Pilar Palomero atrapa el tiempo para reflexionar sobre la muerte, los cuidados o la inmortalidad
¿Qué es un destello? Según la RAE, es un «resplandor vivo y efímero», una «ráfaga de luz que se enciende y amengua o apaga casi instantáneamente». Un destello puede ser una persona, un momento vital o… una imagen fílmica, y así lo demuestra el tercer largometraje de la cineasta española, Los destellos, donde Palomero vuelve a plasmar su delicadeza narrativa después de Las niñas (2020) y La Maternal (2022).
La película acompaña al espectador desde el punto de vista de Isabel (Patricia López Arnaiz), presentando pequeños detalles de su vida pasada y presente. Así, la obra, inspirada en el relato Un corazón demasiado grande de Eider Rodríguez, plantea personajes y problemáticas emocionales con sutileza y sin necesidad de presentaciones. La pausa rítmica de la historia permite revelar los entresijos de las relaciones personales que sugiere Los destellos: Isabel como madre, Isabel como pareja, Isabel como exmujer e Isabel como Isabel.
Ella, que prepara un nuevo comienzo en su vida con su pareja, es testigo de cómo desaparece otra vida: la de Ramón (Antonio de la Torre), su exmarido con el que comparte una hija y que sufre una dura enfermedad. Ambos volverán a conocerse quince años después de su ruptura, enfrentándose a un pasado común y a la contradicción entre la vida que irradia Isabel y la muerte que acecha a Ramón.

Los cuidados
«Cuídate mucho», dice Isabel a su hija. «Igualmente», responde ella. Pilar Palomero confiere un gran protagonismo a los cuidados durante todo el metraje, siendo este el elemento principal que une a los personajes entre sí y con ellos mismos. Porque para poder cuidar, hay que cuidarse primero. El ser humano como individuo y como colectivo. Desde ese prima, la cámara captura a Isabel: cuidando a su alrededor, y escuchándose a sí misma.
Al igual que La Maternal, donde la sutileza y los cuidados también impregnan la historia, en Los destellos también se incluye una secuencia donde Palomero incorpora un extenso diálogo, donde la ficción roza el documental. Un «equipo de apoyo para enfermos» acude al hogar (atrapado en el tiempo) de Ramón para ayudarle a prepararse para la muerte. «Este ahora no te lo quita nadie. […] La presencia de la muerte hace la vida mucho más interesante», le dicen sobre la importancia de no huir del destino final de todo ser vivo.

Capturar el tiempo
Precisamente, el ahora y la presencia de la muerte simbolizan los destellos, los instantes donde la vida late con fuerza: un paseo nocturno por el campo, donde dos personas vuelven a entrelazar sus brazos en un dilatado plano secuencia que termina dejándoles ir en plano fijo; un divertido reencuentro entre viejos amigos, donde las risas detienen el presente, o un sencillo momento donde estar vivo es lo único que importa. Para esta última escena, Palomero elige primeros planos y planos contraplanos entre Isabel y Ramón, quienes apenas cruzan sus miradas, pero no paran de mirarse. Así, con el silencio y la duración de los planos, la cineasta detiene el tiempo.
Este propósito se hace explícito durante otra escena nocturna, donde la constante presencia del sonido de los relojes del hogar de Ramón persigue a los personajes que le rodean. La muerte está más presente que nunca, pero también la vida. Eso puede ser lo que piensa Madalen, la hija, mientras baila con su padre al ritmo de A tu vera en un posterior plano secuencia. Su sonrisa nerviosa y su brillo en los ojos delatan el dolor y la emoción que provoca la autoconsciencia de estar viviendo uno de esos momentos: un destello efímero, de los que confieren sentido a la existencia humana.
Así, la película consigue detener el tiempo durante unos segundos dándole la trascendencia que merece, pero también aprende a despedirse de él.

