Groupies y cultura popular: la invisibilización de lo femenino en la historia del rock
La historia de la humanidad ha girado en torno a la banalización del deseo femenino; y, cuando no se ha podido luchar contra él, a la ridiculización del mismo.
La asociación de los gustos de la mujer a una irremediable exageración es fruto de una concepción preestablecida sobre lo que históricamente ha significado serlo: seguidoras de un patrón de comportamiento que incluye el recato, el mantenimiento de la compostura, y la silenciación. Carolina Sanín explicó para la BBC que, “cuando la acción de una mujer se sale del espectro de gestos e intensidades que se esperan de ella, advienen la ridiculización y la hipérbole: es una «fiera», una «furia», o una «histérica»”.
La existencia de unas expectativas predefinidas sobre cómo debe comportarse una mujer hace que sea sencillo desacreditarlas cuando se desvían de la norma. Por ello, es habitual encontrar artículos, ensayos y estudios de casos sobre fenómenos populares entre mujeres que traten de buscar una fórmula explicativa para un comportamiento normalizado en el caso de lo etiquetado como “masculino”, que suele ser compartido en los mismos medios como lo «general» o «socialmente aceptado».
Uno de sus principales exponentes surgió a la par que el fenómeno fan, que se ha visto encadenado de forma sistemática al género. Y, a partir del ecuador de la década de los 60, a la música.

En la mayoría de los casos, las explicaciones suelen estar relacionadas a movimientos feministas, achaques de la edad y respuestas anti patriarcales, como es el caso de Taylor Swift, o como lo fue el de One Direction en 2010. Y, pese a una posible vinculación en casos muy concretos, el fenómeno fan de la música es tan antiguo como la música en sí, como la subestimación de los gustos femeninos, y como el diagnóstico de estos a través de etiquetas peyorativas como groupie.
La etimología de las groupies
La terminología groupie ha sido empleada históricamente de forma despectiva para señalar a las mujeres que seguían sin reparo a bandas o artistas musicales masculinos, como representantes de una especie de fanatismo enfermizo. En su más teórica definición, se encuadran como “fans que acompañan de manera incondicional a un cantante o a un grupo musical en sus actuaciones, especialmente en sus giras, con la intención de tener un acercamiento más íntimo con él”.

Dado que la devoción y fervor por la música es tan antigua como el propio arte, el origen de las groupies se remonta incluso a los años 20, con el inicio de la música mediática como consecuencia de las sociedades de masas, y con revelaciones como Frank Sinatra. Sin embargo, y alejándose de la connotación que adquirió décadas después, el fenómeno de antaño se empleaba para señalar a quienes (tanto hombres como mujeres) seguían de cerca a los protagonistas de los círculos intelectuales de Norteamérica, puntualizándose en el ambiente bohemio de la ciudad de Nueva York.
Con el paso de los años, y como víctima del devenir del tiempo y maltrato sistemático y estructural a la figura femenina, el término comenzó a utilizarse de forma generalizada para identificar y estigmatizar a las mujeres que seguían incondicionalmente a una banda de música, con las respectivas horas de espera en hoteles, y el famoso lanzamiento de ropa interior durante las actuaciones multitudinarias.
La entrada en los años 60, con el Swingin’ London como exponente contracultural, desató la Beatlemanía, el fervor histérico e incontrolado de un público encabezado por mujeres jóvenes que seguían el fenómeno de Los Beatles y que, años después, fue replicado por bandas juveniles como One Direction.
Pese a ello, y para diferenciar entre tipos de fans, a partir de 1965 el término groupie añadía una connotación sexual a las prácticas ejercidas por los seguidores de las bandas del momento, y se focalizaron principalmente en los sectores femeninos que se dejaban ver en el entorno cercano de las mismas.

Estas mujeres no formaban parte de los grupos de forma contractual, pero se transformaron en una presencia indispensable a inamovible dentro de las bandas: yendo de gira con los artistas, convirtiéndose en musas de sus temas, y siendo transferidas entre los protagonistas de la industria de forma desinteresada, lo que las adjudicó un papel de carácter e interés sexual, así como de «cazafortunas» del que fue complicado desprenderse.
La periodista María Ovelar, en un artículo para El País, reflejaba la evolución del concepto a través de las definiciones encontradas en las instituciones lingüísticas de mayor resonancia, afirmando que “según la Fundéu, las groupies son los seguidores de cantantes, grupos musicales, deportistas u otros personajes populares. El diccionario Oxford matiza: “especialmente una mujer joven, que sigue a músicos […] y trata de conocerlos”. El Collins va más allá: “una joven fanática de grupos […] que los sigue a menudo con la esperanza de lograr intimidad sexual”.
Años 60: el origen
A mitad de los 60, la propia cultura de masas empezó a distinguir tipos de groupies según su lugar de procedencia; y un artículo de la revista Rolling Stone en 1969 establecía que «hay dos tipos de groupies. Aquellas que son como amigas, como las chicas de San Francisco; y aquellas como las chicas de Los Angeles y Nueva York, que están creando una religión en torno a cuántas estrellas del pop pueden tirarse».
Pese a las connotaciones negativas intrínsecas al término en su asociación con la sexualidad femenina, el concepto de las groupies del último tercio del siglo XX solo se entiende en su contexto y como producto de una época extravagantemente concreta. No solo porque sería intolerable en la sociedad contemporánea más presente, sino porque venía motivado por una realidad que, gracias a la evolución y la adquisición de valores, es cada vez más lejana.

Con una efervescente misoginia que despojaba a las mujeres de los papeles activos en la sociedad, las groupies surgieron como jóvenes que buscaban una vida mejor que la que presentaban la selección natural y los roles de género. Unos que no solo les mostraba la única opción de ser “admiradoras”, sino que continuaba con la hipersexualización del rol de la mujer al servicio de la mirada masculina.
En respuesta a esta clasificación, y aspirando a ser partícipes de algo más grande que lo que se les permitía, muchas de ellas decidieron emplear su postura para colmarse de una vida a la que ni si quiera podían aspirar, utilizando su sexualidad como una transacción que las ayudaría a experimentar la realidad de la estrella del rock en primera persona. Una que, sin embargo, fue acogida por los mandamases de la industria como la fórmula definitiva para la perpetración de la cultura machista, y que les permitió luchar en pos de la heterosexualización de la misma.
Su uso en el marketing musical
La figura de las groupies se englobaba dentro de un entramado más amplio que sobrepasaba los aparentes intereses iniciales de las protagonistas. Con los años 70 como punto de partida oficial del fenómeno, la industria musical se sumía en el incansable ascenso de las bandas nacidas como consecuencia de la contracultura de la década anterior; una que incluyó la revolución de las minifaldas, el olvido de las guerras y el blanco y negro, la liberación sexual, la continuidad de las bandas cuya denominación empezaba con “The”, y el desprendimiento de la masculinidad tradicionalmente asociada con la figura de los artistas.
En una sociedad que comenzaba a alabar sin miramientos a bandas formadas en su práctica totalidad por hombres, se abrían paso una serie de tapujos vinculados a la imagen que estos debían dar. Pese a que las principales masas que apoyaban a los artistas estaban integradas por mujeres, existía un amplio dilema que ganaba notoriedad a través del aspecto “afeminado” que exponían los líderes del momento: botas de punta, medias melenas, pantalones pitillo, sensibilidades melódicas y estilos de vida estrafalarios que no se encontraban al servicio del longevo mito de lo «varonil». Uno que, pese a todo, debía mantenerse a flote y que, con sus prácticas, demostró que los tiempos no habían cambiado tanto.
Pese a que géneros y estilos musicales como el disco, punk y glam rock propiciaron el desarrollo de líderes musicales con apariencias andróginas, sexualidades diversas y prácticas desafiantes de la normatividad (como el caso de David Bowie, entre otros), la música, pese a ser un instrumento de cambio y movilización social, como cualquier rama artística, está al servicio de ciertos cánones, reclamos del público e intereses. En consecuencia, la revolución sexual promovida por la escena musical no solo se focalizó en sexualizar el ambiente, sino en heterosexualizarlo.

Ian Svenious, autor, cineasta y músico estadounidense conocido en el ambiente de las bandas punk, afirmaba en su ensayo Estrategias sobrenaturales para montar un grupo de rock (2014) que las mujeres no observaron grandes avances en cuanto a su libertad sexual con el cambio de década, y que su postura continuaba siendo la de meras espectadoras. Pese a tratarse de un fenómeno no erradicado en la actualidad más inmediata, con artistas que tienen que seguir justificando su existencia como una reivindicación feminista, el número de bandas mediáticas compuestas exclusivamente por mujeres en los años 70 no ascendía a diez (The Supremes, Fanny, Baccara, Sister Sledge, Odyssey, The Shangri-Las, y The Runaways, entre sus mayores exponentes), lo que podía indicar “un total desplazamiento de las mujeres del tablero creativo”.
Eran, por tanto, agentes pasivos a los que los cantantes dedicaban sus agonías y euforias, y ante los que debían mostrar los clásicos roles de género. Unos que, en combinación con una reducción de la fortaleza varonil estética, debían ser compensados con la clásica hipersexualización de las mujeres como “novias” o aspirantes a la posición.
Por tanto, el personaje de “mujer que se va de gira con la banda y se aprovecha de la fama de los artistas” no existía como tal. Se trataba de una liberación falsa en la que no eran, sino que les dejaban ser.
Las groupies fueron mujeres engañadas con un falso mito de “liberación sexual” que se usaba para ayudar a que el rock se convirtiera en un fenómeno heterosexualmente aceptable entre los miles de magnates y espectadores que buscaban mantener la idea del dominio masculino; uno que, tristemente, fue una premonición del papel que ocuparían las mujeres hasta inicios del siglo XXI. Estaban ahí porque se les permitía.
Groupies famosas
Pese a su postura claramente desventajosa en un juego amañado, muchas mujeres lograron atravesar los roles de género y convertirse en estrellas de las artes, y gran parte de ellas pasaron a la historia como figuras indispensables dentro del imaginario colectivo y la cultura popular, logrando que su presencia en medios, artes y posterior memoria sirvieran de inspiración para las referencias feministas contemporáneas.
Quizás su fenómeno más llamativo fueron las GTO (Girls Together Outrageously), un grupo musical constituido en 1969 por Frank Zappa, miembro de The Mothers of Invention. Integrado por Pamela Des Barres (Miss Pamela), Cynthia Sue Wells (Miss Cinderella), Judith Edra Peters (Miss Mercy), Luz Selenia Offerrall (Miss Lucy), Christine Ann Frka (Miss Christine), Sandra Lynn Rowe (Miss Sandra) y Linda Sue Parker (Miss Sparky), fue concebido como un experimento sociológico entre las groupies del momento.

Destacan también las hermanas Boyd, modelos originales del Swingin’ London, que se convirtieron en fotógrafas reconocidas por su trabajo personal y por ser las musas de algunos de los clásicos de la historia del rock, como el eterno riff de guitarra de Layla (Eric Clapton), el amor charlatán de Something (George Harrison), o las lamentaciones eternas del Fleetwood Mac del 75.

Maureen Cox se divorció de Ringo Star, Lori Maddox se convirtió en uno de los principales exponentes de las Baby Groupies, así como en uno de los testimonios clave del movimiento #MeToo, y Marianne Faithfull se transformó en un icono de la resiliencia y lucha feminista, convirtiéndose en una de las voces más importantes del pop contemporáneo con temas como As Tears Go By, y en una de las principales inspiraciones de Mick Jagger y Keith Richards.

Memoria audiovisual
El paso de los años ha dignificado la imagen de las groupies y ha puesto en relieve no solo su postura como emblemas de la contracultura e historia del rock, sino como iconos de la moda del momento. La revista Vogue destacó el papel de las mujeres que acompañaban a las bandas de música como portadoras de un estilo bohemio y desenfadado que ha servido para perpetrar la mitología de “la novia del guitarrista” y del “estoy con la banda”.
Entre el valor de los abrigos afganos y los tejanos desteñidos, sus imágenes continúan siendo empleadas como musas de producciones audiovisuales en el papel de portadoras del carisma y belleza simbólica de toda una década. Expuestas como ejemplos de modas circulares e inmortales, destacan en producciones como Almost Famous, conocida no solo por narrar la historia real de cuando el director Cameron Crowe acompañó de gira a The Allman Brothers, The Eagles o Led Zeppelin para hacer reportajes en la Rolling Stone de 1970 con tan solo 17 años, sino por plasmar una de las cosas más curiosas, características, y común a todas ellas: la presencia ininterrumpida de grupos de chicas estilosas que iban de gira con la banda como si fuesen parte de ella.
Su retrato en el filme destaca por el personaje de Penny Lane interpretado por Kate Hudson (la alegórica Pamela Des Barres), que actúa bajo el nombre de Band Aid y que, de forma indirecta, denuncia y reivindica el papel de las mujeres que acompañaban a las bandas como uno maltratado por la industria a la par que indispensable para la misma. Un ejemplo vivo de que, pese a ser utilizadas como moneda de cambio, los artistas no solo se enamoraban de ellas, sino que acababan actuando como sus managers, organizando fiestas, acuerdos y actuaciones.

Chicas Yé Yé: las groupies españolas
España cuenta con su versión aclimatada de las groupies bajo el clásico de «La Chica Yeyé». Pese a que el término se empleó de forma generalizada para hablar de las mujeres vanguardistas de la moda juvenil de los años 60, identificables por sus minifaldas, peinados a la americana e influencia francesa, las «Chicas Yeyés» confluyeron con el concepto de las groupies de forma peculiar; especialmente, durante La Movida Madrileña de los años 70.

Pese a que las biografías de grupos como Los Secretos, Burning o Barón Rojo hablan de la presencia constante de mujeres entre las bambalinas de la Sala Sol, Carolina, el Pentagrama o La Bobia, la inminente modernidad y liberación de la Transición permitieron despojar parcialmente la tradicional figura circunstante de la mujer en la industria y la farándula, otorgándoles un papel protagónico del que carecían anteriormente.
Las llamadas «Chicas Yeyés» eran realmente conocidas no por mantener relaciones con artistas, sino por ser famosas antes de su vinculación con los mismos. Figuras como Concha Velasco, Paloma San Basilio, Eva Nasarre e incluso Rossy De Palma, fueron bautizadas bajo el apelativo desplegado en la canción de Antonio Guijarro Campoy. Uno que, pese al inminente desamor que dirige la trayectoria histórica de las mujeres, mostraba el desenfado y potencial rompedor femenino con el que soñaban tras décadas opacadas por la dominante mirada masculina. Una que, finalmente, les dejaba ser.

