Una obra impactante y sobrecogedora, a la par que necesaria
El célebre clásico de Lope de Vega parece no encontrar fin. Y esta vez son la directora Rakel Camacho, junto a la versión de María Folguera, quienes llevan adelante las riendas de esta función, la cual se encuentra en escena desde el pasado 25 de septiembre hasta el siguiente 23 de noviembre en las tablas del Teatro de la comedia.
Contexto histórico
Lope de Vega trasladó en su momento la historia de un pueblo de 1476, en Córdoba. El cual sufrió las tiranías del comendador Fernán Gómez, quien abusó a mujeres, entre ellas, a la protagonista Laurencia, y que denigró a su vez a los hombres que trataban de defenderlas, manchando así el honor y la identidad de todo un pueblo, los cuales decidieron sublevarse dando muerte al tirano.
En ese contexto histórico, los Reyes Católicos acudieron a investigar el crimen, pero todos los habitantes respondieron de forma unánime: “Fuenteovejuna lo hizo”, a pesar de las torturas a las que les sometieron y demostrando así un fuerte compromiso de unidad y cuidado de los unos a los otros.

Simbolismos
Rakel Camacho recoge la historia y la acerca con una perspectiva especial, incómoda, brutal y ejemplar a partes iguales, con una estética sublime. Entre humo y jotas empieza la función. En un escenario peculiar, pero cargado de simbolismos: un puente de color rojo sangre flanqueado por estacas que recuerdan al conde Drácula, un cuerno enorme que evoca a lo más primitivo del ser humano, sedas y cadenas que propician ese aura mística.
Esta obra destila garra y sentimientos. Pero no solo desde lo común y lo cómo. Si no desde una emocionalidad exacerbada, que genera controversia a gran parte del público. Para la directora era importante mostrar tanto la violencia más ruin, como el amor entre el prójimo. Elementos que dialogan y discuten entre sí. Con una fiscalidad latente y persistente en todo el arco narrativo. Donde gestos obscenos, borbotones de sangre, música estridente y elementos fálicos encarnados en pistolas se vuelven arte y confluyen en el grito desgarrador del pueblo. Sobre todo el de las mujeres.
Obra que se acerca a la actualidad
A pesar de 406 años de diferencia entre este 2025 y el año 1619 cuando Lope mostró a la luz su creación, se puede observar cómo los problemas que presentan son de la misma naturaleza. Este era el enfoque principal de Camacho. Y es que, ¿en un mundo de violencia, cómo se acaba con ella?
Yugos como el machismo y el odio enmarcan los tópicos sociales de años y siglos atrás, y lo espeluznante de la representación son ciertas escenas que podrían darse en el día a día. Ya sean las bromas machistas y normalizadas entre hombres y la forma tan despectiva de hablar de las mujeres cuando estas no están presentes, haciendo símiles con presas, las cuales desean cazar y poseer.
Y por desgracia, en el pico de estas realidades se encuentran las violaciones que siguen protagonizando gran parte de los telediarios en nuestro país, todo ello por la incapacidad de asunción ante la negativa de una mujer.
El carismático elenco
Eso sí, la arriesgada versión de Camacho no se podría haber llevado a cabo sin el talentoso elenco de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Son protagonistas: Pedro Almagro, Mikeles Arostegui Tolivar, Lorena Benito, Carmen Escudero, Mariano Estudillo, Cristina García, Jorge Kent, Pascual Laborda, Vicente León, Lucía López, Cristina Marín-Miró, Chano Martín, Eduardo Mayo, Nerea Moreno, Laura Ordás, Jaime Soler Huete, Fernando Trujillo, Adriana Ubani y Alberto Velasco.
Broche final
En línea con los paralelismos actuales y Fuenteovejuna, Rakel deja caer el telón con un fuerte mensaje que busca remover conciencias, denunciando así el genocidio a Palestina por parte de Israel. El pueblo vencedor se agrupa y celebra con varias kufiyas en mano. Y enardecen a la bandera de Palestina, que se encuentra en el medio de la tarima, arropada por todos en un cántico victorioso. Reclamando la paz, la dignidad y liberación ante la asfixia del opresor.

