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Julia San Miguel: «Desde niños, nos presentan la Historia sin apenas reflexión emocional»

Trece velas en la recámara es el personal grito contra la guerra de Julia San Miguel, autora de más de diez cuentos infantiles para SM, Bruño, Edebé y Kalandraka

Julia San Miguel, escritora por pasión y correctora de profesión, publica su primera novela juvenil con un marcado carácter antibelicista. El libro ve la luz tras quedar entre las cinco finalistas del I Certamen Calíope de Novela Juvenil 2022, organizado por la editorial Malas Artes, que ahora firma su publicación como recompensa por superar en un 145 % las preventas necesarias durante el crowdfunding.

Trece velas en la recámara sigue los pasos de Mike, un adolescente que pide a sus padres participar en un extraño juego sobre la guerra como regalo por su decimotercer cumpleaños. Así, la novela pretende que los lectores vivan en primera persona algunos acontecimientos históricos, como la guerra civil española o el desembarco de Normandía. Julia San Miguel comparte con el mundo esta historia entre la realidad y la ficción para acabar con la fascinación hacia la guerra. Y sobre ello hablamos en nuestra entrevista con ella.

Portada de 'Trece velas en la recámara' | Fuente: autora
Portada de ‘Trece velas en la recámara’ | Fuente: propia

Pregunta: ¿Cómo describirías el libro?

Respuesta: Lo describiría como el libro que nunca me hubiera gustado escribir, pero que me gustaría que nuestros hijos leyeran. Es un libro comprometido y responsable. Un pequeño intento de concienciar y ser conscientes de que debemos seguir soñando por afianzar unos valores que nos lleven a construir un mundo mejor.

P: ¿Qué influencias literarias y temáticas te llevaron a escribir Trece velas en la recámara?

R: De siempre me ha llamado mucho la atención la fascinación que produce todo lo relacionado con la guerra, la permisividad ante el horror y la violencia en pro de lo épico frente a lo ético. Desde niños, en el colegio, nos presentan la Historia como una sucesión de hechos bélicos, constantes en el tiempo, sin apenas reflexión (por no decir ninguna) acerca del impacto emocional, de sus consecuencias.

Esa fascinación, que viene desde tiempos inmemoriales, constante en la literatura, es la misma que se refleja en cualquier producción audiovisual: en las series, en el cine, en los videojuegos. De pequeña, me fascinaban las películas de guerra protagonizadas por submarinos. Recuerdo una donde el submarino tenía que atravesar una zona de minas. Aún aguanto la respiración cuando recuerdo la escena. Sigo escuchando ese pitido del sonar. Era tan emocionante como excitante.

Aquel cine exaltaba la heroicidad de unos hombres ante un destino inevitable al que eran conducidos y educados sin discusión alguna. La guerra estaba bien. Era buena. Luego llegó Vietnam y las cosas cambiaron. Por fin comenzó un cine de denuncia. Ahí está la novela y la película Johnny cogió su fusil: el alegato contra la guerra más brutal que conozco. Después se sucedieron otras películas, como la impactante Diamante de sangre, y comenzó a surgir, entre otros, el tema de los niños soldado, que produce escalofríos y que continúa sin resolverse a pesar de todas las denuncias de las ONG. De nuevo la permisividad, la ceguera ante lo que consideramos inevitable, permisible.

No podía quedarme de brazos cruzados. Más, desde que soy madre. Las pistolas de agua, los soldaditos de plástico, los videojuegos… Ese no saber hasta dónde proceder, si permitir o prohibir, en esa dicotomía entre la realidad y la ficción que tanto se da en los cuentos populares. Quería dejarle a mis hijos, a nuestros hijos, un pequeño texto que simplemente les hiciera reflexionar. Concienciarles, ofrecerles la posibilidad de que un mundo mejor es posible.

Recuerdo unas palabras de Diego Carcedo en la radio hablando del horror y, aun así, de la esperanza al narrar una pequeña historia real de amor en medio de tanta masacre. La historia de amor entre un niño soldado y una niña atacada en uno de los poblados. Mi historia quería comenzar así, como un soplo de aire fresco, pero luego vi la foto de Amnistía Internacional, aquel niño soldado armado hasta los dientes con la leyenda “No está sucediendo aquí, pero está sucediendo ahora”. Y comencé a escribir, sin parar.

P: ¿Qué papel juegan los videojuegos en el transcurso de la trama?

R: Cuando comencé a escribir la novela, demonizaba los videojuegos. Veía a mi hijo y a sus amigos pasarse horas y horas frente a la pantalla, exaltados, pegando tiros para conseguir pasar una y otra pantalla. Mientras que la novela buscaba su hueco en una editorial que creyera en ella, el tiempo pasaba. Le llegó el turno a mi sobrino y a sus amigos. Los videojuegos eran más sofisticados, tanto en forma como en fondo. Y la actitud también. Seguí demonizando los videojuegos, sin comprender esa fascinación por la violencia. Sin embargo, en la novela no hay una postura maniquea ante ellos. Es solo el punto de partida.

Tuve que leer la tesis doctoral de Alejandro González Vázquez, La banalización de la guerra en los videojuegos bélicos, para comprender que los videojuegos, como medio y formato, son un valor cultural innegable, aunque si se hace un mal uso de ellos puede tener consecuencias, sobre todo para los más pequeños. Pero eso ocurre con cualquier otro medio: cine, música o la propia literatura.

No obstante, hay que tener en cuenta que, según recoge González Vázquez, dentro de los diferentes grupos de edad, el sector de los videojuegos es especialmente popular entre el público adolescente y preadolescente, con un porcentaje que alcanza el 78% entre los 11 y 14 años de edad. Y el videojuego más consumido es el género de acción. Un dato que no es ni malo ni bueno, solo que no hay que bajar la guardia. Y saber dónde están los límites sin despistarnos.

Julia San Miguel en la Feria del Libro de Alcalá de Henares | Fuente: autora
Julia San Miguel en la Feria del Libro de Alcalá de Henares | Fuente: autora

P: Durante tu trayectoria como autora has publicado más de diez cuentos infantiles, y no ha sido hasta ahora cuando te has lanzado a la novela juvenil. ¿Qué te ha motivado a dar este paso?

R: Esta novela juvenil tiene por sí sola toda una historia, y su recorrido hasta llegar aquí no ha sido nada fácil. Es una novela que escribí después de llegar a casa de mi jornada de trabajo, mientras mis hijos dormían. Yo estaba muy cansada y ese cansancio se lo transmití al protagonista con su cojera. Por el tema, me sentía responsable de que saliera a la luz. Y lo intenté. Consiguió quedar entre las siete finalistas en el I Concurso de Novela Juvenil de Edebé México, con el título ¡Dispara, Mike!, y el compromiso de su publicación, aunque al final no pudo ser. Pasó por otras editoriales, y en todas las valoraciones fueron siempre muy buenas. Pero ninguna se atrevió a dar el paso. Aun así, nunca me di por vencida, y aquí está. Seleccionada entre las cinco finalistas en el I Certamen Calíope de Novela Juvenil de la editorial Malas Artes. Y con la ayuda, por supuesto, de muchos amigos que han confiado en ella.

P: Siempre has compaginado tu puesto como correctora en SM con tu pasión por la escritura. ¿Qué te ha enseñado esta dualidad?

R: Comencé a escribir siendo muy niña, y también siendo muy niña me preguntaba quién era el responsable de calibrar la calidad de lo publicado, tanto en forma como en fondo. Tener la suerte de trabajar en el mundo de la edición me ha ayudado a conocer en profundidad el protocolo que se sigue desde que un manuscrito llega a una editorial hasta que sale de la imprenta. En ese proceso, la figura del corrector es muy importante. Tanto que te diría que a mí, llevando como correctora más de treinta años, me resulta muy difícil corregir mis propios textos.

El autor está embebido en la historia, en lo que quiere contar, y muchas veces lee lo que quiere leer, no lo que realmente ha escrito. Sabemos de errores famosos, como cambiar el nombre de los protagonistas en un momento determinado. Es un ejemplo. Pero hay miles. Como autora también me ocurre. Por eso necesito otros ojos que, inocentes pero expertos, descubran cualquier lapsus narrativo u ortográfico. Es un trabajo en equipo. Y todos salimos ganando.

P: Más allá de tus libros publicados y los premios obtenidos, ¿qué dificultades te has encontrado por el camino ? ¿De dónde nace esta pasión por la escritura?

R: Mi abuela Gregoria no sabía leer ni escribir, pero cada noche me contaba un cuento, a cual más maravilloso, que se sabía de memoria. Con el tiempo, tímidamente, porque era un tema censurado en todas las familias, comenzó a hablarme de la guerra, y a cantarme alguna que otra canción que no he vuelto a escuchar desde entonces. Oyéndola, sentí la necesidad de escribir, de volcar en el papel todo lo que ella recordaba. Para que no se quedara más en el olvido.

Algo de lo que me contaba está en Trece velas en la recámara, pero hay más, mucho más, que aún busca su sitio en la memoria. Del lápiz pasé a escribir poemas en una máquina de escribir que me trajeron los Reyes Magos. De ella salieron pequeñas historias que comenzaron a cosechar mis primeros premios en el instituto Carlos III y en el concurso literario de la Asociación de Vecinos de Vicálvaro. Escribí entonces un esbozo de novela, esa de la que siempre todo autor reniega, avergonzado, por ser su primera obra. Uno de mis profesores, entusiasmado al leerla, me ayudó a publicarla gracias a una subvención de la UNED. Y continué escribiendo, formándome en talleres literarios, como el de Clara Obligado, imprescindible, donde conseguimos publicar creo que el primer libro de relatos realizados por alumnos.

Continuaba, como ahora, presentándome a todos los concursos literarios a los que era capaz de llegar. Tuve además compañeros que me ayudaron mucho, y aunque fue muy muy difícil, al final conseguí publicar mi primer cuento infantil en SM: Mus, el cartero saltamontes. Fue un sueño hecho realidad. Un regalo. Mi sueño era poder llegar a cuantos más niños mejor, y lo había conseguido. Ahora tenía que intentar que otras editoriales también apostaran por mis textos. A todas, a Kalandraka, a Bruño, a Edebé, ahora a Malas Artes, les doy las gracias por su confianza.

Cada publicación es un regalo. De nuevo un sueño, un milagro. Y después, la realidad. Seguir escribiendo, como si fuera la primera vez. Con el miedo a la incertidumbre de si surgirá otra historia; el miedo al folio en blanco que es ahora la pantalla del ordenador; el miedo a no llegar a cumplir las expectativas; el miedo a no conseguir embrujar a una editorial. Pero sin perder la ilusión.

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