La diputada del parlamento alemán pretende crear su propia alternativa anticapitalista
El caos está sembrado en la Karl-Liebknecht-Haus. El edificio, situado en pleno centro de Berlín, ha sido históricamente un símbolo de la resistencia contra el fascismo: durante décadas fue la sede del Partido Comunista Alemán, fue confiscado ―primero por los nazis y después por las autoridades soviéticas― y, desde 2007, ha sido la sede de Die Linke, el principal partido de izquierdas del país germano. Hasta este año, el partido podía presumir de una envidiable cohesión interna y de contar con el apoyo de gran parte de la población, con 39 diputados en el Bundestag. Sin embargo, este año las disputas internas y los desencuentros han terminado por quebrar el que hasta entonces se autodenominaba “el único partido de izquierdas del parlamento alemán”.
Parece que ya quedan lejos los valores obreristas que rezumaban hace décadas en la histórica sede del centro de Berlín, pues el partido, el cual no deja de perder apoyos en las encuestas, lleva años moderando su discurso sobre la lucha de clases para centrarse en cuestiones como el feminismo, el ecologismo y las políticas identitarias de todo tipo. Luchas sociales indudablemente importantes, pero que, ahora mismo, en un país en recesión económica y con crecientes problemas sociales, no son la prioridad del electorado alemán.
Sobre las ruinas del deteriorado partido Die Linke se erige la que, para muchos, será la salvadora de la izquierda en Alemania. Su nombre es Sahra Wagenknecht y, pese a haber formado parte de las filas del partido desde sus inicios, desde hace años se ha desvinculado radicalmente de sus formas y de sus ideas. A principios de octubre, 50 miembros de Die Linke firmaron por su expulsión del partido. No hizo falta hacer efectiva esa expulsión: a finales del mes pasado, Wagenknecht y otros nueve diputados abandonaron voluntariamente el parlamento alemán para constituir un nuevo partido: Alianza Sahra Wagenknecht, que aspira a ser la nueva fuerza principal de la izquierda en Alemania.
La vida de Sahra Wagenknecht parece estar llena de contradicciones. Es hija de un inmigrante iraní, pero aboga por cerrar las fronteras y limitar la inmigración. Es una mujer “hecha a sí misma” que ha alcanzado relevancia en ámbitos dominados por hombres, pero se muestra hostil contra el feminismo. Se considera de izquierdas, pero su discurso es comparable en muchos aspectos con el de AfD, partido de ultraderecha cercano al neonazismo. En España hay quien la compara con el Frente Obrero, nuestro equivalente patrio a un partido nacionalista, populista, antiecologista y antiinmigración; pero abanderado de la lucha de clases y de la causa obrera.
Wagenknecht, de ideología comunista apuesta por regresar a una Alemania que ya no existe. Apela a la Alemania de los años sesenta y setenta: un país industrial, obrero, blanco y con un Estado del bienestar potente. Un país que, en definitiva, no volverá, porque los avances sociales en materia de derechos humanos, la trasformación económica y la aparición de una sociedad multicultural son hechos que no admiten vuelta atrás. En política exterior, apuesta por la salida del país de la Unión Europea, está en contra del envío de armas a Ucrania y profesa un radical antibelicismo. En política interior, apuesta por abandonar las políticas ecologistas, reindustrializar el país, subir los impuestos a las grandes fortunas, reforzar el estado del bienestar y cerrar las fronteras.
El discurso de Sahra Wagenknecht es polémico, incendiario, radical en muchos aspectos y razonablemente visto como problemático por muchos; pero está calando en la sociedad de forma indudable. Sin haber constituido el partido aún, las últimas encuestas otorgan a la política el apoyo del 14% de la población. Sorprendentemente ―o no― muchos de los votos provendrían de anteriores votantes de la ultraderecha. No se sabe cuáles serán finalmente los resultados electorales de esta alianza, pero es indudable que su aparición ha supuesto y supondrá un golpe duro para la izquierda hegemónica.