con el “gran mal”, que más específicamente se denomina crisis tónico-clónica. La persona cae al suelo con las articulaciones rígidas (fase tónica) hasta que rápidamente se producen sacudidas rítmicas de brazos y piernas (fase clónica). El paciente puede morderse la lengua, expulsar espuma por la boca y experimentar una relajación de esfínteres. Además de esta forma de generalización, tal vez la más conocida, existen otras igualmente relevantes:

2. El “pequeño mal”

Por un lado, podemos observar el “pequeño mal”, las crisis de ausencias. El paciente experimenta una desconexión del medio, quedándose con la mirada fija en un punto, mientras la descarga eléctrica recorre todo su cerebro. Si están de pie no se caen, y la recuperación es brusca e inmediata, tras unos pocos segundos, sin recuerdos de haberla padecido.

3. Crisis atónicas

Puede darse una crisis atónica, una pérdida repentina del tono muscular. Aquí sí, los pacientes pueden sufrir caídas y lesionarse durante el episodio. Todos sus músculos pierden de golpe la fuerza incluso para mantenerse erguidos.

Además de estas, existen otras crisis como las mioclónicas o las tónicas. Los lectores más curiosos encontrarán en el siguiente enlace una descripción más detallada de los distintos tipos de crisis.

Por último, especificar que no todas las crisis generalizadas (las que afectan a todo el cerebro) nacen de una crisis focal (las que afectan solo a una región limitada). Es frecuente que el cerebro del paciente epiléptico lance directamente una descarga generalizada, a todas las neuronas, provocando de golpe y sin previo aviso convulsiones como las del “gran mal”.

Los desencadenantes de la epilepsia

El principal factor capaz de detonar una crisis es el estrés y, particularmente, un estrés al que el paciente no esté acostumbrado.

A día de hoy, el segundo detonante más habitual es el olvido de la medicación. El tratamiento de la epilepsia suele requerir unas pautas rigurosas de fármacos que se llegan a tomar hasta cuatro veces al día, todos los días. Con frecuencia, estas pastillas tienen el efecto deseado y son capaces de controlar las crisis. Esto genera en el paciente la sensación de que, tras largos períodos libres de crisis, los fármacos ya no son necesarios. De este modo empiezan a ser cada vez más flexibles en cuanto a las tomas, terminando por olvidarlas y, por lo tanto, perdiendo su efecto.

Los tratamientos antiepilépticos pueden tener además notables efectos secundarios. Esto desincentiva a muchos pacientes de mantener las pautas médicas, y en muchos casos termina por exigir múltiples cambios de medicación y combinaciones de distintos fármacos. Así, se complica recordar y mantener la adherencia al tratamiento, terminando por desencadenar nuevas crisis.

Por último, el tercer factor precipitante más frecuente es la falta de sueño. De este modo, trabajos que exigen mantenerse despierto o alterar los ciclos de sueño, así como trasnochar en fiestas o por cualquier otro motivo, pueden terminar por provocar una crisis.

Siguiendo a estos, por orden de frecuencia, tenemos los destellos luminosos, la menstruación, o el alcohol, entre otros. A menudo estos factores se combinan entre sí, siendo difícil discernir con claridad cuál ha originado realmente el ataque.

Vivir con epilepsia

A modo de resumen, podemos concluir que la epilepsia es una enfermedad que nace en el cerebro, cuya causa varía principalmente en función de la edad. Las crisis pueden afectar al movimiento, con convulsiones y sacudidas, pero también a las emociones, a los sentidos y la memoria. Se producen por descargas eléctricas anómalas, que pueden concentrarse en pequeñas regiones del cerebro (crisis focales) o expandirse a la totalidad del órgano (crisis generalizadas). Los desencadenantes más frecuentes son el estrés, el olvido de fármacos y la falta de sueño, considerando que su tratamiento requiere mucha disciplina y, con frecuencia, múltiples efectos secundarios.

En la página web de Vivir con epilepsia podréis encontrar cantidad de recursos y artículos para profundizar en el conocimiento de esta enfermedad y aproximaros a las realidades de los pacientes que la padecen, así como campañas informativas y de concienciación.

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