Vladimir, la obra ganadora del Premio Lumen de novela 2023, tuerce el rol de Lolita y muestra la corrosión del poder, el abuso, el deseo y los límites
Leticia Martín (Buenos Aires, 1975), es la autora ganadora del Premio Lumen de novela 2023. Obtuvo la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (UBA) y el Posgrado Internacional en Gestión Cultural y Políticas de Comunicación (FLASCO), pero lleva más de diez años dedicándose a la literatura. Vladimir, la novela presentada al concurso, ha sido recibida por la crítica como una novela polémica, perturbadora, emocional y erótica.
Pregunta: ¿Por qué escribiste este libro?
Respuesta: (risas) ¡Difícil pregunta! Me llegó el testimonio de un chico que tuvo esta experiencia con una mujer mayor, y él no sabía decirme si le había molestado, o le había gustado, o estaba en ese gris en el que se queda pegado como una mosca al dulce de leche. No podía deshacerse de esa mujer, y a la vez la iba a buscar todo el tiempo. Cuando él me contó algunas anécdotas de cómo se daban esos encuentros, que él se escapaba de la escuela incluso, pensé: “Esto está bueno. Esto hay que escribirlo”. Ahí tomé las primeras notas en relación a esa primera línea de la historia, la personal, la individual y la relacional. Más adelante se me ocurrió el contexto del apagón, y pensé que iba a complementar bien la historia. No quería quedarme solamente en una historia únicamente erótica, quería contar algo más anclado en algo social que puede suceder.
P: ¿Cómo surge Vladimir, a partir de ese testimonio, o existía una idea previa?
R: Lo de Lolita y lo de la relectura de Nabokov en clave feminista estaba en mi intención antes de esta historia. No recuerdo si en esa cena donde ese chico nos contó (estaba también mi pareja) yo ya había contado aquello, pero a mí, el abuso por parte de esa mujer me pareció un gran tema.
P: ¿Cómo fue el proceso de escribir la obra?
R: Por un momento trabajé mucho tiempo en construir los personajes, buscar que los nombres perteneciesen a un mismo universo significativo. Googleé las ciudades de Rusia, y de ahí saqué sus nombres. Guinea se iba a llamar Lituania en un momento, pero me pareció demasiado resonante como país. Guinea es un poco más parecido a un nombre. En los momentos en los que me costaba, escribir, trabajé los alrededores: la estructura, los nombres de los personajes, descripciones de los lugares… y voy acopiando esas cosas. Tenía un poco de estructura…. ¿Sabes qué hice? Releí Lolita, y pensé hasta qué punto iba a tomar algunas cosas y qué otras no en cuanto a sus giros dramáticos, cuáles me servían, cuáles sentía que se hacían largas… y en un momento comencé a escribir y me dejé llevar. A mí me gusta perder el control.
R: Los perros en la novela se imponían, y me parecía que estaba bueno que los perros se impusiesen, que había algo animal, salvaje. En algún momento se hizo consciente en mí que estaba trabajando sobre la cultura. ¿Por qué una mujer y un chico no pueden estar juntos? Bueno, porque hay una cultura que dice que el incesto está prohibido, igual que con los menores. Entonces yo quise indagar con la cultura y lo salvaje… y luego me acordé de los perros. Pensé: “¡Ah, los perros! ¡Están más muertos de hambre que ellos!”. Y se me volvió medio caníbal todo… sobre todo en una sociedad con un veganismo tan creciente, donde los perros son valorados incluso igual que la persona. Hay algo también en nuestra cultura que incorpora a las mascotas en nuestra vida cotidiana, y creo que hace mucho contraste con lo que está ahí escrito.
P: ¿A qué tipo de público va dirigido esta novela?
R: Yo siempre le escapo a esos rótulos. Siempre quise que nunca me identificasen como una escritora de chick–lit o novela romántica, no porque no me interese leer eso (soy muy lectora de historias de amor, y me encantan), pero siempre pensé que era un prejuicio masculino y que habría que romper un poco esas clasificaciones para conseguir un público más amplio, como si me interesara no aburrir a los hombres cuando escribo una historia de amor. Quizá por eso me importó meter la pata distópica (lo estoy pensando justo ahora, no sé si fue así), pero sí que tengo cuidado en no caer en una cosa romanticona. Es verdad que cuando veo películas y se están matando a tiros, pero hay una historia de amor yo me quedo con la historia de amor, ¿no? Entonces me doy cuenta de que me pasa eso, pero no quiero que me pase lo mismo cuando escribo… ¿quizás un poco adolescente mi novela? Pero hay algo del giro rápido de la trama que tiene que ver con la cultura actual.

El enfoque a un mundo apagado
Guinea, la protagonista de la obra, huye a Argentina después de que saliese a la luz su relación erótica con un alumno mucho más joven que ella. Sin embargo, cuando pisa en el aeropuerto de Buenos Aires, se produce un gran apagón general. Rostov, un hombre tremendamente amable le propone alojarse momentáneamente con él y con su hijo adolescente, Vladimir, que es quien da nombre a la novela. Bajo esta premisa se oculta el verdadero mensaje de la obra, que se centra en los límites del deseo, el abuso del poder frente a personas inferiores y un erotismo inmoral que envuelve al lector desde la primera página.
P: Empezando desde el título, ¿cómo elegiste los nombres de la novela? Intuyo que Vladimir es por Vladimir Nabokov.
R: También porque Lolita da título a la novela, entonces pensé que el niño de Guinea tenía que dar título a la novela. Una vez que estaba Vladimir, que fue el primer nombre que tuve seguro (Además: Vladi, Vladito, es casi como llama Lolita el narrador en la obra), también me parecía que los demás tenían que estar ahí en ese universo significativo. No se podían llamar Carlos, o Marta. Los personajes debían tener algo, incluso Nicolai, que es un personaje mucho más lateral tiene un toque ruso.
P: Escribir una parafilia no es fácil. ¿Cómo es el enfoque que tú le has dado para lograr escribirla?
R: Es un poco documentarme. Las situaciones de abuso se suelen dar en situaciones intrafamiliares. Yo estaba planteándome una idea como Lolita, que era algo que ya existía, y necesitaba darle el contexto intrafamiliar, aunque no son familia, ellos dos viven como si fuesen una. La distopía me sirvió para crear el roce cotidiano, uno comparte lugares comunes como el baño, el cuarto, las sábanas, todos esos elementos que sirven para contar el nivel de intimidad intrafamiliar. Si bien no son padre-hija, madre-hijo, hay un rol en el que ella lo cuida cuando el padre no está. Ella es el adulto responsable. Ese era mi enfoque. Quería trabajar todo lo que no tenía de intrafamiliar a partir del resto de la trama.
P: Construyes primero una relación familiar que realmente no está ahí, y luego introduces la obsesión de Guinea, ¿no?
R: Sí. También el antecedente. A veces un personaje bordea una cuestión y se zafa de ella. La universidad pide a ella que se retire para no tener un escándalo. Me parece muy actual. La institución preocupa más por mantener las formas que por el peligro que pueda ser ella para la sociedad. Ella decide irse, quizás creo un poco al personaje cuando dice que quiere rehacer su vida, pero el antecedente es muy importante para que el lector esté alerta y piense: “Esta mujer ya hizo algo, no es la primera vez que agarra un arma”.
P: ¿Crees que el lector está, igual que la institución, despreocupado por los actos de la protagonista por el mero hecho de que Guinea sea mujer?
R: ¡Por eso me interesa el tema! Hay algo en el hecho de ser mujer que hace que dé menos miedo. Hay algo real y certero: la mujer tiene menos fuerza física que un hombre. En la relación entre una mujer y un adolescente ambos tienen casi la misma fuerza. Tampoco es que hay una violación directa, es una situación de abuso, que no es lo mismo, pero creo que una mujer es más inofensiva. Se la mira con menos prejuicio y menos miedo, aunque pueda ser peligrosa. Esos límites medio borrosos me interesan mucho.
Hay una diferencia que para mí es muy fundamental, y es que, comparándolo con Lolita, muchas personas han empatizado con Humbert, , pero a mí se me hace imposible empatizar con Guinea, ¿era tu intención?
R: Yo no pienso en lo que les va a pasar a los lectores cuando escribo. Intento ir por bordes filosos porque sé que se va a generar algún pensamiento nuevo, pero luego en cómo cada uno empatiza en cada giro, es imposible adivinarlo. Hay tantos lectores como lecturas posibles de un texto. Es infinito, las interpretaciones son infinitas, y creo que eso es lo más lindo de la literatura, y eso es lo que nos gusta: Hablar con otro que leyeron otra cosa y darnos cuenta de que nunca nada de lo que decimos llega del mismo modo en el que lo dijimos. No hay una comunicación que sea directa, siempre el lenguaje es opaco, como decía Mario Levrero en La Novela Luminosa: “Evento más luminoso del mundo lo paso por el lenguaje para contarlo y ya le di toda su opacidad”. Nadie va a entenderlo como yo lo viví. No puedo saber qué le pasa a cada lector, no quiero saberlo tampoco. Me interesa que cuando escribo genere algo, y que cada uno funcione como el calor, que te vas acercando a él porque va a provocar más sensaciones o pensamiento.
Las ruedas del poder
Vladimir es una distopía en la que el poder es un elemento persistente en toda la obra. Ante un aparente fin del mundo, una sociedad grande se fragmenta en sociedades pequeñas donde las personas se exponen a situaciones límites en las que dejan salir a su verdadero ser, y este no tiene que ser necesariamente bueno o necesariamente malo. Solo es parte de su ser. Un resquicio de las acciones que ocultan algunos humanos solo por miedo a la repercusión en una sociedad controlada. ¿Qué pasaría si las normas no existiesen, si nos librásemos de la cultura y nos volviésemos animales?
P: Se me vienen a la mente algunas distopias que se camuflan muy bien como la película de Saló. Guinea aprovecha su poder para abusar de los niños. ¿Es una critica al abuso de poder que hace una autoridad?
R: No sé si es una crítica, pero expone la simetría en la que uno que está en una posición de mayor jerarquía, poder, situación económica, lo que sea, y a otro en una inferior. Pasa mucho con las actrices, como el caso de Thelma Fardín, que era una adolescente. Me interesa eso donde quizás el adolescente entra y cree que está enamorado, y el adulto debería ser el que dice: “No. Sos un menor. Yo no puedo hacer esto”. Pero si el adulto lo habilita y no registra su situación de poder… ese es el que tiene que conocer los límites de su rol. Si esa persona desconoce los límites de su rol, el otro queda en situación de subordinación, entonces creo que eso es un poco lo que hay que discutir o poner en relevancia.
P: La malinterpretación del poder.
R: Sí, el cómo son los límites. El decir: “Bueno, yo pago tu sueldo, y eso amplia mi rol a otros lugares”. En todo caso uno puede renunciar a ser el jefe de tal persona para tener una relación fuera. Una anécdota muy chiquitita: Yo fui docente de mi novio antes de que fuese mi novio. Cuando entablamos nuestra relación, él me dijo: “Voy a buscar otro taller, voy a estudiar en otro lugar”. ¡Y éramos adultos los dos!
P: ¿Eras docente de máster, a lo mejor?
R: De un taller literario. Lo que digo es que no se pueden ser las dos cosas a la vez. Hay algo en los roles que encuentra su límite, y a mí me pareció sano y saludable que sucediese de esa forma. No sé si todos los hombres lo plantean de ese modo.
P: ¿Crees que los hombres que son víctimas de abuso por parte de mujeres mayores tienen más difícil el reconocer que son víctimas?
R: Creo que las situaciones de abuso siempre son muy difíciles, tanto para hombres como para mujeres. Siempre que es víctima, queda tachado como “¡Ah, pero quería, si ella quería, lo pasó bien!”. Además, el abuso siempre sucede de puertas adentro, en un mundo de intimidad y sin testigos. Entonces es muy difícil de probar. También, a veces, en situaciones de poder real, como en el caso Fardín, el abusador se fue del país y se hizo juzgar por otras leyes de otro país… Todo el tema del entramado del poder lo ayudó a zafarse de su responsabilidad. Eso da mucho que pensar. ¡Da ganas de tomar posesiones políticas y decir cosas! No creo que sea fácil para nadie, y para un varón tampoco. Es bastante denigrante admitir que pasó eso. Incluso hay personas que fueron abusadas que nunca lo dicen, no lo reconocen, o lo dicen un tiempo después, incluso cuando estás en otra vida.
P: ¿El hecho de que se encuentren en una distopia es la razón por la que Guinea se deja llevar por su parafilia?
R: Yo creo que eso fue (ahora lo pienso, lo dije ayer, o antes de ayer)… a nivel psíquico, yo necesité que fuese una situación extrema, lejana, para poder imaginar la posibilidad. No podía encerrarlos en una casa normal y corrientes y solo encerrarles, acabé buscando una cosa muy retorcida y acabé alejándolos lo más posible de la realidad. Cuando uno escribe se va poniendo en los zapatos de los personajes, y eso es lo más perturbador.

P: ¿Cuál ha sido tu documentación para definir la parafilia en la novela?
R: Por mi trabajo he estudiado la ley de las violencias, que son cinco: verbal, psicológica, económica, sexual, física… también por mi trabajo hablé con muchas mujeres que vivieron situaciones de trata de personas, y también estuve del lado del Estado para la recuperación de las mujeres que fueron víctimas de trata, y escuché muchos testimonios. Creo que eso te acerca bastante a cómo una persona vive esa verdad del suceso.
P: ¿Qué simbologías podemos encontrar en la obra?
R: Hmmm… yo creo que por un lado los perros, el hambre, el canibalismo… Por un momento pensaba en Civilización y Barbarie, un clásico de la literatura argentina, para mí, el mejor que escribió Sarmiento, que es uno de nuestros próceres, el creador de la escuela pública en argentina, que luchó contra el analfabetismo… bueno, hay algo en Civilización y Barbarie que para mí se sigue editando aún con las nuevas tecnologías y la época. Está Levi Strauss, o Durkheim, con la idea del incesto… también está Foucault con la idea del disciplinamiento que las instituciones aplican sobre las personas y hasta dónde uno cuando está fuera de las instituciones pierde todos esos registros de disciplinamiento. Por eso quería meter a una Guinea escapando de la universidad, cumpliendo ese rol de salvarse a sí misma. Incluso hay una crítica al sistema universitario y a las instituciones. También la animalidad: Cómo podemos perder la cultura y volver a ser un animal.
P: ¿Cuál es el origen de la parafilia de Guinea? ¿Hay un antes de Nicolai?
R: No pensé en un antes de ese origen… ellos son exiliados, están en la Argentina en los 70 y toda la situación en nuestro país (que no está contada pero cualquiera pueden reponer rápidamente), las fuerzas del Estado deciden luchar contra la guerrilla exterminando a toda una generación de jóvenes que querían un mundo distinto. Con o sin razón, podrían haber sido juzgados o encarcelados, pero fueron exterminados, tirados al mar en bolsas, sus hijos fueron regalados… aún en mi país se están restituyendo hijos de familias desaparecidas que encuentran su identidad en un banco genético. Al estar ellos exiliados, obligados a vivir en los Estados Unidos y ella formarse en una universidad lejos de su familia y amigos, pensaba quizás… pero nunca repuse realmente si ella había sido abusada o si había tenido contacto con algo… eso nunca lo llegué a pensar. Tal vez es un punto débil de la novela (risas).
P: ¿Crees que al presentar la obra a un concurso te has dejado cosas fuera?
R: No. Yo escribí la novela no para el concurso, se la di a mi representante para que la moviese a todas las editoriales que pudiera, incluso yo la moví a bastantes editoriales. Hay una anécdota muy hermosa que es que, luego de un año de esperar que alguien quisiera leer la novela o publicarla, un amigo publicó en un lugar, en una editorial que reabría sus puertas. Le mandé un mensaje diciendo: “Ché, tengo una novela escrita y no pasa nada, no sé. ¿Por donde estás publicando tú la quieren? Ha pasado un año y medio y no pasa nada… ya no sé si escribí una cagada…” Se la estaba casi regalando. El día que me dijeron que era la ganadora del premio, él recuperó el mensaje, y me dijo: “¡Esta es la misma novela que hace una semana vos me decías que no sabías si era una cagada!”
R: También mi novio me decía: “Está bueno recordar esto siempre”. No hay que dudar el trabajo de uno cuando uno lo hizo con honestidad; que no lo premien no significa nada, hay que confiar en eso que uno tiene. Anécdota de por medio, nunca lo escribí pensando que iba a por un premio y mucho menos que iba a ganar. Incluso alguien me dijo “Ché, ¿por qué no mandás esto al premio Lumen?”. Me llegó por varios medios que había regresado el premio Lumen, incluso yo se lo mandé a mis alumnos para que se anotasen. Uno sabe que un premio es una casualidad del destino. Fue un billete a la lotería, algo que no veía posible que me pasase a mí.
P: ¿Qué opinión tienes de la explotación romantizada de Lolita? ¿Crees que podría pasar lo mismo con tu Vladimir?
R: Supongo que el cine necesita del soporte visual y trabajar con lo erótico y lo atractivo en la imagen, y eso hace que se estereotipen figuras. Todo lo que es romantizar va en contra de lo que vivimos, pero a la vez somos seres de empatizar e identificarnos con cosas. El mundo de la imagen puede ser criticado, pero va a seguir existiendo. Interesante me parece poder ser crítico con ese mundo de imágenes que circulan. Si no existiera la romantización, todo lo que veríamos sería realismo, y eso tampoco creo que fuese un lugar posible. Sería acotar al arte el campo de acción a un solo género realista-costumbrista.
R: Uno romantiza, decora, ilumina, exagera. Son recursos que tenemos para generar ficción. Eso no quiere decir que todos creamos que el amor sea como lo vemos en las películas, y podemos ser críticos con eso. A mí no me gusta romantizar nada, pero me parece que tampoco es bueno estar en contra de eso. Son géneros, la gente se va identificando. Uno mismo se identifica con una cosa y luego con otra, tiene que ver con los procesos en los que uno está… y está bueno respetar eso, ser crítico.
P: ¿Qué fue lo que más te gusto de escribir Vladimir?
R: Me entretuvo. Me gustaba mucho escribir escenas eróticas. Tenía ese desafío. Leí mucho a Marguerite Duras, me encanta, es la genio máxima del erotismo. Tenía muchas ganas de entretenerme con eso. Me desafía buscar ese límite. Me parece que ahí es donde uno puede generar realmente una imagen mental en el otro que le despierte cierta cuestión. Es lo más lindo de la literatura.
P: ¿Y lo que menos?
R: Me complicó mucho el comienzo. Todo el tiempo sentía que era muy explicativo, muy largo… tengo la sensación de que la novela se pone mejor en la mitad, y de la mitad al final uno va más rápido. Entonces trabajé mucho el comienzo; limpiarlo, sacar cosas, y había un momento en el que no podía sacar información de lo que necesitaba reponer el contexto de lo que pasaba después. Necesitaba páginas. Esa fue la parte más incómoda.
P: ¿Qué es lo más personal que has puesto en Vladimir?
R: Ay, qué se yo… creo que cuando uno simplemente elige un tema, se expone un poco. Va a haber muchas interpretaciones acerca de eso y… bueno, mi novio es trece años menor que yo. Comenzamos la relación siendo adultos, y no tenemos un conflicto con eso. Si yo eligiese algo de mi vida privada, estaría muy cuestionada. Al ser una mujer adulta… hay algo de eso que me resulta interesante. Como que nada me desafía.
P: ¿Cuál ha sido tu idea propulsora para que la protagonista fuese femenina aparte de darle un twist a Lolita?
R: Yo tuve una novela aparte de esta que en Argentina tuvo un recorrido bastante importante. Se llama Estrógenos (2016) y narra un mundo de mujeres gobernantes, políticas, empresarias, que no tienen hijos (han decidido que no van a perder el tiempo en eso), y los hombres se están inyectando hormonas cada mañana. El protagonista, Martín, es un poco apurado por su mujer para engendrar un hijo, y ella lo viola… aunque no diría que lo violase, más bien lo apura y le injerta un embrión que tienen congelado. Desarrolla un embarazo a lo largo de toda la novela, y padece todo lo que una mujer puede padecer en un embarazo. No sé si la palabra “padece”, pero podemos exagerarlo un poco y decir que padece. Sobre todo, cómo lo social afecta a lo personal y privada que es estar modificada físicamente por el desarrollo de un embrión en un cuerpo. Ahí ya hay una inversión de roles (creo que estoy abusando un poco ya de eso), pero como eso fue impactante, pensé que podría volver a servir.
P: Ahora mismo en la literatura contemporánea se pone a la protagonista femenina en un rol dominante pero bueno, sin embargo, tus protagonistas femeninas son malas, perversas. ¿Por qué has elegido que sean así?
R: Porque creo que es lo que pasa. Cuando uno deja los lugares de debilidad y docilidad y subversión, y está tentado por una situación de poder, encarna las mismas cosas. Antes tentaban a los hombres a abusar de ese poder. Elvira Lindo decía que también tenemos derecho a ser malas. Si no, hay algo falso en eso. “Es mujer, tiene el poder, es re buena, lo va redistribuir todo bárbaramente…” A mí me interesa mucho Rita Segato, que es una escritora feminista argentina que estudió las comunidades brasileras y cómo se distribuía el poder en sociedades comunitarias originarias, donde las mujeres ejercían roles de poder también, pero el poder circulaba de otra manera. Me encanta y me parece idílico que el poder se distribuya como dice ella en esta sociedad, pero lo que pasa es que en esta sociedad está todo planteado de otra forma… las jerarquías empresariales, universitarias, religiosas, políticas, son jerarquías.
R: No está pensado para que circule el poder, como sería buenísimo que circule. A mí me encantaría eso, me sale pensar (tal vez por las cosas que uno vive, la violencia laboral es una cosa que he vivido más de una vez), he sabido defenderme… he aprendido a defenderme, hasta hace muy poco con la violencia física, verbal, en carne propia. Hay un lugar que en el que me desafía pensarlo desde la literatura, quizás como un refugio, qué sé yo.
P: Hablando del poder. ¿Crees que el poder corrompe a las personas o piensas que se puede vivir con poder y ser fiel a ti mismo?
R: Pienso que lo que dice Rita Segato. Por lo menos es algo que yo, en las posiciones más dominantes en las que me ha tocado vivir, siempre he tratado de no replicar algo que alguien que ha ejercido el poder ha hecho conmigo. También tengo muchos ejemplos de hombres que han sabido hacer circular el poder de una forma menos jerárquica y autoritaria, pero creo en eso. No sé si en todas las instancias, pero si en el orden familiar, en un montón de órdenes, se puede ejercitar. Que el poder circule y que no sea algo que solo uno tenga. En la casa es fácil verlo, ¿no? No sé si tanto en los trabajos, con las responsabilidades, las jerarquías, los sueldos… pero en el ámbito familiar, el compartir tareas, ser todos responsables, que no esté nadie anclado a un solo rol… todo esto es una forma de hacer circular el poder.
P: ¿Cuáles han sido tu mayores inspiraciones? Personas, libros, películas, filósofos…
R: Rita Segato es alguien que leo con atención, incluso su aspecto, su forma de vida. También Hebe Uhart, fue una escritora argentina viajera, cronista, que vivió a la misma calle donde yo vivo ahora. Alguna vez la encontré y me dijo que me animase a vivir de la literatura, que se podía, que no era tan extraño ni tan para pocos como yo creía. Fue un lindo mensaje, y me gustaba su forma de vida, el haber renunciado a un montón de cosas para lograr otras. Tengo varios psicoanalistas, hombres y mujeres, tengo muchos amigos que escriben psicoanálisis que son muy referentes, quizás no son tan conocidos, pero escriben sobre su vida y no abusan del psicoanálisis para compararlo y luego vivir completamente alrededor de lo que este propone. No son muchos los que pueden hacer eso, pero con una de ellas fui a internarme a un volcán extinto, en el Tronador, estuvimos cinco días sin conexión caminando de un refugio a otro en medio de la nieve. Son estilos de vacaciones, cómo decide uno vivir su tiempo. La vida no es nada más que tiempo y cómo elige uno vivir ese tiempo, con quienes, de qué formas. Son muy referentes para mí, y luego hay muchos escritores que me gustan… pero lo que miro es la vida de las personas, más allá de sus obras. Sus vínculos familiares, de amistad, de pareja, pienso que eso es lo real. Al igual que me gusta la ficción para hablar y problematizar cuestiones, soy muy consciente de que la vida es una, y que pasa rápido. Lo único que importa son las personas con las que se rodea uno.
P: ¿Tienes pensado alguna otro proyecto o idea?
R: Tengo una idea. Estos meses estoy con el lanzamiento. Un amigo me dijo: “Acompañá a la novela cuando nace, que necesita de vos y de toda tu energía”. También es lo que necesitan las editoriales, hoy toda mi energía está puesta en esto, pero tengo una idea que la planteé antes de venirme. Por lo menos sé que me voy a sentar y voy a trabajar en eso. No quisiera volver a repetirme con otra distopía y cambio de roles, no quiero atarme a lo que pareciera que funciona, sino tomar nuevos riesgos y escribir algo un poco más personal. Me parece que lo autobiográfico es algo de escritores de más edad, pero hay algo de eso que me llama la atención. Escribir la muerte de mi madre, reflexiones sobre la escritura… algo más parecido a un diario. Veré. Voy escribiendo cosas y voy limpiando, aún no tengo claro el género.
Vladimir ya está disponible y quiere desafiar los límites y sobrepasando lo perturbador en cada línea que se escribe. Con una fuerte crítica al poder y una sensación constante de alerta, la obra consigue ser una de las obras clave a la hora de analizar los abusos en la cultura: El demonio está en los detalles, y en lo evidente.

