La participación política directa que las tecnologías nos ofrecen
La democracia se planteaba como el menos malo de los sistemas políticos. En los sistemas representativos actuales se parte de la premisa de que, debido a la complejidad de los estados modernos, elegimos a unas personas que hablen y elijan en nuestro nombre. Ante la imposibilidad de reunir a todos los ciudadanos en el ágora pública para deliberar y votar, se recurre a una participación indirecta.
Durante cuatro años dejamos que políticos de uno u otro signo decidan sobre lo que nos conviene, sobre el modelos de país, que según su criterio es el más justo, el más libre o el más igualitario. Expirado este tiempo, nos convocan para que volvamos a elegir, para seleccionar un programa y unos candidatos. Este es el sistema en el que vivimos.
Este modelo, que sobre el papel funciona: una asamblea en la que se reúne la pluralidad de opiniones de la ciudadanía en la que debatir, en la que convencer por medio de la palabra, está gravemente erosionado por las luchas partidistas y por la carrera electoral.
Democracia directa e internet
El modelo representativo cumplía un objetivo y propósito en los siglos XIX y XX, ante dificultad para abordar los asuntos públicos por todos de una manera fácil, ordenada y económica. Sin embargo, en este siglo, con la tecnología actual y la posibilidad que se nos ofrece deja de ser tan necesario que hablen en nuestro nombre.
¿Es imposible hoy que las leyes se voten por todos nosotros? A golpe de clic cada ciudadano podría votar. Ya tenemos en España herramientas para identificarnos virtualmente como el certificado electrónico o la firma digital. Una aplicación que fuera capaz de recoger todos estos votos no parece algo imposible de lograr hoy.
A pesar de esta posibilidad que nos ofrece la tecnología, no parece algo que esté sobre la mesa o que sea algo demandado. Muchas veces se alude al desinterés de la gente por las cuestiones publicas para decir que los sistemas de democracia directa no son tan viables. O a la excusa de la necesidad de tener una opinión pública bien formada y con tiempo para informarse. Sin embargo, estas cuestiones son meras escusas. El hartazgo social sobre la política se produce en muchas ocasiones por la imposibilidad de participar, por las trabas y límites que se ponen. Cuando se da la oportunidad de implicarse y cuando se tiene la constancia de que ese esfuerzo sirve para algo la gente se anima a participar.
La polarización que la política genera en nuestra sociedad es evitable, dejando a los políticos en un segundo plano y recuperando la soberanía que hemos decido a individuos que tienen intereses personales, que consiguen un rédito por ocupar esa posición.
Si todo se está digitalizando, ¿por qué la democracia no debería hacerlo? ¿Por qué no deberíamos ser capaces de elegir de forma directa sobre lo que nos afecta?