Una odisea marítima convertida en símbolo del expolio cultural
Entre las olas del mar y los muros derruidos de la Acrópolis, se gestó una doble tragedia: el expolio cultural de importantes piezas griegas y el naufragio que casi sepultó su legado.
Lord Elgin y el saqueo de la Acrópolis
Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin y un gran apasionado de la antigua Grecia, consiguió que Londres le confiara una embajada en Constantinopla. Reunió un equipo de artistas dirigidos por el pintor Giovanni Battista Lusieri con la finalidad de realizar copias de las antigüedades de Grecia. Más tarde, consiguió una autorización del sultán Selim III que le permitía llevarse “cualquier pedazo de piedra con inscripciones y figuras” si así se requería. De este modo, los operarios de Bruce saquearon la Acrópolis sin ningún tipo de consideración e incluso dañaron algunas de sus obras. Del Partenón se llevaron 15 de sus metopas, una veintena de elementos estatutarios de los dos frontones y unos 75 metros de friso. También se hicieron con una de las cariátides del pórtico del Erecteion y con cuatro fragmentos del friso del templo de Atenea Niké.

¡Tesoros a la deriva!
Tras la extracción de incontables piezas, llenó una gran cantidad de cajas, algunas de las cuales se cargaron en un bergantín comprado por lord Elgin para navegar a Londres con escala en Malta. Sin embargo, el navío —conocido como “El Mentor”— no pudo llegar a Inglaterra: golpeado por el mal tiempo, el barco se hundió tras chocar contra unas rocas cerca de la isla de Citera, al sur del Peloponeso, en septiembre de 1802. El secretario de lord Elgin, William Hamilton, estuvo casi dos años supervisando el rescate de las esculturas.
Aunque se logró enviar lo rescatado a Inglaterra, tuvo que ser a bordo de un buque de guerra debido a las tensiones existentes con la Francia napoleónica. Lord Elgin las sufrió en sus propias carnes: en su regreso a Londres, fue apresado y retenido en los Pirineos hasta su liberación tres años más tarde, en 1806. En cualquier caso, entre las piezas rescatadas destacan los denominados “mármoles de Elgin” y una cariátide del Erecteion.

Si bien fue Thomas Bruce quien inicialmente ordenó sumergirse en este naufragio para recuperar las metopas y otros tesoros, el mérito de volver a poner en marcha esas exploraciones en tiempos modernos corresponde a Jacques Cousteau, quien buceó las aguas ya en 1975. No obstante, no fue hasta 2011 cuando se recuperaron objetos de valor arqueológico, ninguno de los cuales procedía del Partenón. Años después, se rescató de nuevo un grupo muy variopinto de piezas que iban desde monedas hasta joyas de diferentes épocas.
Una venta en el centro del debate
En 1816, tras presionar al gobierno británico para que comprara su colección, lord Elgin logró vender estas obras por 35.000 libras. Esto generó una fuerte controversia al cuestionarse si el permiso imperial realmente autorizaba su traslado. Desde entonces, el gobierno griego ha mantenido una disputa con el británico por la repatriación de estas piezas. Y no solo el gobierno criticó estos acontecimientos: el célebre poeta lord Byron denunció las acciones llevadas a cabo por Thomas Bruce. Con esta querella comenzó a sonar con fuerza el término “elginismo”, un vocablo acuñado para designar la práctica de retirar o trasladar objetos de arte de su contexto original. Asimismo, el escultor neoclásico Antonio Canova se negó a retocar las piezas para hacerlas, por deseos del propio lord Elgin, más atractivas: “sería un sacrilegio que yo o cualquier otro pensara en tocar estos mármoles con un cincel”.
Esta venta, realizada en Westminster, tuvo 82 votos a favor con 80 en contra. La decisión estuvo influida por una declaración de lord Elgin, quien admitió que posiblemente había excedido los límites del ambiguo permiso otorgado por el sultán. Además, surgieron acusaciones de que Thomas Bruce podría haber falsificado dicho documento, cuyo original nunca fue hallado, ni en ese momento ni posteriormente. Sin embargo, se defendió afirmando que había rechazado ofertas más atractivas de otros países con el fin de mantener las piezas en Gran Bretaña. Asimismo, sostuvo que estas estaban en peligro en manos de los otomanos —recordemos que el Partenón se convirtió en mezquita y que durante la Guerra de Morea, en la que se enfrentaron otomanos y venecianos, el capitán general Francesco Morosini ordenó un disparo de proyectil que impactó contra el templo—.

La controversia contemporánea y la demanda de repatriación
Desde entonces, las peticiones de devolución no han cesado y han pasado por varios momentos de gran intensidad. Por ejemplo, en 1938 se realizó una limpieza que blanqueó en exceso las obras que en su día estuvieron policromadas. Con ello se desmoronó el argumento de que las obras estaban mejor conservadas allí que en la contaminada Atenas.
En años recientes, la ministra de Cultura de Grecia entre 1981 y 1989 Melina Mercouri, revitalizó la demanda de devolución, la cual cobró aún más fuerza con la creación del Museo de la Acrópolis en 2009. Como era de esperar, el Museo Británico se niega a repatriar sus piezas más icónicas.

