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‘Los niños no ven féretros’, aquella infancia nuestra

El poemario traza un retrato de la niñez con la mirada de quien acaba de adentrarse en la edad adulta

«Para ellos toda muerte / no es más que vida nueva que se ignora». Omar Fonollosa (2000) ganó el Premio de Poesía Hiperión el pasado año con su obra Los niños no ven féretros, una reflexión sobre el paso del tiempo y las consecuencias de la llegada inminente de la adultez. Influenciado por poetas de la talla de César Vallejo, Benjamín Prado o Joaquín Sabina, el escritor zaragozano aborda temas complejos con estructuras sencillas y un lenguaje claro. 

“Pero ya no era ayer, sino mañana” canta Sabina en Donde habita el olvido. Siguiendo los pasos de su gran referente, Omar Fonollosa dedica la primera parte de su poemario a versificar los recuerdos de su infancia que el olvido todavía no ha arrasado. El poeta se identifica con el niño que un día fue: «No soy tan diferente a mi imagen pasada».

Los lectores crecen con el autor a medida que avanzan en el poemario. Cuando la infancia termina, juntos empiezan a paladear los sinsabores de la adolescencia. “Amor” y “desamor” adquieren por fin significado en la mente de los jóvenes. «¿Qué pensaría hoy / el nosotros que fuimos / del exterminio de toda alegría?». El autor cuenta vivencias que trascienden más allá de su experiencia personal. Nadie olvida la primera vez que su corazón se hizo añicos. 

Pero Fonollosa va más allá. «Esto es amor, / quien lo probó lo sabe / y no lo olvida«. Citando a Lope de Vega reafirma la universalidad del amor. Igual que el paso del tiempo, el desamor asola a todos por igual. Ahí reside la calidad de Los niños no ven féretros: consigue dar una perspectiva novedosa a los temas más manidos de la literatura universal: Eros y Tánatos, el amor y la muerte.

Los niños no ven féretros
Fuente: Elaboración propia

“Posibles epitafios”

La tercera parte del libro profundiza en el Tánatos y juega con lo mortuorio. El escritor imagina posibles inscripciones para los nichos con forma de haikus. Este tipo de poemas breves japoneses versan sobre la naturaleza. «Hojas caducas / se posan en los charcos. / Todo es continuo». En este epitafio, el poeta no se deshace de la utilidad naturalista inicial pero le añade la devastación del paso del tiempo. La misma agua que un día hizo crecer el árbol hoy es féretro de las hojas caídas. La naturaleza muerta configura el bodegón que es la vida. En un instante efímero, la niñez se ha esfumado y los otoños han pasado. “Asomará el invierno / tímido, por las puntas del cabello” escribe el autor al puro estilo Gardel: “las nieves del tiempo platearon mi sien”. Al final, la inmortalidad solo existe en los cuadros y las fotografías. 

Juventud fugaz

“Ayer todavía tenía veinte años, acariciaba el tiempo y jugaba con la vida”. Charles Aznavour se lamenta en su canción Hier encore de haber desperdiciado su juventud. Omar Fonollosa se adelanta al arrepentimiento y exprime los años de dulce inocencia. Resulta curioso que titule la cuarta parte de su libro “No volveré a ser joven” recién entrado en la veintena. Su propia voz parece augurar el fin de una era, como el edificio de Cuatro plantas de hormigón predice el fin de su niñez. Un presagio no siempre explicita un deterioro pero sí una revolución. La adultez no tiene por qué ser peor que la infancia pero sí sacude los cimientos de la personalidad. 

Siempre hay quien es guía para un alma desamparada. El poeta alude a sus salvaguardias durante todo el poemario: dedica Nieva en la cumbre a su madre y Aunque tu no me creas a su mejor amiga. «Como la luz del sueño / has hecho más amable / el viaje a la deriva de la infancia». En No volveré a ser joven, el nombre de Margarita Vitoria, profesora de latín y griego, corona Sin respuestas. El autor dirige este poema plagado de referencias mitológicas a la cicerone de su pasión. No obstante, el miedo a la soledad se cuela entre las grietas del cariño. La amenaza de perder a sus grandes apoyos sigue presente y el escritor nos hace partícipes de sus dudas. Cuando las Moiras corten el hilo, «¿Quién pondrá dos monedas en mis ojos?».

El poema Bildungsroman (“novela de aprendizaje”) cierra la obra. La novela de formación, como la niñez, alberga la infinitud de los puntos suspensivos y las páginas en blanco. El autor de Los niños no ven féretros ha completado con acierto las primeras. En cuanto al resto, afirma que «el futuro reside en el pensamiento». De ser así, la mente de Omar Fonollosa brilla con el fulgor de los versos que aún no ha cincelado.

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