Mi madre siempre es la primera en entrar en la cocina y la última en salir. Después de comer, lava los cacharros y deja todo impoluto. Descansa 20 minutos en el sofá y se pone a hacer la comida, limpiar, o poner la casa en orden. Mi padre mientras tanto, puede permitirse siestas de 2 o 3 horas.
Yo cocino, yo limpio, yo…
Leí en el libro “Neoliberalismo sexual: el mito de la libre elección” de Ana de Miguel, la frase: “En la actualidad los hombres siguen gobernando el mundo porque las mujeres no han abandonado su función de cuidadoras“. Mi madre tiene un trabajo remunerado, y uno no remunerado, y con mi madre millones de mujeres.

La función de cuidadoras es algo que nos pertenece de una manera no oficial. Hablamos de un cargo ya no solo físico y evidente, si no también mental. Mi madre es la que sabe qué vamos a comer cada día. Mi madre es la que guarda los documentos importantes, la que manejaba mi vacunación cuando era pequeña y la que está en constantemente pensando sobre nuestro bienestar y futuro. Mi padre sin embargo nunca ha sabido mi edad exacta ni el curso en el que estaba en el colegio.
Tanto en mi infancia como en mi adolescencia, una de las frases que mi madre más repetía en mi casa era “no tengo tiempo“. En el libro de neoliberalismo sexual, encontré la frase: “La sensación de ir corriendo a todos lados, de no llegar bien a nada, produce esa eterna queja femenina, también de empoderamiento y falta de autoestima“. Y es que estar en constante responsabilidad de los cuidados, hace que te olvides de ti misma.
Hoy, en la peluquería, sucedió una situación que me hizo darme cuenta de la aceptación de la queja femenina. Una mujer hablaba de que los hombres siempre tienen muchas pegas. Un hombre respondía que las mujeres se quejan mucho más. Otra mujer respondió que las mujeres nos quejamos con razón. Todas las mujeres de la peluquería empezaron a asentir.
“Los hombres es que son así”
Tenemos normalizado que nuestros padres, parejas varones, hijos… no lideren los trabajos domésticos. Es algo que aceptamos, algunas a regañadientes y otras sin dificultad. Entendemos que si queremos un hombre en nuestra vida, tiene que ser con estas condiciones.
Tengo que reconocer que mi realidad es muy privilegiada. Al fin y al cabo tengo una familia biparental. Con padres que viven en la misma casa. Mis dos padres trabajan y ninguno tienen un trabajo precario. Puedo imaginar que esta situación en familias con madres solteras o con trabajos precarios se acentúa al tener también la carga del trabajo no remunerado.
No es problema de falta de consciencia feminista. También desde el privilegio puedo decir que mi madre me inculcó valores feministas. Me repitió la importancia de la independencia económica. Criticó, incluso, en numerosas ocasiones las actuaciones de mi padre y la dejadez en los cuidados. Aun así, ha aceptado que si quiere que mi padre siga siendo su pareja, debe aceptar ser ella la que carga con todo el peso del trabajo doméstico.
Es fruto de un sistema en el que normalmente, si eres heterosexual y quieres vivir en pareja, hay cosas que tienes que aceptar. Es una situación triste pero cierta que parece que no cambia con las generaciones. Aun determinando nuestra educación como igualitaria, los patrones se siguen repitiendo.
Pero entonces, ¿por qué seguimos generaciones tras generaciones cargando con el trabajo doméstico no remunerado?
Decía Celia Amorós que igual que hay clases sociales porque hay relaciones de dominación entre ellas, hay géneros porque median relaciones jerárquicas entre los mismos. Lo que yo entiendo a lo que Celia se refiere es que el hecho de que haya géneros es interesante en esta sociedad ya que hay así una excusa por la que crear dominación.
En el discurso de Simone de Beauvoir encontramos que ningún sistema de dominación se mantiene sin la complicidad de los sometidos. Es hace poco años cuando podemos escuchar más a hombres deconstruyéndose. Poco a poco hay más figuras masculinas en el rol principal de cuidadores y tomando rol activo en los trabajos de casa. Aun así, lo normal es que los dominantes mantengan su aprobación al sistema, mientras las dominadas seguimos partiéndonos el lomo.
En las luchas marxistas las mujeres tuvieron una participación activa. Al menos eso es lo que nos han vendido. Lo cierto es que las mujeres pasaban a máquina lo que sus compatriotas decían. Les llevaban los cafés y los cuidaban, quedando siempre al margen de la participación política. La “cuestión femenina” siempre se posponía ya que no interesaba realmente a nuestros compatriotas de izquierdas.
Se quería iniciar la revolución feminista o de la mujer, al mismo tiempo que la socialista, comunista o marxista. Se daban cuenta de que siempre quedaba relegada a un momento posterior y empezó a ser frustrarse. En los años 60 se dieron cuenta de que los problemas personales de las mujeres, eran en verdad problemas políticos. Entonces, la lucha feminista se independizó y empezaron a tomar un papel activo sobre sus propios intereses. Las mujeres empiezan a hablar sobre el problema del patriarcado. Se dan cuenta de que puede compaginarse con cualquier modelo económico. Ahora sabemos que “la revolución será feminista o no será” y no solo cayendo el capitalismo se solucionará la desigualdad entre géneros.
Tenemos derecho a la pereza
Sobre las tareas de casa, Ana de Miguel escribe: “El patriarcado del consentimiento y la libre elección tienen una respuesta clara: la pareja ha pactado, la mujer a elegido”
Si seguimos aceptando que tenemos que llevar el peso de las tareas de casa, de los cuidados y el peso mental de la familia, nunca vamos a cambiar los modelos. Que no se me entienda mal, no estoy en contra de los cuidados, de hecho considero que los cuidados son muy valiosos y necesarios. De lo que estoy en contra es de que los hombres no tomen la responsabilidad.
Las niñas recibimos una educación donde nos dicen que somos “iguales” y observamos que se nos pide más en casa, que al crecer te abruman unos complejos de inferioridad y de menos valor que no abruman a nuestros compañeros. Lo lógico es que experimentemos rabia y frustración.
Mi madre con los años ha aprendido a aprender a tolerar la desigualdad pretendiendo no verla en la mayoría de los casos. Es inevitable que alguna vez explote de tanto pretender estar ciega. En esos momentos se pelea con su marido. Este le ve como una persona desquiciada que se toma las cosas demasiado a pecho.
La conclusión es que tú, amiga, madre, hija, abuela, tienes derecho a tumbarte en el sofá durante 2 horas sin sentirte culpable. Tu tienes derecho a que tu marido se preocupe de la parte mala de la maternidad como inscribir a los niños al colegio o llevarlos al médico. Tu tienes derecho a sentirte de acuerdo con tus valores de igualdad, sin dejarlos de lado por querer formar una familia. Mereces compartir cuidados, responsabilidades y cargas con tu pareja. Pidámosle a los hombres que actúen, pongámosle unos límites morales antes de crear familia con ellos. Dejemos de inculcarles que no vale para el cuidado ni para las labores de casa. Hagamos que se sientan responsables de actuar y cambiar para que nosotras tengamos también derecho a la pereza.