La actriz de Los juegos del hambre lo da todo en este histriónico y aburridísimo relato sobre los traumas asociados a la maternidad y la insatisfacción sexual
La carrera profesional de Jennifer Lawrence dista mucho de lo evidente. A sus 35 años, la intérprete atesora ya nada menos que cuatro nominaciones al Oscar, incluyendo su victoria como mejor actriz principal por la simpatiquísima El lado bueno de las cosas (2013), pero lo cierto es que el éxito parece importarle más bien poco. Lejos de aprovechar el increíble tirón comercial que le brindó su rol protagónico en la saga de Los juegos del hambre, Lawrence desapareció un tiempo de las pantallas, quién sabe si abrumada por ver su rostro en infinidad de carteles, revistas y carpetas de adolescentes, regresando tiempo después con películas tan dispersas como la satírica No mires arriba (2021) o la veraniega Sin malos rollos (2023), donde sorprendió con su estupenda vis cómica. Son las ventajas de gozar de un estatus que te permite elegir tus propios proyectos, como las grandes estrellas de Hollywood.
Die my love, último trabajo de la directora indie Lynne Ramsay, viene a apuntalar esta heterogeneidad en la filmografía de Lawrence, que aquí comparte protagonismo con otro actor de similar trayectoria, Robert Pattinson, que renegó de sus orígenes vampíricos en las abyectas entregas de la franquicia Crepúsculo para redefinirse como un artista dramático y polifacético. Sin duda, acertada sinergia de talentos para dar vida a un joven matrimonio preso de una pasión desorbitada en los primeros minutos de la película, cuando la feliz pareja se instala en una vieja casita rural y toma la decisión de traer a un niño a este mundo. Es ahí, como cabe esperar, donde las cosas se empiezan a torcer y el prístino idilio erótico-festivo muta en frustrante y desasosegadora pesadilla. No en una de esas donde tenemos que huir de imponentes asesinos enmascarados o monstruos de fantasía, sino en esas otras mucho peores en las que los demonios viven en nuestro interior.

Una rareza de festival
Desde luego, el planteamiento suena sofisticado y la entrega de Jennifer Lawrence a su desquiciado personaje, víctima de una agudísima depresión posparto que lo lleva a comportarse de manera imprevisible, es absoluta y meritoria, así como impecable se antoja el trabajo de fotografía del filme, apreciable en sus escenas nocturnas. Sin embargo, nada de esto sirve para rescatarlo de la categoría de rareza de festival destinada al más inmediato olvido, pues su cansino histrionismo y su cargante narrativa, siempre pendiente de los arrebatos y ocurrencias de la protagonista, que incluyen ladridos, gateos, autolesiones e inoportunas masturbaciones, acaban resultando sencillamente insoportables.
Por supuesto, habrá quienes sostengan que Die my love es una película críptica y llena de símbolos relacionados con la maternidad y la insatisfacción sexual (aparece de vez en cuando un misterioso motorista que, intuyo, quiere representar algo, amén de la abuela sonámbula y el abuelo demente que interpretan Sissy Spacek y Nick Nolte respectivamente), pero si una obra requiere de estudio para ser entendida y sus imágenes apenas provocan emoción alguna, entonces no merece la pena perder el tiempo descifrándolas. Esperemos que Lawrence escoja con más tino su próximo proyecto.

