Casi sin querer, La Gran Belleza llegó a nuestras vidas como un soplo de aire fresco aunque, en realidad, siempre estuvo delante de nuestros ojos
En La Gran Belleza el artista no diferencia obra de realidad. Es casi paradójico mencionar el premio Óscar que recibió pues el verdadero galardón recae en el recuerdo. Y no es así por su impecable dirección, ni mucho menos por la perfección de la palabra, sino, precisamente, por el derecho a la contradicción. Una enmienda inamovible. Por la búsqueda de la belleza, pero, ¿de cuál? Nos lanzamos a la piscina sabiendo que esta vacía. Quizás en ese gesto este la respuesta a las mil y una preguntas que surgen en nuestra cabeza.
Qué difícil es tan siquiera acercarse a estas obras, tan inmensas como comentadas, tan sinceras y directas, aunque siempre ingobernables. Pero bueno por donde empezar sino es por el principio. Por Roma, por Paolo. Sorrentino es el escritor más cinematográfico, o el director más lírico, de todos. La única diferencia de que la balanza se decantara por la gran pantalla se define precisamente por su naturaleza y, como en la vida misma, por el dinero, el gran regente de la felicidad que encontramos en medio de la miseria. Y no lo digo yo, sino él mismo. «Una de mis grandes pasiones», afirma en la entrevista que le concedió a El País durante la promoción de Parthenope, su último acercamiento a la antropología desde la mirada perdida de una joven napolitana. Es por eso que, en realidad, el cineasta nunca será Jep Gambardella, ni aún teniendo la vista puesta en el mismo horizonte.

Cómo se encuentra La Gran Belleza
¿Acaso existe? La realidad está oculta, solo hay que destaparla. Cada uno tiene su pala para cavar pero solo unos pocos afortunados la hayan, o eso dicen. Eso queremos creer. No vaya a ser que solo sea un cuento. Desde luego que no sabemos si la novela de Gambardella llegó a algún puerto, pero, él fue uno de los pocos a los que el azar le sonrío en su búsqueda. Qué es la belleza sino lo vivido, lo amado, lo odiado y lo sentido. Pues lo que antes presenciamos, su inexistencia. No hay que olvidar que el de al lado también la ansía, no puede copiarnos, tampoco se dejará, pues la belleza es un gesto de enorme verdad, de idiosincrasia pura, de pensamiento irracional. Qué va a significar sino la vida que una amalgama de recuerdos bellos y vertiginosos, temidos pero enamorados, que no hemos presenciado hasta el instante en el que sobrevivimos a ellos.
“Un amigo tiene el deber de hacer sentir a un amigo lo que sentía cuando era niño”
Se habla mucho del impecable estudio introspectivo de Gambardella, pero, ojo, no hay que dejar pasar el poder del momento. La forma en la que, con el fin de entender la obra como conjunto, esta va evolucionando por capas. Al fin y al cabo Sorrentino entiende la composición de lo ficticio como una conexión estricta con la realidad, aún con sus distinciones. Es así como las piedras en el camino trascienden a lo meramente material. La vida son personas, también para Gambardella, para Fabietto, y para Parthenope. En esta con intachables ecos fellinianos. Se entiende desde la cima porque nació desde el suelo. Y es en ese camino, largo y detallado, en ese preciso camino donde descubrimos la capacidad del cine, en su concepción más artística.
Sentido y vida; arte e intención
Gambardella pervive por y para ese duelo a vida o muerte que existe entre el artista y el arte. ¿Quién dominará a quién? Dos entes tan complementarios como contrapuestos. Tan contradictorios como el sentido de la vida, que un día se pronuncia en la idea y otro en la imagen hasta al fin llegar al entendimiento. Se nos ha dicho incontables veces que el arte nunca ha de desvelar su sentido, pero la razón de ser del mismo es inextensible si esta no se contrapone ante su realidad. Y eso es lo que sucede con el protagonista, no escribe porque no lo siente y no encuentra cómo sentirlo.

“Termina siempre así, con la muerte… pero antes, estaba la vida”
Y así es como acaba. Sin más preámbulo que el ya conocido, el que hemos soñado conquistar. Tal vez lo hayamos conseguido, eso es problema del siguiente. Porque ahora, cuando termina La Gran Belleza, solo nos quedan ojos para ver, que no observar. Hay que sentir lo que se ve para interiorizar nuestro pensamiento. De esta manera, de la nada todo surge, ahora no podemos dejar de revisitarlo. Es probable que sea doloroso, también hiriente, pero hay que hacerle frente, no queda otra. Hay que mirar al pasado a los ojos, al presente darle la mano y al porvenir de puntillas. Una vez superado, por fin, podremos alzar la vista para entender que, en efecto, siempre ha estado ahí. En el banco de siempre, a nuestra vera, camuflada entre la mundanidad, escondida entre toda esta maleza. Cuando los flamencos alcen el vuelo, hemos de volar con ellos.

