Ya era su turno de hablar. No hacía falta levantar la mano. Por lo que fuera, tampoco necesitaba pedir un taxi. El Milán de Morata no se encontraba jugando en esos momentos, así que previsiblemente tampoco estaba pitando un fuera de juego. Todos entendimos el significado que entrañaba ese gesto. Horas después, Elon Musk postea en X: «Cansa el ataque de que todo el mundo es Hitler».
Qué retorcidos somos. Probablemente fruto de un espasmo de emoción, se puso a bailar ‘la mano arriba’ del Danza Kuduro en mitad de la toma de posesión de Trump. Ya ni se puede hacer apología del fascismo sin que te acusen de fascista. ‘Dejadle ser, está repartiendo amor, no lo saquéis de contexto’. Nos orinan en la cara y dicen que llueve. Ni siquiera Oral B blanquea tanto.

La réplica de Elon Musk en otras palabras: tus ojos ya no saben ver. Todo es una ilusión programada por los medios ¨progres¨. Permíteme comprar los medios para guiarte hacia la luz, y si es posible, permíteme comprar tus ojos también para liberarte. El exorcista de tus demonios.
Además, en un proyecto nacional de reality show como es Estados Unidos el saludito le viene de lujo para remover el avispero y ganar unos cuantos clicks. El marketing no tiene límites. Sobre todo cuando los límites de la moral los determina su gobierno.
Sabe perfectamente lo que hace. La ultraderecha son los nuevos pantalones anchos. Es un artista indie. Representa lo underground, lo antisistema, es la cara del reaccionarismo contra lo establecido. Sabe además que la narrativa progresista de ‘que viene el lobo’ es un fusible quemado. Advertir del retorno mundial de la ultraderecha y postularse como mártires de la democracia no es suficiente. Da la impresión de que el antifascismo un día cocinó y ahora vive de los tuppers, intentando convencer a base de repetir un mismo mantra.
Claro que el antifascismo se inculca, y se debe inculcar. El problema es que se hace con la superficialidad de un cuento infantil. Se peca de paternalismo y se infantiliza a la población. Estos son los buenos y estos son los malos, y punto. Esto previsiblemente genera curiosidad, y en un consecuente efecto llamada por el fascismo. Es como enamorarse del macarra matón de la clase con chupa de cuero, pensando que en realidad tiene buen fondo.
El interés de la nueva sociedad por el fascismo podría aplacarse profundizando en él, señalando que es un peligro tangible y no un demonio invisible. Hay que permitir a las mentes que olfateen el mal olor del fascismo para que aprecien su toxicidad, descender a sus cloacas. Solo así las nuevas generaciones podrán tener la convicción absoluta de que el antifascismo es la única vía posible para establecer una democracia.
Regresando al magnate, el brazo de Elon Musk no pasa frío. Está arropado por toda una red mundial de dirigentes de ultraderecha que se financian entre sí y se codean en congresos y eventos como estrellas del rock. Está claro que la ultraderecha nunca ataca sola. El fascismo viene en pegotes, como las pipas tijuana. Mientras la progresía mundial se revuelca en la rabia, la ultraderecha está ganando la batalla cultural, filtrándose en las redes sociales más importantes y abanderándose de la libertad.
He ahí la cuestión. Si la ultraderecha mundial se apropia de la palabra libertad, se convertirá en un tanque dialéctico a prueba de todo tipo de argumentos. Elon Musk ha logrado convencer a millones de usuarios de que ha comprado X para garantizar la libertad de expresión, y no como instrumento político. Ahora ha intentado retar a nuestra vista negando la evidencia de que ha hecho un saludo fascista. Será que tenemos la mala costumbre de tener ojos. El pajarito de Twitter nunca se fue, ahora es su águila imperial.

