Un diario sobre menopausia, identidad y mudanzas internas donde Garland se muestra con honestidad luminosa
En Diario de una mudanza, Inés Garland convierte un momento de quiebre vital en una exploración íntima de quién es, quién fue y quién está empezando a ser. Aunque el libro nace de apuntes sobre la menopausia, rápidamente se expande hacia una revisión profunda de las mudanzas, las reales y las simbólicas, que han marcado su vida. Con una escritura fragmentaria y sensible, la autora registra las transformaciones del cuerpo, los cambios de piel y los silencios heredados, componiendo un mosaico donde lo personal ilumina lo universal.
Lejos de tratarse únicamente de un libro sobre un proceso biológico, Garland lo convierte en un viaje hacia la identidad: el modo en que las mujeres han sido educadas para desear, sentirse válidas o existir “acompañadas”, y la manera en que esos mandatos pesan y, finalmente, pueden soltarse. También es un libro sobre el hambre emocional, la intuición perdida y recuperada, y la posibilidad de reconstruir la mirada propia más allá de lo que dictan la cultura, los hombres o los médicos. Escribe para encontrarse, y al hacerlo crea un espacio donde otras mujeres pueden reconocerse.
En esta conversación, la escritora habla de los miedos, los insomnios, las revelaciones y el ordenamiento, a veces caótico, que supuso escribir el libro. Reflexiona sobre el cuerpo, la felicidad, la violencia médica, el amor romántico y el acto de escribir como un modo de construirse. Con la franqueza que caracteriza su obra, Garland abre la puerta para hablar de lo que nunca se hablaba: la menopausia como transformación y renacimiento. Aquí, comparte ese camino.
Pregunta: ¿Por qué decides escribir sobre la menopausia?
Respuesta: Tenía muchas anotaciones sobre el tema y en un momento empecé a juntarlas y había una amiga que me dijo si no quería hacer un cruce epistolar, entonces hice un cruce epistolar que duró poco porque ella no es escritora y tardaba mucho en contestarme y yo empecé a embalarme. Y me di cuenta de que tenía un tema y que tenía algo de lo que quería hablar.
Además es un libro que habla de la menopausia, pero en realidad es como una mirada retrospectiva sobre muchas cosas de la vida que tienen que ver con mudanzas. Entonces me empezaron a aparecer historias y cosas que me dieron ganas de contar y armé esta especie de cosa superfragmentaria con historias que aparecieron y que necesité contar, pero en algún momento me di cuenta que tenía un libro. Pero no fue una decisión previa, fue ponerme a buscar, a encontrar cosas que respondían todas a ese momento tan particular de la vida. Pero no fue una decisión activa. No decidí que iba a escribir un libro sobre la menopausia, para nada.
P: ¿Es sobre la menopausia o es sobre la identidad?
R: Está escrito con el contexto de la menopausia, pero es muy posible que sea sobre la identidad, sobre quién somos, qué queremos, cómo es nuestro deseo, qué nos pasó en el camino. Todas las decisiones que tomamos, las mudanzas, las dificultades como vistas desde ese momento.
P: ¿Dejamos las mujeres de existir cuando pasamos la menopausia?
R: Así parecía, pero no. Ahora ya lo pasé y te diría que al contrario. Sí, es un cambio muy grande, casi como un cambio de piel. Pero diría que al revés, que es un renacimiento. Yo me siento renacida. Como más allá de muchos mandatos y jaulas y cosas que yo pensé que tenían que ser de una manera y no fueron.
Me interesa muchísimo lo que me está pasando. Y no tiene nada que ver con la muerte social que se les vaticinaba o que uno siente en determinado momento, porque yo también lo sentí. Es simplemente una transformación. Se sale del otro lado de otra manera.

P: Y esa muerte social que parecía que llegaba, ¿nos la ponemos nosotras o nos la ponen otros?
R: La pone la cultura y nosotras compramos la cultura. Lo mismo que tantas cosas que nos venden. Eso estuvo bueno, descubrí que era un invento.
Pero uno puede construir su realidad también. Si te lo crees y si no lo cuestionas, capaz que construyes tu propia realidad, que te haga infeliz y no importa, porque es lo que te dijeron que era y entonces lo mantienes. Como alimentar un fuego de algo que te dijeron que era así.
No fue lo que me pasó a mí. Yo dije: “no, esto no”.
P: ¿Crees que este libro es tu forma de construir tu realidad? ¿Ha sido más un proceso de buscarte o de mostrarte?
R: Escribir es mi forma de construir mi realidad. Este libro y todos los otros y los que voy armando y los que quiero armar. Totalmente, sí.
Ha sido un proceso de buscarme. Y después lo he mostrado. Pero primero me busco y después, inevitablemente o no, podría haber elegido no mostrarlo. Pero no, lo que más me importa es buscarme.
P: En este libro hablas del amor romántico como algo dentro de ti “inyectado como una tintura en el sistema nervioso”. ¿Hablas del deseo o de de la forma en que el amor romántico condiciona la vida de una mujer?
R: Del amor romántico. Del amor de cómo una mujer no puede estar sola en este mundo, tiene que tener un hombre al lado. Tiene que ser amada por un hombre para poder considerarse completa o válida. Me llevó 64 años soltar esa idea.
Hace unos meses apareció alguien, y empecé a salir con alguien, pero me di cuenta que es desde un lugar totalmente diferente, con una gran libertad, y como “Ay, no me compliques la vida”. Y no tiene nada que ver lo que él piense de mí con lo que yo pienso de mí ahora. “Si me entiendes bien, si te parece bien lo que hago bien, y si no te parece bien, lo voy a seguir haciendo”. Y eso no fue así jamás en mi vida. Dependía muchísimo de la mirada del otro y de los hombres que tuve en mi vida, pero estuve muchos más años sola que con otro, y creo que eso también me permitió ahora tener esta posición.
Porque, por ejemplo, publiqué a los 46 después de divorciarme, y escribía desde los 10 años, o sea que ahí tuve que poner otras prioridades durante mucho tiempo.
P: ¿Cuáles eran esas prioridades?
R: Primero, ser amada por un hombre. Eso significaba para mí preocuparme muchísimo de un montón de cosas. Después fue criar a mi hija, llevar adelante una familia con un hombre muy difícil. Y si a él le molestaba que yo hiciera cosas, no hacerlas. Y en un momento dejé todo eso.
Pero igual fue difícil. Fue difícil porque primero era “él no me deja”, pero después cuando me quedé sola era “no sé lo que quiero”. Y tenía que trabajar, entonces la prioridad fue trabajar. Trabajaba antes también, pero él tenía muy buena posición económica, entonces de repente era mantener un nivel de vida que era imposible, entonces dejarlo, acomodar, acomodar, mudanzas, mudanzas y más mudanzas.
P: ¿Y tus prioridades ahora cuáles son?
R: Estar muy atenta a mí misma, recuperar la intuición que la perdí por el camino. No la perdí, pero le presté muy poca atención. Escuchar a mi cuerpo y escuchar a mis emociones, cuidarme. No pretender entender por qué algo me da ganas o me da rechazo y seguir ese instinto más allá de que lo entienda o no. Por supuesto mi hija, pero mi hija tiene 31 años, respetando enormemente sus elecciones y acompañándola a equivocarse si es que considero que es así, simplemente escuchando y acompañando. Pero es muy distinto a cuando era chiquita, claramente. Entender que ella es una persona adulta, libre, que va a cometer sus errores y va a pagar sus precios como cualquier persona.
«Hace poco encontré en un Instagram la palabra «kukhisabishii», palabra japonesa para cuando no tenés hambre, pero comés porque tu boca se siente sola. Supe que, sin saberlo, lo sabía.»
P: Durante todo el libro repites el concepto del hambre. Escribes: “algunos días me parece que lo único que puedo hacer es comer”. Es un concepto continuo, y no sé si es algo del libro propio o es algo que te ha acompañado durante mucho tiempo. No sabes de qué tienes hambre. ¿Has encontrado lo que querías comer?
R: Sí, bastante. Igual hay días que me agarra. Eso de no sé lo que quiero, pero voy a comer. Ahora que lo dices, creo que ha sido una constante en mi vida. En realidad es hambre emocional. Es hambre de conexión con otros. Pero cuando no se da, lo suplanto por comida. Es mi manera de calmar.
Me parece que es muy primario, muy infantil. Muy capaz que hasta antes, cuando era chiquitita. Y está ahí todavía. Pero ahora lo ubico. Digo “hoy estoy así” o “hace media hora que estoy comiendo galletas con mantequilla, me parece que ya está, ¿no?”, o también “¿Qué me pasó hoy que estoy con esta hambre?”. Y permitirla sin pensar que es un horror. Parece que soy humana y que me pasan estas cosas.
P: ¿Entonces no hay culpa después del hambre?
R: A veces sí. Sí, hay culpa. Como con las adicciones en general. Hay un hombre que se llama Gabor Maté y él dice que cuando, por ejemplo, alguien es adicto, no hay que preguntar por qué la adicción, sino por qué la pena, por qué el dolor. Entonces cuando yo me siento adicta (adicta puede ser galletas con mantequilla o puede ser tomar demasiado alcohol un día), me pregunto: «¿Qué dolió hoy? ¿Qué es lo que me llevó a hacer eso?».
Y me ha servido mucho para entender que debajo de algunas acciones hay algo supervalioso de detectar. Y cuando me preguntabas lo de las prioridades, una de mis prioridades es esa. Detectar lo que está por debajo y como encararlo directo, no dejarme engañar por mí misma.
P: Hablas de la mudanza, de un cambio vital, de cuerpo, exterior también, de piso, y al hacer esta mudanza, al plasmar este libro, aunque fuera por ratos, ¿hubo algo que te desbordara?
R: Bueno, el desorden del libro, que luego ordené, pero en un principio realmente me superó la cantidad de digresiones y de fragmentos, y no sabía cómo ordenarlos, cómo repartirlos. Por ejemplo, el carpintero aparecía en la página 70 y el libro se desviaba, entonces fue adelantarlo, y que no fuera muy mareante. Pero la verdad es que no sabía si había resultado hasta que aparecieron los lectores, que a nadie pareció molestarle. Pero a mí me daba susto que fuera tan desordenado, y era mucho peor cuando terminé la primera versión.
La vida es desordenada y en mi cabeza no te digo. Además asocio, asocio, asocio, asocio muchas cosas todo el tiempo, entonces cuando hablo doy vueltas, después me acuerdo y vuelvo, y es muy así este libro, es muy mi manera de pensar.
P: Hablas del cuerpo todo el tiempo, de cómo te percibes, de cómo te pueden percibir otros. ¿Cómo se pone el cuerpo en palabras?
R: Ese gran desafío, ¿no? Siempre me dicen que hay mucho cuerpo en mi escritura, tal vez sea algo que yo hago naturalmente. Tengo mucha conciencia del cuerpo, he sido atleta. Pero quiero más todavía, ahora estoy percibiendo otras cosas, como las emociones. Si digo algo, por ejemplo, que es muy verdadero para mí, siento escalofríos, eso antes no me daba cuenta, y ahora estoy muy atenta a mi cuerpo, la panza me habla un montón.
P: Las emociones, has dicho que intentas registrarlas y ser más consciente de ellas. Hay un pasaje en el que escribes que hay “que aprender a soportar la felicidad”. ¿Has aprendido a soportar la felicidad?
R: Creo que estoy aprendiendo. A soportar la felicidad y a crear alegría. A no pensar que lo que tiene más intensidad es la tristeza o la desesperación. Esto viene por la edad.
P: ¿Te sientes libre cuando pones todo esto en palabras?
R: Me calma, no sé si me siento libre, pero me calma, me ordena, y después cuando me doy cuenta de que eso llega al otro lado, me emociona muchísimo.
P: Es un libro muy personal, habrá muchas partes de ficción también, pero ¿cómo manejas la transición entre lo personal y lo público?
R: Yo no soy consciente cuando escribo de qué va a pasar, si otros lo van a leer, trato de prestarle muy poca atención a eso. Yo estoy tratando de escribir de la mejor manera posible. Después cuando corrijo también, por supuesto en algún momento le leo a alguien, como a alumnos o a mis amigos escritores, para ver qué piensan, y después eventualmente a las editoras. Pero no pienso en nadie cuando escribo, solo en que esté bien hecho.
P: ¿Y a tu hija le has leído este libro? Escribes sobre ella. ¿Crees que ha hecho que te entienda mejor?
R: Sí, le leí antes de publicarlo. Me agradeció mucho el libro, le gustó mucho, y además se lo leí por las partes que hablan de la hija, porque ese viaje a Nueva York es superautobiográfico y no quería que se sintiera expuesta o que le doliera. Me dijo: “esto es una madre con un hijo adolescente, no somos solo nosotras”. Con eso me dio permiso. El libro me dio mucha alegría que le gustara, que le pareciera que le iba a gustar a otras mujeres, dijo que quería que lo leyeran sus amigas. Estuvo lindo.
P: Al principio dices que en tu familia no se hablaba de la menopausia, tú ahora hablas de la menopausia y a tu hija le has hablado de la menopausia. ¿Crees que esto puede abrir algo, ya no solo entre vosotras, sino algo a futuro en el que se hable más de este proceso?
R: Ojalá que sí. Me da esa sensación, porque en todas las reuniones con mujeres, en clubes de lectura, apareció esto de la puerta que se abre para hablar de las cosas. Inclusive gente joven que dice que le interesó que se abra esa posibilidad, aunque les falte mucho o dicen “yo no tengo nada que ver con esto, pero ha pasado mucho de que mi madre está pasando por esto, o pasó y no me enteré”. Eso es precioso para mí, porque quizás sí abra la posibilidad de que hablen más las madres con las hijas, o que se hable de cosas que antes daban mucha vergüenza.
P: Porque de los sofocos sí que se suele hablar, aunque sea desde un tono más humorístico. Pero hablas del frío, en las primeras páginas escribes que no se habla del frío de la menopausia.
R: Y no todas las mujeres sienten frío, pero hay algunas que me han dicho que no se habían dado cuenta de que era la menopausia. Yo también tengo unos fríos terribles y nunca los asocié.
P: ¿Y los insomnios, esas noches sin dormir, escribes que es parte del climaterio, de la menopausia, pero crees también que es parte de ser escritora? ¿De darle vueltas a las cosas y estar buscando esas ideas?
R: Yo creo que sí, me ha pasado en la vida. No tanto tener insomnio, pero levantarme en la mitad de la noche con alguna cosa que necesito escribir, de hecho, duermo con un anotador en la mesa de luz. Pero los insomnios de la menopausia son otra cosa. Son mucho tiempo seguido de insomnio, de mucho malestar y de sensación de catástrofe. Como que hay algo que está muy mal, no sé qué es, pero hay algo que está muy mal, de mucha angustia.
Es otro tipo de insomnios. Yo tengo a veces insomnios, pero son insomnios creativos. Este era distinto, era muy distinto, tenía como algo oscuro y angustiante. Me despierto y no me puedo dormir y empiezo a pensar cosas y está todo mal y no sé qué pasa, como si tuviera un monstruo en el cuarto de al lado, o sea, algo muy particular. Y es por la bajada de estrógenos. Es impresionante la cantidad de efectos secundarios que tiene la bajada de estrógenos.
P: Y respecto a los estrógenos y a los médicos, sí que da la sensación de que hay un poco de violencia obstétrica. Parece que lo tomas hasta con humor, pero si lo miras fríamente angustia esa posibilidad.
R: Sí, eso también me interesaba. Bueno, apareció y me pareció interesante esto de no dejarse maltratar por un médico. Hay un par de escenas más que agregué que son de otras mujeres que son tremendas. A veces pasan cosas horribles en los consultorios porque uno le da el poder al médico, entonces está en un lugar de poder y si quiere abusar, puede abusar.
A una mujer joven, como tú, le diría que para evitar esto registres lo que te dice tu cuerpo. Si estás incómoda, no te trates de dar razones, pero tampoco subestimes lo que sientes. Si te pone incómoda, le dices “permiso, tengo que pensarlo”, y te vas. Y lo piensas, y lo hablas con otro. No des por sentado que porque es un médico tiene derecho a incomodarte. Nadie tiene derecho a incomodarte. Ni con lo que te dice, ni con la actitud. Es difícil porque además, sobre todo con los médicos, uno piensa que él es el que sabe. Pero se puede seguir buscando. Encontrar uno que te cierre su forma de tratarte, que te escuche. Uno piensa que tiene que tomar lo que sea que aparece pero no, hay que seguir buscando.
«Mis tetas, mi culo hermoso, mi suelo pélvico. Todas estas partes de mi cuerpo ahora son maleables.»
P: En este diario hablas sobre todas esas palabras con las que registras tu cuerpo y cómo lo entiendes distinto en inglés y en español, porque eres traductora. ¿Crees que hay dos Inés? Una inglesa y una que habla castellano.
R: Yo creo que hay una Inés en inglés y una Inés en castellano totalmente. Además, que he escrito en inglés alguna vez y sale otro personaje. Esto lo hice mucho. Creo que la que me salía en ese momento era mucho más libre y mucho más peleadora que la Inés en español. No me pasa cuando traduzco, estoy hablando de si directamente voy al inglés para escribir y que no es algo que haga normalmente. Con la traductora trato de atenerme a la temperatura del original.
P: Porque las palabras tienen temperaturas.
R: Sí, eso lo dice Lydia Davis. Ella también es traductora de francés y habla de la temperatura de las palabras en algún ensayo de traducción y me pareció tan genial. Porque estoy de acuerdo. Y después John Berger habla de la confabulación de las palabras. Tú tiras una palabra en una oración y las otras se confabulan para aceptarla o no. Es muy linda la idea. Hay algo que genera armonía en el lenguaje que uno sigue leyendo y no hay tropiezos y eso creo que tiene que ver con la temperatura, con los niveles de lengua. Si mezclas palabras de un nivel muy coloquial con palabras de nivel muy elevado, si lo haces, que sea conscientemente.
P: En un momento escribes sobre el novio de una amiga. Que, dices, se siente criticado porque escribes sobre la menopausia. ¿Has hablado con hombres sobre este proceso?
R: Sí, claro. Sobre todo después del libro. Antes del libro, no tanto. Es que yo no ubicaba tanto que era eso lo que me pasaba. La primera reacción creo que es un poco desestimar y decir: “ay, bueno, no será para tanto”. Mientras me estaba pasando, estaba bastante confundida y un poco desorientada y no sabía cómo encararlo. Es lo que te vengo diciendo hace mucho rato de no desestimar lo que me pasa y no dejar que nadie desestime lo que me pasa porque te dicen “no hay motivos para ponerse así” y la respuesta es: “Me puse así, hay motivos. Ahora, que no te parezcan válidos es otro tema. A mí, evidentemente, me parecen válidos si no, no me pondría así”.
P: ¿Y sientes que al permitir que otras personas lean lo que tú escribes, lo que plasmas, lo pierdes un poco, lo haces de otros?
R: No, no siento que lo pierdo. Siento como si se agrandara, se comparte y se enriquece porque cada lector le pone algo propio también.

