El autor de la Trilogía del Cornetto se vale del original literario de Stephen King para ofrecer una frenética aventura de ciencia ficción con el actor como gran reclamo
Estar al tanto de todas y cada una de las adaptaciones de las que la literatura de Stephen King es objeto en el cine y la televisión supone una tarea más que ardua, habida cuenta de la inabarcable cantera de títulos con que el escritor superventas lleva décadas inundando el mercado editorial. Así, desde el estreno de la añeja Carrie (1976), película inaugural en lo que a la explotación de su bibliografía se refiere, hasta la actualidad, los saltos de su obra al medio audiovisual superan el centenar y nada apunta a una pronta reversión de esta tendencia. Baste señalar que solo en el año en curso, los espectadores han visto ya desfilar por la cartelera hasta tres producciones inspiradas en sus libros (The Monkey, La vida de Chuck y La larga marcha), siendo entonces la que aquí nos ocupa, The Running Man, la cuarta en la lista.
Para más inri, la película, gran apuesta comercial de la Paramount en un otoño hasta ahora funesto para la taquilla norteamericana, es una nueva versión de Perseguido (1987), uno de aquellos filmes con los que Arnold Schwarzenegger se consolidó como el héroe de acción preferido por el público en la tan idealizada década de los 80. No obstante, si bien es cierto que esta nueva aventura incluye un simpático guiño a su predecesora, aquí el tono es otro, dando fe en consecuencia de la arrolladora personalidad de su director, Edgar Wright, uno de los cineastas más iconoclastas, gamberros y originales de la actualidad. Los que no lo conozcan ya están tardando en lanzarse a ver su desternillante Trilogía del Cornetto, su celebérrima Baby Driver (2017) o su magistral Última noche en el Soho (2021) para certificarlo.
Una distopía cercana
En The Running Man, el planteamiento argumental rima de forma aterradora con la actualidad: en un cercano futuro distópico dominado por un capitalismo desaforado que recluye a los más desfavorecidos en guetos suburbiales, la cadena de televisión Network (¿referencia velada a Netflix?) se erige en la empresa tecnológica más puntera de los Estados Unidos, habiéndose beneficiado de la privatización de las fuerzas policiales y de la emisión de un obsceno concurso consistente en asistir a una auténtica cacería humana. El programa, indiscutible líder de audiencia, seduce a sus participantes con la promesa de ganar una fortuna si logran sobrevivir durante un mes a los constantes ataques de una banda de mercenarios que los persigue por todo el país. El espectáculo es, pues, grotesco, presentando a los más bajos estratos sociales como indeseables grupúsculos que han de ofrecer entretenimiento a las clases más adineradas a cambio de una existencia digna.
Queda patente, pues, el subtexto social de la película, algo de agradecer en un Hollywood cuya conciencia política parecía haber desaparecido de un tiempo a esta parte. Wright, sin embargo, nunca ha sido un cineasta conformista o complaciente con las modas, y ha optado por impregnar el relato de un vertiginoso frenesí narrativo, logrando un ritmo trepidante en el que acción, drama y comedia conjugan a la perfección. Todo ello, además, dispuesto en unísona sintonía con el referido mensaje político, formulado en el guion en forma de inspirada diatriba contra los efectos alienantes de la telebasura, encarnada en los villanos interpretados por Josh Brolin y Colman Domingo, ambos geniales.
Glen Powell consolida su estrellato
No obstante, si a alguien pertenece The Running Man es a su absoluto protagonista. El tejano Glen Powell, a quien nadie discutiría su potencial como héroe de acción, enriquece aquí este registro con la vis cómica lucida en la inteligentísima Hit Man (2023) o en la mediocre aunque muy exitosa Cualquiera menos tú (2023), tendiendo con facilidad un puente por el que desfilar cual carismática superestrella para conectar con crítica y público. Desde luego, da gusto verle saltar, correr, insultar y disparar como participante de este macabro concurso televisivo que, esperemos, nunca se haga realidad.

