La hora violeta, su obra culmen, llega a las librerías con una nueva reedición y un epílogo inédito
Sergio del Molino (Madrid, 1979), periodista y escritor, recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2013 y el Premio Tigre Juan 2013, entre otros, por su novela La hora violeta. Diez años después de su publicación, Alfaguara trae una reedición a las librerías de su novela autobiográfica, en la cual asegura que está atrapado en una «hora violeta» desde que murió su hijo Pablo.

Pregunta: Es muy difícil revivir y reescribir un libro así. ¿Cómo estás?
Respuesta: Nunca he dejado de hablar del libro, en realidad. Nunca ha dejado de reeditarse, de salir en otras lenguas, siempre me ha acompañado. Es una presencia constante. De hecho, he aprendido a hablar de él. He aprendido a que me acompañe y a que no me fatigue. Hace años, cuando terminaba encuentros y entrevistas del libro me tenía que encerrar. No podía hacer nada después de eso. Pasaba el mal trago como podía, y ahora hablo con mucha naturalidad, que es lo que quería.
P: ¿Tiene cosas nuevas a la antigua edición? ¿Hay algo añadido?
R: Tiene un epílogo nuevo y he revisado un poco el texto, pero he añadido muy poquitas cosas. Es todo estilístico.
P: ¿Qué objetivos tienes con esta reedición?
R: Espero que sea la definitiva y fije el texto, definitivamente, purgado ya de las posibles erratillas que pueda haber, y que ofrezca una reflexión (que la añado en el epílogo) del significado del libro. Es también una deuda con los lectores que me han acompañado estos diez años para que tengan también una vuelta de mi libro. Tiene una portada nueva que es preciosa, yo creo que es la portada que necesita, mucho menos conceptual. Los libros van cambiando edición tras edición, pero era una buena ocasión el cumplir los diez años para dejarlo fijado.
P: ¿Por qué escribir un libro así? Ya sé que no fue un libro “terapéutico” para ti.
R: Siempre he defendido que fue una forma de vivir el duelo. Yo creo que vivimos en un mundo donde no se tolera la tristeza. Queremos que los enfermos terminales se rían, nos animen y nos cuenten chistes. Queremos que la gente no manifieste el dolor porque incomoda, molesta, y no sabemos qué hacer con él. Yo me sentía presionado por el mundo para superar una cosa que yo no quería superar, de hecho, justo lo contrario: yo quería honrar ese dolor, vivirlo con la intensidad que merecía y experimentarlo como debía experimentarlo. La escritura me permitió poder encerrarme en mí mismo para poder vivirlo y que me dejasen en paz.
P: ¿Notaste una presión a tu alrededor en el duelo?
R: La presión existe, pero a mí me da igual. Yo soy bastante resistente a las presiones y tengo las espaldas bastante anchas, en general. Por eso escribo los libros que escribo y por eso aguanto. Si fuera influenciable por las presiones no escribiría columnas ni haría nada, pero lo notaba y me parecía una agresividad intolerable. Claro que lo noto, lo nota cualquier persona que sufra un duelo así y se insta a ser sociable, a volver a la vida normal, al trabajo, a ser productivo. Un montón de cosas, hay muchas presiones a tu alrededor que no tienen que ver con lo económico y lo laboral, también tienen que ver con tus amistades, tus padres, todo el mundo quiere que vuelvas a ser el de antes. Y a mí eso me parece de una agresividad intolerable. Yo tengo la suerte de tener defensas contra eso, pero mucha gente no las tiene, y lo que les derrumba no es el duelo en sí, sino ver que no han cumplido las expectativas de los demás; que la sociedad les exige algo que no pueden darle, así que se derrumban por completo. No saben reaccionar. Y eso, en buena parte, no es culpa del duelo patológico, sino de una sociedad que no sabe enfrentarse al a tristeza, que no sabe respetar a la persona que está triste.
P: ¿Cómo fue tu proceso de escritura?
R: Es algo muy natural. Para mí, escribir es un estado natural. Todo lo vuelco a la escritura de una forma u otra, si no es en libros es en diarios, en lo que sea. El recuerdo no es muy distinto a otros libros. Es una forma de vivir, para mí la literatura es una proyección de la vida, una forma de poder entender lo que me está pasando y poder ponerle orden. No tengo un recuerdo doloroso o fatigoso, para mí, de hecho, las horas diarias que dediqué a este libro eran de lo mejor que tenía en ese momento. Todo lo que había mucho detrás era mucho más feo.
P: ¿Incluso siendo la muerte de tu hijo el tema del libro conseguías evadirte?
R: Sí, sí, claro que sí. Yo cuando estoy concentrado, estoy concentrado. Tengo una capacidad de concentración muy buena. Cuando estoy trabajando en mi texto solo existe eso. No hay nada alrededor. Puedo estar en mitad en un aeropuerto pasándome aviones por encima que si estoy con un portátil escribiendo solo estoy ahí.
P: ¿Qué crees que no se debe decir a alguien que tenga a un hijo con leucemia? ¿Cómo debemos tratar la situación?
R: No hay nada que no se pueda decir, pero hay que tener una consideración de estar disponible… cerca pero lejos. Tienes que saber transmitir que estás ahí, que le apoyas, que le ayudas, pero sin achucharle ni atosigarle. Cada persona tiene una sensibilidad, hay gente religiosa, gente que no lo es… en fin. Hay que intentar conocer a esa persona, saber qué puede considerar ella violento o no, y yo creo que eso es fácil de ver y entender. Es mantener una cortesía mínima (que no todo el mundo es capaz de tenerla), pero nada más.
P: ¿Cómo podemos acompañar en el duelo?
R: Los rituales (que los hemos perdido) de despedida son muy útiles. Nos ayudan a tener un protocolo, nos ayudan a saber manejarnos, pero yo diría con naturalidad. Sin impostar. No te comportes de una forma diferente, que no note que lo estás tratando con condescendencia o distinto. Si tú le conoces, es tu amigo, es alguien con quien tienes relación, compórtate igual que te comportabas antes. No hay una receta, ni nada especial, solo sé tú. Hazle saber que le acompañas en el dolor. Esa frase retórica de “te acompaño en el sentimiento” no es tan retórica. Hazle saber que le acompañas.
P: Claro, porque tratar distinto a esa persona solo porque su circunstancia sea distinta, hace todo mucho más evidente al dolor.
R: Hace todo mucho más extraño, sí. Es una situación de extrañamiento, de incomprensión y soledad. Si te tratan de forma extraña, lo que hacen es subrayar esa soledad y ese apartamiento. En ese momento necesitamos sentir que la comunidad sigue ahí, aunque nos dejen nuestro espacio. Pero que esté ahí, para un “cuando quieras, aquí estamos”.
P: ¿Son necesarias estas historias en la literatura?
R: No sé si son necesarias, pero existen desde siempre. Hay muy pocos artistas y muy pocos escritores a los que se les haya muerto un hijo y hayan resistido la tentación de poder escribir o dedicarle una obra a ello, lo cual es normal. Es lo más importante que te ha pasado, ¿cómo no vas a volcarte en eso? Creo que es una constante. Necesario, a parte de la comida y la ropa, hay pocas cosas más. Si tú estás vestido y nutrido, lo demás es accesorio. La literatura también. Y el arte. El arte forma parte de lo accesorio. Pero sin embargo es algo central, de nuestra experiencia, nuestra forma, para entendernos. Es necesario como es necesaria cualquier otra expresión literaria, y ha estado siempre. Desde la noche de los tiempos, la gente ha compuesto canciones, ha escrito poemas, ha escrito libros y ha levantado monumentos a sus hijos muertos. Eso siempre ha sido así y va a ser así.
P: ¿En qué has cambiado después de hacer el libro?
R: En todo. Mi insensibilidad, mi forma de entender el mundo, mi forma de relacionarme, mis amistades, las prioridades en mi vida, lo que me importa, lo que no… incluso mis opiniones políticas. Hay posiciones políticas que tienen un componente muy personal. Mi rechazo visceral a lo que significa Puigdemont y su tradición política, por ejemplo, está ligado a La hora violeta. Yo los vi aplicar los recortes en el hospital. Yo vi lo que les importaban los niños. Mi posición es visceral, yo no podría sentarme a hablar con ellos. Para mí son despreciables desde un sentido muy íntimo que no tiene que ver con sentidos nacionales ni de lo que se está hablando ahora mismo, y eso condiciona.
P: ¿Qué es para ti la hora violeta?
R: Es un verso de Eliot, de La tierra baldía que habla del atardecer. La hora violeta es la hora del atardecer, que también puede ser la del amanecer, a las últimas luminiscencias cuando el Sol está a punto de ocultarse y deja esos últimos rayos que tienen una tonalidad violeta. Esa hora de la tarde en la que es un limbo. No es ni de día ni de noche. Es una hora que no existe. Una hora en la que has salido del trabajo, pero no has llegado a casa. Una hora que no se narra. Que no desaparece. Y es esa hora en la que yo estoy instalado desde la muerte de Pablo. Estoy en un lugar que es un lugar de tránsito que los demás no ven (entonces me hace buenamente invisible), de la que no se sale ni quiero salir. Tradicionalmente, (y esto es posterior), la hora del crepúsculo, el color violeta, en la tradición cultural romana estaba asociada al luto, a la muerte. Es un círculo que se cierra por completo, yo vivo en esa hora que, casualmente, aunque nosotros nos vistamos de negro en luto, para los romanos era el violeta.
P: ¿En cuántas horas violetas has estado?
R: Solo en la de Pablo, y es eterna. Yo sé salir, pero los demás no saben entrar. Yo sé salir, pero los demás no entran en la mía.
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P: ¿Qué es lo peor de una hora violeta?
R: Lo peor es que te hace… peor amigo, y peor persona. Te cuesta más empatizar con los pequeños dolores ajenos. Yo soy muy intolerante con la gente que se ahoga en un vaso de agua, y lo reconozco. Es un defecto. Tengo muy poca paciencia, y soy muy mala compañía para una persona que sufra ansiedad. Yo no tengo amigos que sufren ansiedad, en la criba de la vida se han ido yendo. No puedo con ellos. ¡Eso es un déficit mío! Un buen amigo tiene tolerancia, y te ayuda, pero yo… no sé.
P: ¿Hay cosas buenas?
R: Soy reacio a idealizar el dolor, pero se aprenden cosas. Pero maldita sean las cosas que aprenden, se vivía mejor sin saberlas. Te hace más sabio, te hace ver la vida con otra perspectiva, entender cosas que a lo mejor otros no, por supuesto. Pero maldita sea. Yo era mucho más feliz siendo un frívolo ignorante.
P: ¿Cómo podemos superar la hora violeta?
R: Yo no creo que haya que superarla si es que uno no quiere superarla.
P: ¿Se puede superar una muerte?
R: Sí, sí que se puede, claro. Los seres humanos tenemos una capacidad de olvido muy grande. De hecho, las superamos, y así vivimos. Si vivimos los suficientes años veremos morir a mucha gente, es la señal de que somos longevos. Mi suegra tiene 87 años ahora y mira a su alrededor… y solo queda ella. Es la vida.
P: ¿Qué opinas de las historias que “embellecen” este tipo de enfermedad? Que no muestran el dolor, o no lo tratan bien.
R: Generalmente suelen salir cosas ridículas. Es difícil que un padre que ha pasado por lo que he pasado yo se reconozca en personajes de películas o de ficción. Se manejan con tres o cuatro tópicos, con el tópico de la madre devastada que mira al infinito, despeinada… realmente yo no he conocido esa gente. No son así. No nos vemos reconocidos. Cuando te encuentras un personaje sabes si el autor sabe de lo que está hablando o toca de oídos. Se ve en seguida. Cuando quieres escribir sobre una verdad, tienes que conocerla, no digo haberlo vivido, pero sí que digo el haber estado cerca, porque si no quedan como fantoches. La mayoría son personajes anecdóticos, que pasan por ahí, por el fondo del escenario. Son arquetipos que no merecen consideración.
P: ¿Hay alguna obra que tú consideras que sí que trate bien este tema, a parte de las mencionadas?
R: Piedad Bonnett, con Lo que no tiene nombre. Habla del suicidio de su hijo y es una historia impresionante, de lo mejor que se ha escrito en castellano. También, los libros de Joan Didion, que habla de la muerte de su marido y de su hija; Los días azules y El año del pensamiento mágico. Son obras maestras.
P: ¿Qué es lo que más te ha costado escribir de esta novela?
R: Se escribió sola. Algunas decisiones estilísticas, pero nada que me haya llevado por el camino de la amargura.
P: ¿Hay algo que no hayas incluido en el libro y te hubiese gustado incluir?
R: Solo me arrepiento (y creo que lo digo en el epílogo) de una parte en la que pido perdón por la impudicia. Me parece que esa actitud está fuera de lugar. Yo estaba inseguro cuando escribía y tenía miedo a una reacción crítica y que podían afiarme a pornografía sentimental o un exceso de exhibicionismo, y parece que estoy pidiendo perdón de antemano porque preveo que recibiré esas críticas… y las he recibido. Hoy en día, me parece que son críticas moralistas y fuera de lugar. No las tengo en cuenta.
Estrenada originalmente en 2013, La Hora Violeta vuelve en una reedición con un epílogo inédito de la mano Alfaguara. Con un torrente de sensaciones, que hará que la piel del lector se vuelva térmica ante el dolor, no dejará indiferente a aquellos que querrán leer sus páginas.