Dos estrellas del rock y la literatura persa al servicio de misma musa
La época de la contracultura rebosó en historias para no dormir y anécdotas que dieron color y sentido a gran parte de la narrativa de los años 60 y el mito de la estrella del rock, eternamente atormentado por lo que no puede tener, pero desea efervescentemente.
Esta, entre las fronteras británicas, pero a la vista del resto del globo, dejó un legado musical complicado de superar hoy en día por la relevancia profesional y cultural de los temas y declaraciones de amor que nacieron a raíz de su fascinación por una misma musa: Pattie Boyd.
Un triángulo amoroso a plena luz del día
George Harrison, músico y miembro de uno de los grupos más influyentes de la época de la contracultura, se vio envuelto en un lío amoroso repentino cuando Eric Clapton, figura sustancial del rock-blues y amigo cercano, confesó su amor por Pattie Boyd, fotógrafa londinense y esposa del Beatle de la guitarra, al que conoció en la grabación de A Hard Day’s Night, en 1964.

Lejos de otorgarle un recorrido y valor épico a este lío de faldas, Harrison jamás se opuso a la relación extramatrimonial que mantenían de forma prácticamente transparente su mujer y mejor amigo. Bien porque él también se tomaba sus libertades, o bien porque siempre le trajo sin cuidado, pero llegó a bromear con que Clapton y él eran tan amigos, que “hasta compartían mujer”.
Sin embargo, y teniendo en cuenta que la música y el ingenio no conocen fronteras ni descanso, Eric Clapton se empeñó (o no pudo evitar) en conquistar a la mujer de su mejor amigo.
No era un galán de época al uso y continuaba en relaciones con otras mujeres, pero trataba de mantenerse permanentemente en la imagen con medidas que oscilaban entre ennoviarse con Jenny Boyd (modelo, hermana de Pattie y futura esposa del batería Mick Fleetwood), y escribirle cartas firmadas con una misteriosa «E» y rebosantes de un amor abrumador, pero con un valor cultural que lograron venderse recientemente en una subasta por 19.000 dólares.

Pese a ello (o como consecuencia), decidió también dedicar sus siguientes temas a una “épica” historia de amor prohibido creada por su propio delirio. Y, de camino, creó uno de los riffs de guitarra mejor conservados en el colectivo imaginario de todos los tiempos.
Si bien Something fue coronada como una de las canciones más románticas de la discografía de Los Beatles (y no es que no tuviese competencia), además de una rotunda declaración de amor hacia la que entonces era su mujer, nada tuvo que envidiarle la literatura oculta dentro del concepto artístico de Layla, la contradeclaración de intenciones del exintegrante de Cream, inspirada en la desesperación contenida en un poema del siglo XII, y que acabó dando vía libre a una de las infidelidades más emblemáticas de la música contemporánea.

Layla: Pattie Boyd oculta tras un poema del siglo XII
Eric Clapton, aún reacio a la idea de una carrera solista a comienzos de los 70, formó Dereck & The Dominos con una evidente intención romántica que opacó por completo la creación musical, y que dejó un álbum, una despedida tras el ejercicio anual, y uno de los riffs de guitarra más preciados de la historia del rock.
Con el lanzamiento de Layla And Other Assorted Love Songs, Eric Clapton publicó junto a Bobby Whitlock, Carl Radle y Jim Gordon 14 canciones de amor hacia Pattie Boyd y un hito de la historia del blues-rock. Uno que, pese a no gozar de un éxito inmediato por falta de promoción, se tradujo como una de las gotas que, siete años después, colmó el matrimonio entre la fotógrafa y George Harrison.

Pese a que el guitarrista de Los Beatles parecía mantenerse frío ante el inminente affair que sostenían su esposa y uno de sus mejores amigos, el ojo público no tardó en percatarse de la evidente declaración de amor que cifraban los temas del nuevo grupo de Clapton. Y, especialmente, del que narraba Layla, la canción que daba nombre y cohesión al álbum.
Pero la profundidad no se quedaba en la intensidad del enamoramiento de Eric Clapton, sino que traspasaba los límites de la metáfora y, directamente, rememoraba una tragedia persa del siglo VII para darle nombre y rienda suelta a su pérdida de cordura provocada por un amor “oculto”. O, al menos, aparentemente prohibido.
Layla se añadió como cuarto integrante del triángulo amoroso para expresar (de forma rotundamente exacerbada) la frustración que sentía el guitarrista por no vivir su amor “a plena luz del día”. O, más bien, por no lograr romper el matrimonio que esta mantenía con su mejor amigo.
Layla y Majnún
En la composición del álbum debut de un músico ya consagrado, Eric Clapton mantuvo una estrecha relación con Ian Dallas (más adelante Abdalqadir as-Sufi), un actor británico que comenzó su conversión al islam y su consagración como filósofo y Ulema a finales de los 60.
En sus conversaciones sobre cuestiones vitales, Dallas le presentó Layla y Majnún, una historia popular de la cultura árabe que sintió se asemejaba al frustrante “desamor” que afirmaba estar experimentando.

A ritmo de un drama de época, Layla estaba impedida a aceptar a Qays como esposo, y obligada a casarse con otro hombre de su estamento social. Consecuencia que, como quiso reflejar Clapton en Layla, le hizo perder la cabeza.
La obra del británico se inspiraba, más concretamente, en la de Nezamí Ganyaví, considerado el poeta épico romántico más importante de la literatura persa, que popularizó de nuevo el relato a través de una serie de poema publicados en el siglo XII. Estos narraban la locura generada por el rechazo, que le hicieron retirarse a una vida solitaria en el desierto, perdiendo la cabeza y pasando a ser popularmente conocido como “el loco Majnún”. Una vez Layla escapó de las garras de su marido y de los intereses de su padre, Qays (ahora Majnún) no podía corresponderla, ya que el recuerdo le reconcomió.
Oh, mi fiel enamorado, ¿no estás acaso hecho para mí, y yo para ti?
Oh, noble joven de corazón apasionado, ¡qué helado es el hálito de la separación!
¡Ojalá entraras ahora por la verja de este jardín, para curar mi corazón herido!
¡Ojalá te sentaras a mi lado, mirándome a los ojos, colmando mi deseo más hondo; tu, mi olmo, y yo, tu ciprés!…, pero, ¿quién sabe? Tal vez has sufrido ya tanto por mi causa que ya no te deleitas con mi amor, ni con la belleza del jardín.
A través de este drama poético compuesto en el siglo XII, Clapton quiso cifrar la terminología del título para ahondar en su faceta de poeta y no caer en la osadía y en el poco filtro de admitir una aventura entre componentes de un círculo cercano. Ya que, verdaderamente, no podía achacar su situación sentimental a otra cosa: no existía esa figura de autoridad restrictiva que impidiese su amor más allá de la oposición que presentaba la propia Pattie Boyd a romper de forma definitiva su matrimonio con George Harrison mientras continuaba su relación paralela con Eric Clapton.
¿Qué harás cuando te sientas sola
Y nadie esté a tu lado?
Has estado corriendo y ocultándote mucho tiempo
Y sabes que es solo tu ingenuo orgullo
Sin embargo, y de la misma forma, Clapton trató de advertir a Pattie que quizás le haría perder la cabeza y no sería correspondida una vez se decidiese a apostar por su amor.
Vamos a sacar lo mejor de la situación
Antes de que finalmente me vuelva loco
Por favor, no digas que nunca encontraremos una manera
No me digas que mi amor es en vano
Un final agridulce
Pese a lo bello del gesto, dedicar canciones de amor es uno de los regalos más vetustos y charlatanes habidos y por haber. Y no cabe tanto compromiso en un álbum de hora y cuarto. Aunque sea Layla And Other Assorted Love Songs.
Pese a que Eric Clapton continuó salvaguardando su amor a base de canciones y terminó consiguiendo la que durante décadas pareció su razón de ser, su matrimonio con Pattie Boyd se quedó en lo largo del guion que separa el 1979 del 1989, cuando decidió rebobinar la historia y recrear otro triángulo amoroso junto a la actriz Lory Del Santo, con la que más adelante tuvo su primer hijo que, trágicamente, falleció con cuatro años.
Capricho del destino o no, cumplió con su palabra y, una vez cedió, Pattie no fue correspondida. Capricho del destino o no, la buena música nace de donde y cuando ha de nacer.

