Amar, reír, llorar, vivir
Tras mucho esperar, Netflix nos traía Heartstopper el pasado 22 de abril. Una historia de amor, amistad, descubrimiento personal y aceptación desde la más tierna e inocente adolescencia.
El arte transmite. Te hace sentir cosas. Remueve tu pasado, tus deseos, tus anhelos. Te hipnotiza, te embauca. Puede evocar tristeza, melancolía, alegría, euforia… Es casi mágico. Sin embargo, hay una sensación única, especial. Puede durar un segundo, quizás menos, o para quien tiene suerte, algo más. Es la sensación de que merece la pena estar vivo por aquello que el arte te está transmitiendo. Una especie de alegría silenciosa que recorre tu pecho como una ola de calor templado y agradable. Una euforia contenida que quiere salir a través de lágrimas tímidas por una felicidad avergonzada porque no puedes entender que algo así te haga tan feliz. No sabes exactamente por qué y, si lo sabes, eso es lo de menos. Lo importante es que está ocurriendo. Y esto es Heartstopper.
La serie recoge los dos primeros volúmenes de las novelas gráficas escritas y dibujadas por Alice Oseman, quien a su vez se encarga del guion de la serie. Con un mundo literario propio, la serie es el comienzo y establecimiento de una historia tan sencilla como número de veces contada, pero tan profunda y hermosa como excepcional.
La historia comienza cuando Charlie Spring (Joe Locke, en su papel debut) conoce a Nick Nelson (Kit Connor, Rocketman, Little Joe) el primer día a la vuelta de vacaciones de Navidad. Por razones del azar, se les ha asignado sentarse juntos. Lo que comienza con un cruce de sonrisas amables y un delicado «hola», se desarrolla en una relación de mutuo descubrimiento personal y aceptación a través de momentos vitales irrepetibles y eternos, bellos y no tanto. Todo ello con un grupo de amigos a su alrededor que a su vez se encuentran en su propio viaje, un viaje que, aunque individual, se necesitarán entre ellos para no ir a la deriva. Así, la serie sigue la línea más simple del mundo: chico conoce a chico. ¿El cambio? El chico.

Una dulce representación
Por supuesto, tenemos películas como Love, Simon (Greg Berlanti, 2018), la neerlandesa Jongens (Boys) (Mischa Kamp, 2014) y series del tipo Love, Victor (Jay Karas, Amy York Rubin, 2020- Presente). Todas y cada una de ellas tratan en gran medida de lo mismo. Chicos que están intentando entenderse a sí mismos. Algunos saben que son gays, otros sospechan que bisexuales. Los hay que no lo saben o no quieren reconocerlo hasta que el amor o pasión que sienten por otro chico es más grande que su deseo de ocultarlo o autonegarse; otros que lo saben, pero tienen que lidiar con una vida amorosa en la clandestinidad.
Todas estas producciones muestran cómo salir del armario en una sociedad como esta no es fácil. Algunos tienen una vida privilegiada con unos padres y una red de seguridad que les apoya, mientras que para otros esto es un impedimento más, ya que deben elegir entre ellos y su familia. Una variedad en la que la representación y el cómo importan. En estos casos se cumple con lo esperado haciendo un gran trabajo.
¿Y Heartstopper? Es todo eso y más. Por primera vez son adolescentes siendo adolescentes. No hay drogas, no hay melodramas, no hay orgías, no hay alcohol, no hay borracheras, no hay resacas, no hay palabras soeces, no hay mención del sexo por ningún lado. Es el cliché más dulce y tierno jamás visto. Dos chicos monísimos, seres de luces rodeados de más seres de luces, que simplemente se gustan de una forma nueva para ellos. Y esa inocencia en un mundo que les quiere anular es tan poderosa e importante que hace que Heartstopper sea una de las mejores series jamás hecha.
Una agridulce realidad
Claro está, para conseguir esa sensación hay que quitar de lado algunos problemas. Charlie y Nick son dos chicos de clase media y normativos en un ambiente familiar cariñoso y abierto de mente. Esto hace que algunos problemas que se puedan ver en otras series con representación LGTBI+ desaparezcan. No hay problemas de dinero, drogas, etc. Puede verse el amor parental y la aceptación sin problemas, algo que en ficción se estaba olvidando. Sin embargo, esto deja las puertas abiertas a que nos centremos en temas más delicados como la salud mental y el bullying.

Si bien la serie no se centra en estos temas, se plantean. Especialmente el referido al bullying. Por desgracia, es como la vida misma: el gallito de turno contra los, aparentemente, débiles. Aparentemente, porque hay que tener valor para ser quién se es. Así, se nos muestra un horror que no hace falta representar en una paliza o algo peor. Simplemente con ver la reacción de aquel a quien va dirigido es suficiente para rompernos el corazón y maldecir por la existencia de gente así. Saben tratarlo de una manera realista y dura, sin apartarse de la esencia idílica de la serie.
No obstante, la diversidad de representación que se consigue a través de los personajes que acompañan al dúo principal es lo que la hace más importante. Son adolescentes agradables, graciosos, irónicos, empáticos. Se aman y son quienes son libremente. Por mucho que se equivoquen, hablan las cosas, no hay discriminación de ningún tipo. Es lo que todo grupo de amigos debería ser. Es, en una pequeñísima escala, lo que el mundo debería ser. Pero, un mundo regido por lo que se ve en Heartstopper es un mundo utópico que jamás existirá. Por eso es tan imprescindible.
Un cliché necesario
Heartstopper muestra el amor limpio, ideal. Un amor sin toxicidad, comunicativo. No es un amor sin problemas, dudas, eso no existe, pero es un tipo de amor que nace desde lo más básico del corazón: el respeto y el cariño. Un amor que da lugar a diálogos que muchos hubiésemos querido escuchar, que muchos agradecerán haber escuchado. Diálogos que nos hacen llorar por aquellos que nos hicieron dudar de nosotros mismos, de no amarnos, de no aceptarnos. Diálogos y situaciones que nos hubiese encantado vivir, pero que nos robaron, que no pudimos tomar por miedo o, incluso, que algunos vivieron pagando las consecuencias.

Es una serie de gente queer, con gente queer, para gente queer. Pero no solo para ellos. Para todo aquel que quiera entender, para todo aquel que pueda ver lo especial que es algo así en una plataforma como Netflix. Por todas las historias que no se han contado y por todas las que se van a poder contar gracias a esta. Podría escribir eternamente sobre esto, pero estas palabras de mi compañero Jesús Olivares dicen más, en menos, de lo que yo podría expresar.
Heartstopper es cliché tras cliché. Clichés necesarios que te sacan la sonrisa de la nada, que te roban una lágrima por un anhelo jamás encontrado. Chico deportista conoce a chico nerd. Dos mundos que colisionan, lo que permite ver al chico deportista algo que tenía escondido en él. Y, a su vez, al chico nerd ver que todo lo que alguna vez le habían dicho para invisibilizarle, no eran más que palabrería y falacias.
Una calidez utópica
A su vez, en esos dos mundos están los amigos de cada uno. Los populares del chico deportista y los frikis del chico nerd. La chica que se cambia de colegio y puede huir de la transfobia que le rodeaba, mientras que encuentra a unas amigas que serán un punto de apoyo en los cambios por los que pasan en esa etapa tan inicial de sus vidas. Al igual que el amor romántico que mencionaba antes, la amistad funciona igual. Es una amistad pura y duradera. Apoyo mutuo y comprensión.
La serie consigue esa sensación de belleza, ternura y rabia, en ciertas ocasiones, sin dejar de lado jamás esa base hermosa y cálida. Lo hace gracias a la historia, el montaje, los personajes y los colores que durante los ocho capítulos podemos apreciar. Colores pastel, variados y chillones, que encajan con los pequeños dibujos que aparecen de vez en cuando para mostrarnos los sentimientos de un personaje, al igual que en las novelas gráficas en las que se basan. Un detalle pintoresco que no hace más que afianzar esa sensación de inocente ternura.

Por supuesto, los personajes pueden transmitir todo eso gracias al reparto. Lo que hacen todos los actores con sus personajes es magistral. Joe Locke y Kit Connor consiguen darle la profundidad y el dinamismo que los personajes requieren y necesitan. Consiguen que la emoción en sus rostros traspase la pantalla y capte el corazón y el alma del espectador. Tal y como hacen sus compañeros entre los que nos encontramos William Gao, cantante y modelo, Yasmin Finney, en su papel debut como Elle, Corinna Brown (My murder) o Kizzy Edgel, también en su papel debut como Darcy. Todos ellos y demás actores que completan la plantilla, casi todos actores principiantes y jóvenes en su primer papel importante, lo dan todo de ellos para plasmar unos personajes tan variados, como interesantes, en unas interpretaciones espectaculares.
Un lugar seguro
Si bien casi todos son amateurs, hay una actriz reconocida mundialmente, aclamada por la crítica y adorada por los fans en un papel que le va como anillo al dedo. Esta es Olivia Colman. Si de por sí es una mujer que dan ganas de que te abrace y tener a tu lado en un mal momento y una actriz que se gana al público con su exquisito trabajo, en esta serie todo ello se combina para dar a los espectadores un personaje y actuación memorable, necesaria e imprescindible.
La serie es un ancla en esta vida. En un mundo regido por la maldad, la codicia y el odio, cada día más oscuro, Heartstopper funciona como uno de los faros que dan luz en esa oscuridad. Un lugar seguro en el que poder evadirte, que enseña y muestra la importancia de los actos y las palabras y que la vida, a veces, puede merecer la pena.
Así, antes de que pierda credibilidad por repetir lo magnífica que es la serie, Heartstopper te hará llorar, sonreír, embobarte, hipnotizarte… Una montaña rusa de emociones que te abraza el corazón y te susurra al oído que todo saldrá bien. Una oportunidad única que todo el mundo debería aprovechar.