Un viaje crítico y sensible por música, cine y la memoria creativa de Alfred Brendel, un pianista único en su especie
Resulta difícil acercarse a Milagrería y escalas disonantes sin pensar en la figura imponente y, a la vez, profundamente humana de Alfred Brendel. Pianista colosal, ensayista lúcido y observador incansable del mundo cultural, Brendel ha cultivado siempre una doble mirada: la del intérprete obsesionado con la estructura y la del poeta atento a la emoción que subyace en cada obra.
Publicado por Editorial Acantilado, este volumen vuelve a demostrar que su pensamiento —como su música— combina rigor, ironía, sensibilidad y un sorprendente sentido del humor.
Brendel, nacido en 1931 y formado en Austria, dedicó su vida a descifrar y comunicar la esencia de los grandes compositores centroeuropeos: Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann o Liszt. Su carrera, jalonada por grabaciones de referencia y por décadas de conciertos, lo situó como uno de los intérpretes fundamentales del repertorio clásico y romántico. Pero el libro que nos ocupa no es un simple repaso a su legado musical, es una inmersión en la mente de un creador total. Es un humanista que entiende la música como pensamiento, como ética y como forma de vida.

De hecho, Milagrería y escalas disonantes confirma algo que cualquiera que haya leído a Brendel ya intuía, si escuchar sus grabaciones es un acto maravilloso que produce entusiasmo por las composiciones que interpreta, leer sus artículos causa un efecto similar por sus palabras. Brendel escribe como toca, con precisión y con una capacidad contagiosa para revelar matices que otros pasan por alto.
La mirada del intérprete
Uno de los apartados más reveladores del libro es precisamente el primero, “Mis grabaciones discográficas. Una retrospectiva (2013)”. En él, Brendel ofrece una lectura personal y crítica de décadas de registros. Más allá de la erudición musical, sorprende la sinceridad con la que evoca su formación:
“Antes de cumplir los quince años no había asistido nunca a un concierto sinfónico, un recital de piano ni una representación operística. Solo la radio ofrecía esporádicamente algún rayo de esperanza”.
Esta confesión resume de forma magistral la distancia entre el Brendel adolescente, aislado pero curioso, y el artista consagrado que llegaría a ser. También revela algo esencial, su relación con la música no fue fruto de un entorno privilegiado, sino de una vocación férrea que encontró en la escucha. Esa fue su primera vía de acceso a un universo que acabaría transformándolo.
El lector descubrirá en este artículo no solo reflexiones sobre Beethoven o Schubert, sino también un testimonio íntimo sobre la construcción de una sensibilidad. Brendel repasa sus decisiones, sus dudas, lo que cambiaría y lo que conserva con orgullo. Para cualquier aficionado al piano, estas páginas son casi una lección magistral disfrazada de memoria personal.
Un crítico del presente musical
Otro texto crucial del volumen es “Vida musical en transformación (2010)”. Aquí aparece el Brendel más irónico y también más contundente. En una época obsesionada por romper récords y convertir el arte en espectáculo, el pianista carga contra ciertas prácticas modernas de programación.
El autor escribe: “Una aberración espantosa son los llamados maratones. De momento, han sido muy puntuales los intentos de hacer tragar al oyente del tirón todas las sinfonías o todas las sonatas para piano de Beethoven ejecutadas por un único director o un solo pianista (con reparto de bocadillos en las pausas incluido)”. Y concluye con una claridad casi profética:
“¿Qué sentido tienen tales actos obsesivos? Supuestamente son ‘proezas inauditas’ que rompen récords, aunque nos cuesten la salud. Ojalá en el futuro podamos ahorrárnoslas”.
Este fragmento no solo exhibe el humor ácido de Brendel, sino que formula una crítica de enorme actualidad a la tendencia a convertir la música clásica en un producto de consumo rápido o en una prueba de resistencia, olvidando que su función es emocionar, transformar, revelar belleza y pensamiento. Su queja es la de alguien que ama profundamente el oficio y teme que la industria se aleje de su esencia.
Entre la teoría y la vida
El libro reúne artículos que abordan cuestiones estrictamente musicales —algunos de ellos exigen cierto conocimiento de teoría musical para disfrutarlos en toda su profundidad—, pero también textos transparentes, accesibles y emotivos en los que Brendel escribe sobre episodios puntuales de la vida cultural de los siglos XX y XXI. Entre ellos destacan su conmovedora reflexión sobre la muerte de su amiga Katja Andy o su análisis de la estafa de Joyce Hatto, un escándalo discográfico que puso de manifiesto cómo la industria puede manipular la percepción del público.
Estas piezas, de lectura más ligera para el lector no especializado, sirven como contrapunto perfecto a los textos más técnicos. En ellas, Brendel despliega un talento narrativo inesperado mezclando anécdotas, memoria personal y una mirada casi detectivesca sobre los mecanismos que mueven el mundo musical.
Gracias a esta variedad, Milagrería y escalas disonantes se convierte en un libro sorprendentemente equilibrado. Puede leerse como un tratado de interpretación pianística, como un conjunto de crónicas culturales, como un diario de reflexiones o incluso como un diálogo constante entre música y vida.
Más allá del piano, un humanista en tiempos fragmentados
Un elemento particularmente atractivo del volumen es el espacio que Brendel dedica al cine. Su interés por el séptimo arte —que se remonta a su juventud— no es un capricho pasajero, sino parte de una curiosidad intelectual que le permite establecer conexiones entre disciplinas. Sus observaciones cinematográficas son tan precisas como sus análisis musicales. Habla del ritmo, de la estructura, del uso del silencio, del carácter expresivo de ciertos planos o de la composición visual. La música y la imagen se entrelazan en su escritura de un modo que amplía la comprensión del lector sobre ambas artes.
Este cruce disciplinar, lejos de dispersar el contenido, refuerza la idea central del libro, Brendel entiende la creación artística como una red de significados compartidos, como un territorio común en el que se entrecruzan la emoción, la técnica y la intuición.
Quizá lo más valioso de Milagrería y escalas disonantes sea su retrato implícito de Brendel como un músico completo, un humanista que concibe su oficio no solo como destreza técnica, sino como responsabilidad intelectual. Su pensamiento encarna un modelo cada vez más raro, el del artista que investiga, que duda, que conecta disciplinas, que escribe con la misma exigencia con la que interpreta, que escucha al mundo para entender su propio lugar en él.
El lector termina el libro con la sensación de haber conversado con alguien cuya lucidez se alimenta no solo de miles de horas de práctica pianística, sino también de décadas de lectura, observación y reflexión crítica.

