Un año después la lluvia sigue cayendo sobre la memoria: hay heridas que el tiempo no logra secar
Enciendo la televisión, es sábado por la tarde. Un nuevo programa de Informe Semanal me sorprende. Esta vez es 25 de octubre y ha pasado casi un año de la terrible dana que sacudió Valencia. El reportaje es estremecedor y, sin quererlo, las imágenes me trasladan a aquellos días tan dolorosos en la historia reciente de nuestro país. Porque la dana, inevitablemente, se estudiará en los libros de historia.
Y, aunque ha pasado un año, aún se me saltan las lágrimas. La peor catástrofe climática de este siglo todavía deja los estragos de aquellas inundaciones que han quedado grabadas en la retina de todos los españoles. Porque dudo que haya alguien a quien no hayan conmovido, pues la dureza de aquellas fotografías deja entrever una catástrofe de un calado difícil de asimilar.
Sin poder evitarlo, solo pienso en los valencianos que vieron cómo el agua ponía en peligro sus vidas. Me acuerdo de las 229 personas que murieron aquella tarde ahogadas. Porque cuando pidieron ayuda nadie pudo tenderles la mano. También vienen a mi cabeza sus seres queridos, que han padecido un duelo doloroso, sin consuelo que pueda calmarlo.
Pienso en quienes perdieron su casa, el proyecto material más importante de nuestras vidas. Porque nuestro hogar no solo se construye ladrillo a ladrillo, también está hecho de recuerdos, que dan sentido a nuestra existencia. Tampoco me olvido de quienes perdieron sus negocios, todos aquellos profesionales que nunca volverán a levantar la persiana de sus locales.
Nadie a estas alturas puede negar que aquellas inundaciones cambiaron la conciencia colectiva. En las horas más críticas después de la riada se podía ver a decenas de jóvenes que cruzaban el gran puente. Hoy bautizado como “puente de la solidaridad”, que cruza el antiguo cauce del río Turia.
Recuerdo la gran movilización ciudadana que se organizó para recoger alimentos, ropa o productos de higiene, tratando de aportar un grano de arena, por pequeño que fuera, entre tanto lodo. Se me vienen a la memoria las decenas de personas que con sus coches recorrieron cientos de kilómetros para, con una pala o rastrillo, retirar de las localidades afectadas todo lo que dejó en sus calles el agua a su paso.
Ahora, un año después, cuando en las noticias vuelven a anunciar el riesgo de lluvias intensas no puedo evitar mirar la televisión con otros ojos, creo que esto será así siempre. Recibo estas noticias con el recelo y el inexorable miedo de que el desastre pueda repetirse de nuevo.
Me acuerdo entonces de quienes, a diferencia de mí, no vieron esa realidad a través de la pantalla de la televisión, sino en la puerta de sus casas. Y un sentimiento de tristeza e incertidumbre me invade. Ojalá esta riada no se nos olvide nunca, porque los valencianos aún tienen algo que decir.

