Serko continúa con su 125km Tour, su gira más exitosa y que ya ha colgado el cartel de sold out en Bilbao, Madrid y Barcelona
Granada es una ciudad que respira arte por cada esquina: en los arcos de la Alhambra, en los versos de Lorca, en los graffitis del Albayzín y en las melodías de Dellafuente que resuenan por sus barrios.
Y, entre tantas voces, los motores del Kart Royale, los gritos con JC Reyes o el concierto gratuito de Saiko —no confundir el nombre con el de nuestro protagonista— hubo quien eligió un refugio distinto.
En la Sala El Tren, Serko abrió las puertas de su coche y nos ofreció un viaje hasta su casa. A 682 km de su Barcelona natal, Serko llega a Granada para continuar con su gira con más público hasta la fecha. Pasadas las 21:20h, el viaje arrancaba motores tras un vídeo introductorio donde el cantante plasmó la intimidad y cercanía que tiene con su proyecto y sus fans.
La primera en sonar fue Las Flores a golpe de batería, para después deslizarse en No pido más con la dulzura de la caja. Un inicio que marcaba ya la tónica de la noche: contrastes entre la fuerza y la calma, entre el grito colectivo y la confesión íntima.
El inicio del viaje
Con Volver a empezar, Serko confesó con una tímida sonrisa, sus ganas de volver a empezar esta gira que acaba de arrancar. El viaje continuó con La luz de la ciudad y Ya lo decía la mamá, canciones que encendieron Granada como farolas en plena madrugada.
“Las canciones las escribo para uno, pero luego acaban siendo para todos”, confesaba antes de La Orilla, como si cada palabra se expandiera más allá del destinatario inicial. El público lo entendió y lo abrazó, sobre todo cuando llegó uno de los momentos más esperados: Todo irá bien, que sonó como un himno de resistencia y esperanza.
El propio Serko reconoció estar tocado de voz por la intensidad de la gira, y fue entonces cuando se produjo uno de los momentos más especiales de la noche: la ayuda del público para cantar. Granada recogió su invitación y, a coro, sostuvo temas como Desvelao, dejando claro que la música es un acto de comunidad, no de perfección.

Mareas de memoria
La segunda mitad del concierto navegó entre las olas de la nostalgia, donde también cantó sus canciones antiguas, como Mareas, recordando sus inicios en el rap y haciendo un guiño a sus fans más fieles.
Ventolá y Volver a ti intercaladas con mensajes, dedicatorias y recuerdos, como cuando llegó Guerrera. No, no era la de Dellafuente con chándal y de barrio; era otra guerrera, más íntima, más rota. Una lucha que no se libra en las calles del Zaidín, sino en las trincheras de uno mismo.
La fiesta del pueblo
Cada tema recorría unos metros más hasta llegar al destino final del viaje, el momento culmen del concierto y donde el público estalló. Con sus ya himnos Te Cantaré y Si Supieran.
La pista se transformó por unos minutos en una plaza de pueblo. En la de Serko, o en la tuya, no importa. Y como en toda fiesta, el vocalista, sintiéndose uno más de su gente, bajó para vivirlo lo más cerca de los suyos. En medio de la plaza, una plaza con paredes y techo, y a golpe de batería y bajo, el público rodeó al cantante, pero sin convertirse en un pogo.
Y juntos, se regalaron los versos más sinceros y bonitos que cualquier niño criado en un pueblo puede recitar: «Y si supieran que descubrí el amor en una plaza del pueblo»
Graná despidió a Serko con gratitud, sabiendo que había asistido a un concierto que no fue solo música, sino también confesión, terapia y celebración. El corto viaje llegó a su fin, como esos largos viajes en coche, esos en los que todavía no quieres llegar a tu destino para disfrutar un poquito más del trayecto y la compañía.
El concierto, un viaje de hora y pico confirmó que, a veces basta con recorrer 125 kilómetros —o 682— para descubrir que lo importante no es llegar, sino compartir el camino.

