La serie española narra, una vez más, las historias más crueles de la forma más humana
La serie Rapa ha estrenado su segunda temporada el pasado 15 de junio en Movistar +. Javier Cámara y Mónica López vuelven de nuevo a dar vida a Tomás y a Maite, que se enfrentan a nuevos casos. Sin embargo, lo mejor de Rapa no son las investigaciones como cualquier otra trama policíaca, sino el factor humano que hay detrás de todo ello: los dilemas morales, la empatía y la intimidad.
Rapa no podría definirse como una serie cotidiana, ni mucho menos trágica. Cuando uno entra a Movistar + a ver Rapa, espera ver todos los elementos clásicos de lo que sería una novela negra: una investigación de asesinato, tensión, intriga y giros de guion constantes. Quizá se espera que siga el esquema de cualquier otra serie del estilo. Y, sí, el espectador encontrará lo que busca, pero más allá de la pura adrenalina de la curiosidad no podrá evitar sentir ternura. Probablemente “ternura” es la última palabra que aparece en el guion de cualquier thriller, pero lo que uno no sabe cuando da al play para ver Rapa, es que encontrará unos personajes tan bien construidos que no sabrá salir de ellos ni abandonar sus luchas.
Javier Cámara es uno de los clásicos. Pero en este caso, lejos de la comedia, interpreta un personaje de tal profundidad que ni siquiera en la segunda entrega de la serie se consigue descifrar. Tomás, el personaje de Cámara, padece ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). En ningún momento la historia gira en torno al deterioro del protagonista por la enfermedad, aunque condiciona claramente las motivaciones de Tomás, pero preavisa al espectador de que quizá todo lo que haga Tomás, será lo último que haga. Por eso es tan emocionante ver cómo dedica su tiempo, quizá clave, para investigar casos de asesinato y no se puede evitar acabar sintiendo ternura por él. Y eso que el personaje es el perfil de persona con el que no le resultaría agradable a nadie cruzarse, es gruñón y solitario, pero la forma misma de afrontar la enfermedad (no con humor, ni de cerca) dice mucho más de él que lo que se ve.
Por otro lado, Maite, es una agente de policía que tampoco es que sea una persona especialmente amable ni sensible, pero detrás de esa coraza, mucho menos gruesa que la de Tomás, la empatía le rebosa por los poros de la piel. Y, siendo dos personas que jamás habrían congeniado, acaban cruzando sus caminos por un crimen y la necesidad (o deseo, en caso de Tomás) de resolverlo. Sin querer, se quedan en la vida del otro.
Y puede que haya mil historias de amigos. Puede no, las hay. Pero esta trama ofrece algo más que la cotidianidad: la construcción de la amistad por encima de la enfermedad que padece Tomás. Querer y cuidar a alguien sabiendo que padece una enfermedad mortal es, probablemente, una de las mayores declaraciones de amor. Esto no convierte la serie en un drama, pero regala momentos tiernos que le otorgan ese nivel de personalidad.

Pero alrededor de toda la historia personal de Maite y Tomás, ambos se embullen en crímenes a resolver. Tomás demuestra que lo único que le ilusiona es encontrar casos interesantes, complicados, rebuscados, que jamás podría solucionar sin el apoyo policial de Maite. Por tanto, acaban convirtiéndose en un equipo, imprescindibles el uno para el otro.
Es precisamente esto, la curiosa combinación entre el thriller y la ternura, lo que hace que Rapa sea especial. Sí, las investigaciones por asesinatos son interesantes y originales, pero sin la esencia y profundidad de sus personajes quizá nunca habría sido lo que es.
Los personajes que, por sí mismos, son dilemas morales
Los protagonistas no son los únicos con una personalidad arrolladora en la serie. En las dos temporadas se presenta un caso de asesinato. Y, en ambas, a medida que se va descifrando la encrucijada, no se sabe quién se desea que gane.
Humanizar a los asesinos es probablemente uno de los mayores desafíos de los thrillers. ¿Cómo empatizar con alguien que ha matado a otra persona? O incluso que lo ha hecho más de una vez, o sin ningún resentimiento o culpa (y no se trata de esas historias de asesinos famosos por fanatismo). En Rapa no necesitan más que un pasado y una víctima. Convertir a los agresores en una víctima a su vez hace que el espectador no sepa lo que siente hacia los propios asesinos. ¿Cómo valorar la situación? ¿Se puede justificar un crimen por haber sufrido otro, quizá desproporcionado, pero quizá igual de atroz?
El espectador no puede parar de preguntarse si los asesinados merecían o no su final, lo que conlleva descubrir los propios límites morales de cada uno. Los personajes más enrevesados y recónditos de Rapa suelen ser, precisamente, los asesinos. Se acabó la época de “buenos y malos” en las nuevas producciones, todos se encuentran entre una tonalidad de grises que pueden convertirles en seres crueles o en víctimas desesperadas.
A la humanización tanto de los protagonistas como de los antagonistas, se le suma el factor del tiempo. Siempre está presente por la enfermedad de Tomás, pues nunca se sabe cuándo será su final. Pero en la segunda temporada, juegan con él de una forma especial. Se presenta un caso de asesinato de hace 20 años, que no fue resuelto, al que le quedan tres semanas para prescribir. Con toda la carga personal y emocional que llevan los personajes, aún tienen que hacer una carrera. Pero, como en todos los casos, después de todo es difícil saber cuál era el final feliz. ¿Había final feliz acaso? Quizá, en la vida real no haya finales felices del todo. Y Rapa es un poco eso, un cúmulo de verdades atroces acompañadas de las cosas bonitas de la vida, que la hacen más amena.