Las últimas elecciones nacionales en Suecia e Italia son la prueba de que las fuerzas de ultraderecha están en auge en varios Estados de Europa, pero ¿cuáles son los motivos de este ascenso?
Según datos publicados por El País, el 17% de los votantes de Europa ha optado por una opción ultraconservadora en las últimas elecciones nacionales. El apoyo a las fuerzas que, siguiendo los criterios de PopuList, pueden ser clasificadas como ultraderechistas experimentó un gran crecimiento entre 2007 y 2010, duplicando la tasa registrada en los años ochenta – del 4% al 8%-. Sin embargo, el punto de inflexión sería la crisis migratoria de 2015.
Los partidos tradicionales, aquellos que construyeron la Europa de la posguerra, están sufriendo el cuestionamiento de la población en varios Estados de la Unión Europea. Les atribuyen la responsabilidad de la elaboración de un modelo que ahora un sector de la ciudadanía rechaza. Con ello, se ha producido un crecimiento de la popularidad de las fuerzas ultraderechistas en muchos de estos países. ¿Cuáles son las claves de su éxito?
Una cuestión de identidad
Una base fundamental sobre la que se apoya la ideología de estos partidos es la apología al sentimiento nacionalista. Existe un aura de melancolía que inunda parte de Europa y que ha provocado una falsa sensación de decadencia en una parte importante de la ciudadanía europea. Por todo ello, estos partidos abogan por volver a un pasado que consideran fue mejor.
Ejemplo de ello es el partido Fratelli d’Italia, ganador de las elecciones de Italia el pasado 25 de septiembre con un 26% de los votos; y su presidenta, Giorgia Meloni, la máxima defensora del movimiento neofascista. A diferencia de Berlusconi, quien llegó al poder en 1994 con su partido de extrema derecha Forza Italia, Meloni aboga por una ideología en la que el odio cobra protagonismo. Apela al pasado italiano a través de su lema: “Dios, patria y familia” e incluye en el logo del partido la llama tricolor, que recuerda al Movimiento Social Italiano surgido en 1946 y liderado por jóvenes fascistas.

En el caso de Suecia, el 11 de septiembre se celebraron las elecciones en las que, aunque el partido más votado fue el Socialdemócrata, los ultraderechistas de Demócratas de Suecia – con algo más del 20% de los votos – lograron un consenso con los conservadores para formar Gobierno. Este partido de extrema derecha proviene de una amalgama de grupos neonazis que se fusionaron a finales del siglo pasado, y que han ido ganando la aceptación de la población a medida que se ha expulsado a los miembros neonazis del partido. Con ello, un país que está a la vanguardia en el Estado de bienestar ha pasado a ser otro Estado más gobernado por la extrema derecha.
Destaca también el caso de Viktor Orbán, primer ministro húngaro, que lleva ya 12 años en el Gobierno con su partido Fidesz-Unión Cívica Húngara. Su premisa permanente es “mantener a Hungría como Hungría” frente a los cambios sociopolíticos europeos, siempre bajo el amparo de la nación y la familia.
La lucha contra la amenaza externa
Todos estos partidos convergen en un punto común: la defensa frente a los “enemigos externos”.
En Suecia, el auge de la extrema derecha está directamente relacionado con la crisis migratoria surgida en 2014, en la que 160.000 refugiados, la gran mayoría sirios e iraquíes, llegaron al país en solo tres meses. A raíz de ello empezó a gestarse de manera tibia pero progresiva el discurso antimigratorio.
Además, el pasado mes de abril, se produjo una reacción violenta por parte de musulmanes residentes en Suecia cuando el ultraderechista antiislámico Rasmus Paludan llamó a la quema del Corán en la calle. El Gobierno sueco defendió el derecho a la libertad de expresión de Paludan y aprovechó lo sucedido para defender su apuesta por una mayor seguridad en el país.
Por su parte, Orbán, primer ministro húngaro, se define a sí mismo como “el defensor de Hungría y Europa ante la inmigración musulmana”. Para él, el flujo migratorio que se produjo en 2015 no era de refugiados huyendo de la guerra, sino simplemente de “inmigrantes económicos”. En cuanto a Meloni, la ultraderechista italiana también reitera en su discurso la necesidad de identificar a los “enemigos de la nación” y de defender Italia ante todo.
Una Europa de naciones
En Polonia, desde diciembre de 2017 gobierna el partido nacionalista Ley y Justicia (PiS), con Mateusz Morawiecki a la cabeza. Es uno de los grandes opositores a los dictámenes de la Unión Europea y, aunque no plantea un “polexit”, sí muestra su desagrado con lo que impone Europa. Considera incompatibles con su Constitución varios artículos de los tratados europeos.
El Tribunal Constitucional polaco apoya abiertamente la supremacía del derecho nacional sobre el europeo, a pesar de que Úrsula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, insiste en que la legislación nacional está subordinada a la de Europa.
En el caso de Italia, Giorgia Meloni se declara contraria a lo que denomina “lobbies financieros internacionales”. Defiende la importancia de que exista un fuerte derecho a veto en la Unión Europea, de manera que los Estados cuenten con una gran capacidad de decisión interna que les permite anteponer sus intereses a los del conjunto europeo.
La indignación ante cuestiones sociales
Los partidos de extrema derecha aprovechan todos aquellos aspectos sociales que son más controversiales para apelar al sentimiento de repulsa y odio de sus votantes, intensificar su indignación y así prometer una solución a todo ello.
En Italia, entre los votantes de Fratelli d’Italia destaca la población obrera y las clases medias-bajas. Es un sector muy indignado por sus complicadas condiciones de vida, y es por ello que cuando en los mítines Meloni alza la voz y envalentonada les promete darles todo lo que necesitan, ellos empatizan con esa emotividad. La ultraderechista canaliza así su rabia en una serie de recetas que contienen un componente más social que político.
Además, se muestra favorable a la restricción de ciertos derechos sociales. Por ejemplo, en lo que respecta al aborto, si bien no expresa su intención de prohibirlo, sí anuncia una serie de procedimientos que serán obligatorios antes de la intervención. Entre ellos, la imposición de una semana de pensamiento para la mujer antes de tomar la decisión o la asignación de centros médicos que se encuentran incluso a varias horas de su lugar de residencia.
Por otro lado, los Gobiernos de Polonia y Hungría han mostrado comportamientos claramente discriminatorios hacia ciertos colectivos. Orbán expresa abiertamente su rechazo a los homosexuales; y, en el caso de Polonia, se han decretado incluso “zonas libres de ideología LGTBIQ+”.

¿Por qué la izquierda no termina de convencer?
En un momento tan crítico como el que estamos viviendo, marcado por una fuerte inflación a raíz del estallido de la Guerra de Ucrania, los partidos de la derecha han tomado la iniciativa y profieren discursos que prometen a los ciudadanos esa estabilidad que ahora mismo ansían tener.
En Italia, a lo largo de la campaña electoral, la izquierda ha justificado su discurso sobre los impuestos únicamente en la desigualdad, lo que ha permitido a la ultraderecha abanderarse el fomento del impulso económico y del cambio político. Así, la población considera que las propuestas de la izquierda no son novedosas. Además, aunque apelen a la tradición y al pasado, los partidos de extrema derecha italianos proponen un nuevo futuro ligado a la herencia histórica fascista, pero adaptado a la nueva realidad.
En el caso de Suecia, el Partido Socialdemócrata decidió cambiar su discurso acerca de la inmigración, acercándose a la postura de la ultraderecha. Reivindicaban la necesidad de una mejora de la integración de los inmigrantes para así evitar que el sueco fuera prácticamente inexistente en ciertos barrios. Sin embargo, los inmigrantes se sintieron ofendidos con estas declaraciones, y el resto de la población prefirió votar a partidos que habían defendido esta postura desde el principio y de forma más consolidada.
Al observar la situación en España, si bien es cierto que Vox ha aumentado sus escaños en Andalucía y ha pasado a formar parte del Gobierno de Fernández Mañueco en Castilla y León, el barómetro de octubre de El País y Cadena SER 40dB muestra una caída de 8 escaños respecto a las elecciones de 2019. Asimismo, aunque las medidas del Gobierno español reciben una buena acogida por parte de la mayoría de la población, la expectativa electoral no cambia: el PP sigue siendo la fuerza más apoyada, incluso habiendo votado en contra de varias de estas medidas.
Estos datos reflejan que la ciudadanía padece un cierto agotamiento en relación con los argumentos de la izquierda. Prueba de ello es que – según recoge el barómetro 40dB-, el 20,1% de los votantes de izquierdas afirman que votarán en blanco o nulo, frente al 14,2% de los de derechas. Las políticas de los partidos de izquierdas parecen estar estancadas en Europa y, si no reaccionan pronto, podrían ser adelantadas por las proyecciones de futuro que proponen los conservadores y las fuerzas de extrema derecha.