Repensar la financiación climática será uno de los asuntos clave de la cumbre que se celebrará durante los próximos días
“Una oportunidad única”. Con estas palabras se ha referido el enviado especial de Estados Unidos por el clima, John Kerry, a la COP 26, la cumbre por el clima que tendrá lugar desde el próximo día 31 de octubre hasta el 15 de noviembre en Glasgow (Reino Unido). Políticos, activistas, economistas y otros expertos coinciden en que hoy es más necesario que nunca tomar medidas para paliar la crisis climática.
Entre los asuntos que se debatirán, van a adquirir gran relevancia aquellos relacionados con la financiación en materia climática. Desde hace años se busca un método justo y eficaz con el que poner en marcha cambios en el sistema hacia un modelo más verde.
En la cumbre celebrada en 2009, los distintos gobiernos nacionales se comprometieron a invertir 100.000 millones de dólares al año en causas climáticas. Más de diez años después, esta cifra no ha sido alcanzada. Los datos más recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) recogen que en 2019, los países desarrollados sumaron un total de 79.600 millones de euros, tan solo un 2% más que los 78.300 millones alcanzados en 2018. Todavía no hay datos del año 2020 pero tal y como dijo el secretario general de la OCDE, Mathias Cormann, “está claro que la financiación seguirá por debajo del objetivo” Además, está previsto que aumente la cantidad en 2025, por lo que este asunto centrará gran parte del debate de la cumbre de Glasgow. Al igual que en 2019, es probable que el encuentro termine sin grandes avances.
Tarde y mal
Distintas voces coinciden en que empieza a ser tarde para actuar; las expectativas generales son bajas. “Ojalá se tomen medidas eficaces y que no se queden solo en una lista de buenas intenciones”, dice Sara Martínez, coordinadora de Greenpeace en Coruña. En los últimos años se ha visto cómo el “modelo económico y social que se ha desarrollado en Occidente ha resultado insostenible con la preservación del planeta y el medio ambiente” dice Alejandra Mariño, graduada en Relaciones Internacionales. “Las medidas fiscales que se han adoptado por parte de los Gobiernos apenas tienen efecto sobre las grandes empresas contaminantes si se aplican en forma de multa o sanción” explica la joven activista.
Es por ello que, “aumentar o no la partida de gasto en materia climática a 100.000 millones de dólares no es la cuestión principal, sino que la importancia radica en cómo afectará a las empresas». “Lo verdaderamente ambicioso sería conseguir la suficiente presión para que dichas empresas no tuvieran otra opción sino cambiar su modelo de producción” comenta Mariño. Coincide en esta opinión Bieito Cambeiro, doctorando en la USC. Según este graduado en Derecho, “aquellos fondos que se destinen al clima y no son para cambiar el modelo socioeconómico, resultarán insuficientes”.
Conocer el destino
Pese a que distan de cumplirse los objetivos presupuestarios en la financiación de los gobiernos a las causas climáticas, no niegan la necesidad de aumentar las partidas, pero no a cualquier precio. “Por supuesto, los Estados tienen que dar pasos decididos hacia la transición ecológica y apostar por la implantación de la economía circular” sentencia Cambeiro. “Más que como incentivo económico, los planes de financiación deberían de verse como parte de nuevos proyectos o planes energéticos que permitan desarrollar una industria que no perjudique a las economías nacionales ni representen simples parches para la economía” opina Mariño.
Por su parte, Martínez va más allá en los asuntos a los que se debe destinar la financiación. “Es una prioridad potenciar el transporte público o, en aquellos casos en los que se necesite el vehículo particular, ayudar a adquirir coches menos contaminantes”, explica. El objetivo “debería de ser mejorar en calidad de vida” concluye esta joven gallega.
Reducir el carbón pero, ¿a qué precio?
Entre las medidas que se quieren tomar para reducir el cambio climático se encuentra aportar incentivos económicos a aquellos países dependientes energéticamente del carbón para optar por energías menos contaminantes. Sin embargo, no llega como solución. “Realizar una inyección de dinero, si no está ligado a lanzar otro plan alternativo, resulta más nocivo que útil», explica Mariño. “Lo que se necesitan son planes viables para aquellos países que son emisores de carbón” opina la misma.
Entre estas alternativas, Cambeiro vuelve a hablar de apostar por “la economía circular” en la que cumple un papel clave “el incentivo de las energías renovables como nueva opción”. En los países en vías de desarrollo, y que son los que más dependen del carbón, resulta además complicado apostar por nuevas fuentes de energía.
“La población es reticente a los cambios” dice Sara Martínez. “Hay miedo a lo desconocido y, sobre todo, a que aumente el precio”. Se necesita además aportar unos incentivos proporcionales a esta dependencia. “Por ejemplo, en Colombia el carbón representa una importante parte de la economía, lo que lleva a que resulte más difícil independizarse de su explotación” comenta la delegada coruñesa de Greenpeace; “¿cómo van a vivir sin estos ingresos?” reflexiona Martínez.
Por el momento, toca esperar a los movimientos que se den en la cumbre. “Habrá que ver hasta qué punto nos podemos fiar de este tipo de encuentros” sentencia Martínez. “Sabemos que se va tarde y los Estados están defraudando” añade Cambeiro, quien piensa que es el momento de dar buenas noticias para levantar el ánimo.