Mujeres que no pudieron librarse de la sociedad patriarcal
Albert Einstein, Isaac Newton, Charles Darwin, Stephen Hawking… Bien es sabido por todos que la ciencia siempre ha estado dominada por hombres. O esa es la conclusión a la que podemos llegar observando los nombres que van apareciendo a lo largo de la Historia. Matilda Joslyn Gage fue la primera en denunciar, a finales del siglo XIX, que los logros de las mujeres científicas eran atribuidos a sus maridos o compañeros varones. Matilda fue una activista norteamericana que luchó por el sufragio igualitario, denunció la violencia sexual contra mujeres y niños por parte de la Iglesia y apoyó las reivindicaciones de los nativos americanos. Sin embargo, no fue ella quien habló por primera vez del efecto que lleva su nombre. Fue la historiadora Margaret W. Rossiter quien lo hizo. En 1993 observó lo que Gage ya había advertido: las mujeres recibían menos reconocimiento por sus trabajos científicos que los hombres. Y, conociendo -y reconociendo- el trabajo de su compañera, llamó “efecto Matilda” a este fenómeno que aún hoy nos persigue.
“Hay una palabra todavía más dulce que Madre, Hogar o Cielo. Esa palabra es Libertad”
Epitafio de Matilda Joslyn Gage
Una vez alguien dijo “detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer”. Ese era el caso de Einstein, casado con Mileva Mariç, también científica. Ella, al contrario que su famoso marido, decidió dejar a un lado su carrera para ocuparse de su familia. Asimismo, hay indicios de que le ayudó a desarrollar la teoría de la relatividad, por la que ganó -o ganaron- un premio Nobel. Como Mileva, muchas mujeres tuvieron que renunciar a sus carreras, a sus ideas o a sus trabajos por el hecho de ser mujeres. Aún así, eso no las frenaba. Algunas científicas consiguieron escribir su nombre en la historia, como Marie Curie, Ada Lovelace o Margarita Salas. Pero otras cayeron en el olvido. La campaña No more Matildas, impulsada por la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnológas (AMIT), pretende que las niñas tengan más referentes para querer dedicarse a la ciencia. Han recreado las vidas de Albert Einstein, Alexander Fleming y Erwin Schrödinger en tres libros, pero de una forma diferente: ¿qué hubiera pasado si hubieran nacido mujeres? Es una pregunta a la que podríamos responder simplemente estudiando las vidas de algunas de las mujeres que quisieron dedicar su vida a la ciencia.
La AMIT ha propuesto rescatar a estas mujeres del baúl de los recuerdos olvidados, desempolvarlas e incluirlas en los libros de texto, ya que tan solo un ocho por ciento del total de científicos que se citan en los libros de ciencias son femeninos, según estudios de la Universidad Complutense de Madrid y de Valencia. Otro estudio publicado recientemente en la revista Frontiers in Psychology por la investigadora Milagros Sáinz, ha apuntado que las chicas no eligen carreras científicas debido a la falta de espejos en los que mirarse. Tan solo dos de cada diez profesionales que trabajan en los ámbitos científico y tecnológico son mujeres, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. La AMIT pretende acabar con el efecto Matilda, el cual sigue hoy influyendo a las futuras científicas.
El efecto Mateo
Margaret W. Rossiter acuñó el término como reivindicación al ya conocido efecto Mateo. Este se basa en el principio de no autoridad. Es decir, la obligatoriedad de tener un nombre forjado para poder triunfar. El efecto Mateo proviene del Evangelio de San Mateo (13, 12): «Al que tiene, se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado». Es otro caso de desigualdad que se da tanto en la ciencia como en muchos otros ámbitos a la hora de entregar premios o de reconocer un trabajo. Sabemos que el éxito da visibilidad, pero si el prestigio tiene que ser fundamental para ser escuchado, ¿cómo vamos a conocer los proyectos de las nuevas voces? En el caso femenino se suma el factor del género. Si no tienes un nombre que te identifique y además eres mujer, ¿quién te va a escuchar?