«Yes we can» o «Tú puedes» resume la consigna de la sociedad del rendimiento, como explica Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio
Pero, ¿cuánto hay de cierto en esta afirmación? Esta extendida positividad es, en realidad, una inherente negatividad oculta que esconde su carácter negativo en una artificiosa superioridad moral. No es cierto el «tú puedes». Aunque físicamente seas capaz, no siempre se consigue llegar a todo lo pensado. ¿Y qué pasa con el sujeto que no abarca todo en una sociedad donde parece que el hombre ha alcanzado el culmen del conocimiento?
Para Byung-Chul Han hace falta de esa negatividad que reacciona a modo de choque ante los agentes de subordinación. Tal como postuló Hegel, la negatividad es esencial, ya que mantiene con vida la existencia. El filósofo surcoreano-alemán justifica que la sociedad siempre ha mostrado una reacción inmunológica. Por ejemplo, antes del descubrimiento de las vacunas, el miedo a lo vírico era irrefutable, visto como una problemática claramente negativa.
Por otro lado, la sociedad disciplinaria de Foucault —compuesta por hospitales, manicomios, cárceles, cuarteles y fábricas— ya ha perdido relevancia. Tampoco nos encontramos en una sociedad de la represión, como la freudiana, regida por la negación y el deber. Esto es porque conservan una connotación negativa: poseen el «no».
Es decir, aunque el individuo realice ciertas acciones, si su aparato psíquico se forja en la negación, este se desvincula de la culpa y parte de responsabilidad propia, debido a que tiene algo externo con lo que racionarla. Semejantes sociedades han dado paso a gimnasios, edificios de oficinas, bancos, aeropuertos, centros comerciales y laboratorios genéticos. Ahora, en la sociedad del rendimiento, el deber abre camino al «poder hacer», ese del que venía hablando.
Para Han, esto es la libertad coercitiva, y dice que «esta autoexplotación es más eficaz que la explotación externa, porque conlleva una sensación de libertad. Las víctimas ya no se distinguen de los verdugos». Entiendo bien esta sensación, puesto que la vivo a diario, y gracias a Byung he comprendido que es una problemática en la que nos vemos inmersos en esta Modernidad tardía, debido a que es más bien algo sistemático. Y la cuestión no radica en la cantidad o carga de trabajo, sino en esa necesidad de rendir de forma excesiva y mecánica.
Comenta que el sujeto de la Modernidad tardía es esclavo de un narcisismo para consigo mismo, y se pierde en el abismo entre yo real y el yo irreal. Se desdobla el yo, como ya contemplaba Kant. Otra terminología que se expone es la del homo liber, en que en realidad es homo sacer. Este último término lo defendió Agamben aunque, para Han, el ser humano actual no ve lo perjudicial de este forzamiento propio a la producción.
El individuo «sufre un colapso psíquico, que se designa como burnout o síndrome de desgaste laboral. El sujeto forzado a rendir se mata a autorrealizarse. Autrorrealización y autodestrucción coinciden aquí». Concuerdo en su mayoría con él, y es que un elemento potenciador es la presión que nace de uno mismo: nos imponemos unas expectativas —a veces imposibles— las cuales parecen no tener límites, al ser nosotros el límite en sí.
Damos por sentado que el multitasking es una cualidad ventajosa del ser humano. Sin embargo, Byung-Chul Han explica que es algo propio de los animales en la naturaleza, al tener estos que estar pendientes de sus crías, acechar a las presas y cuidarse de los depredadores. Por consiguiente, realizar tantas cosas a la vez más bien es un retroceso.
Ante esta disyuntiva, Han propone una posible solución: la contemplación. Aunque considero que falta mucho camino de introspección para superar tal obstáculo. La contemplación es mucho más compleja que la hiperactividad.
De hecho, la contemplación es activa en sí misma, puesto que gracias a ella se han fomentado el arte y gran parte de las grandes aportaciones humanísticas en la historia. Se menciona a esa capacidad de mirar nombrada por Nietzsche, ese hacer que el ojo se acostumbre a la calma.
De la contemplación nace la novedad, lo esencial y sublime. Un arte complicado de encontrar en esta Modernidad tardía, marcada por un hipercapitalismo que hace de las relaciones humanas meras relaciones comerciales, y donde la fiesta genuina da paso a eventos esporádicos carentes de alma.
Quizá, al recuperar la capacidad de contemplar, logremos liberarnos de la autoexplotación y hallar algo de equilibrio. Tal vez así, como advierte Han, la persona moderna deje de ser «demasiado vital para morir y demasiado muerta para vivir».

