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Feminismo: ¿un movimiento social o político?

Esta semana se celebra el 8M, conocido mundialmente como el Día Internacional de la Mujer. Miles de mujeres se manifestaran para recordarnos que tenemos que escucharlas.

La situación de la mujer cambia a poco a poco, en la última década de forma acelerada. El feminismo junto al ecologismo son, posiblemente, los dos movimientos sociales que más adeptos han ganado en este siglo. Han provocado una especie de cambio de conciencia, algo sí como una respuesta colectiva, que ha hecho que nos cuestionemos aspectos que antes considerábamos normales y no lo son.

Uno de los sucesos más notorios de los últimos meses ha sido, sin duda, el Mundial de Fútbol de este pasado 2022. Muchos se indignaron por celebrar en Catar el acontecimiento más importante del deporte a nivel mundial. Catar no es ejemplo de democracia ni de nada que se le parezca: mujeres y diversos colectivos viven en una situación de verdadera exclusión, por lo que darles protagonismo y reconocimiento no nos hace ningún bien.

Pero, ¿acaso se conoció el año pasado que el Mundial se celebraría en Catar? Por supuesto que no. Esto ya se sabía desde hace mucho. Pero nadie decía nada, porque no interesaba. El mundo mira a un lado y cuando de repente estalla ante nuestros ojos, la indignación se convierte en una especie de enfermedad de la que muchos se contagian y entonces se vuelven activistas, pero solo por un rato. Resulta hipócrita.

Es sorprendente como el 8M llena las calles de miles de mujeres a lo largo y ancho del planeta, demostrando que existe un movimiento, que ya es imparable. Cada año son más las mujeres y hombres que deciden unirse. Pero tras la pandemia de la Covid-19, en el año 2022, el feminismo quedó dividido por las discrepancias sobre “La Ley Trans” del Ministerio de Igualdad. Este hecho es significativo, el por aquel entonces todavía proyecto de ley supuso la confrontación y posterior desunión dentro del movimiento.

Históricamente se han producido escisiones en muchas corrientes ideológicas o de pensamiento. Así pasó en el siglo XIX en España con el liberalismo, los partidarios de una transformación más rápida en la sociedad pasaron a llamarse progresistas y los que defendían ideas de un corte más “conservador” se denominaron moderados. Pero, a pesar de sus diferencias, que no fueron pocas, no dejaban de ser liberales, pues tenían un mismo origen.

El problema, desde hace ya algún tiempo, es que el feminismo se ha convertido en un instrumento partidista. Políticos de diferentes colores utilizan el movimiento con un fin muy concreto: rascar votos. Como toda iniciativa social, trascender a la esfera política es positivo siempre que ésta consiga llevar a cabo medidas que mejoren, en este caso, la vida de las mujeres. Ahora bien, la cuestión es que el feminismo ha entrado en una fase en la que la politización ha marcado el rumbo de sus pasos, en una fase donde la ideología se ha sobrepuesto a las ideas.

En el feminismo no todas las mujeres pensamos igual, pero esto no debería ser un elemento que nos aleje, sino, todo lo contrario, un trampolín para crecer y entender que la diversidad nos enriquece, nos hace mejor sociedad. Tratar de imponer una visión homogénea y exenta de debate o crítica es un error, que solo nos conducirá al fracaso. Hemos avanzado mucho, pero todavía queda camino por recorrer, que no se (nos) olvide.

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