«El mundo lo sabía y no hizo nada», dirán las generaciones futuras
Los que vendrán se preguntarán: ¿Cómo es posible que Israel masacrara a la población civil? ¿Cómo pudo matar a los gazatíes en las colas del hambre? ¿Cómo dejó que niños y bebés murieran uno detrás de otro?
Desde el ataque de Hamás el pasado 7 de octubre de 2023, cuando fueron asesinadas, en apenas unas horas, más de mil personas (entre ellas dos ciudadanos españoles) y el grupo terrorista secuestró a decenas de israelíes, Netanyahu comenzó una guerra que se alarga hasta hoy. De eso han pasado ya 22 meses, más de 60.000 muertos y una crisis humanitaria grave, muy grave. Posiblemente una de las más graves de este siglo.
El mundo ha visto televisada la barbarie. Ha podido comprobar —de primera mano— los bombardeos de las ciudades, las colas del hambre, los campos de refugiados y los miles de rostros que reflejan la tristeza de un conflicto que nunca debería haberse producido. Porque Hamás nunca debería haber lanzado esa ofensiva, ni un Estado supuestamente democrático como Israel debería haberse defendido en esos términos.
Aún recuerdo hace unos meses cuando tuve la oportunidad de escuchar el testimonio de Pilar Requena, corresponsal de RTVE. La periodista, que ha cubierto numerosos conflictos en estas últimas décadas, nos contó cómo vivían los gazatíes bajo el régimen de Hamás. Nunca olvidaré cuando nos relató las dificultades a las que se enfrentaban diariamente las mujeres, que para poder recibir asistencia médica en el tratamiento de enfermedades como el cáncer de mama tenían que viajar a países como Egipto o Israel, porque en Gaza no eran atendidas.
Nadie duda a estas alturas de que Hamás es un grupo terrorista y Occidente no puede defender sus políticas ni su proyecto de Estado, tampoco creo que lo haya hecho. Pero al igual que Europa debe condenar con firmeza cualquier régimen terrorista, no puede mirar hacia otro lado cuando Israel viola el derecho internacional y hace caso omiso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, quien ha exigido un alto al fuego inmediato.
Dentro de poco se cumplirán dos años del comienzo de la guerra. Y los 27 países de la UE aún no han logrado unificar su postura para ejercer presión sobre Israel. Los ministros de Exteriores no han conseguido persuadir a los países más reacios para que respalden acciones a escala europea. Pienso entonces en el papel de Europa, en la entidad geopolítica en la que nos hemos convertido. ¿Por qué no somos capaces de poner en marcha medidas conjuntas que presionen a Netanyahu para que ponga fin a este calvario? ¿Qué objetivos perseguimos como asociación económica y política? ¿Cuál es el fin de Europa? ¿Quién tiene en sus manos el futuro de Oriente Próximo? Y no encuentro respuestas claras, solo dudas, muchas dudas.
Esta guerra algún día terminará, y posiblemente sea demasiado tarde. Las pérdidas humanas serán terribles, aún más si es que cabe, y la crisis humanitaria será doble, porque los gazatíes que quedan hacinados en la Franja tendrán que desplazarse forzosamente a otros lugares. Pienso en el dolor de dejar la tierra que te vio nacer, ahora huérfano, con una maleta que estará vacía. Porque, en Gaza, no va a quedar nada.
