En el Bar Manolo proyectan imágenes de la manifestación del 8M. «¿El feminismo, qué mariconada es esa? exclama sobresaltado José Francisco, con aires de caballero templario, desprendiendo un aliento a carajillo. «Maestro, tráeme la dolorosa que me estoy poniendo malo».
A José Francisco le da apuro cruzar las piernas cuando va sentado en el metro. Le aterra el qué dirán si se viste con camisetas sin mangas. Exteriorizar sus sentimientos es todo un reto para él. Llora menos que un cactus. Pese a su aparente virilidad, ha desembolsado tanto dinero en viagra que podría ser accionista de la farmacéutica. El otro día le gustó una canción de Lola Índigo, pero reprimió sus instintos y la pasó para escuchar otra de Anuel.
No obstante, cuando José Francisco escucha «feminismo» se le bajan los demonios. Él es el macho ibérico definitivo. Un perfecto caballero español, de esos que llevan cuatro botones de la camisa desabrochados, bebe vino Pata Negra y echa gasolina sin guantes. «Joder, estas nos llevan a la ruina, ya ni se puede ser un hombre en este país». La pregunta es, ¿qué significa ser un hombre según José Francisco? ¿abrazar una impostura? José Francisco mide con esmero cada uno de sus actos, evaluando constantemente su entereza masculina. Desde que tiene uso de razón, ha normalizado un constante y agónico estado de vigilia, como quien pasea en un campo de minas.
Para José Francisco, declararse feminista implica una castración social. Una lapidación pública. Por esa presión social se alista a una inquisición invisible de hombres reprimidos que condena todo tipo de autoexpresión. Si no lo hiciese sería un traidor, un hereje. Es esclavo de su propio corsé. Cultiva el machismo, la homofobia y la transfobia como medida de protección personal. Al cultivarla la fomenta, y al fomentarla la contagia. Así se alimenta a la rueda del odio.
Las inseguridades de José Francisco le han hecho morder el cebo envenenado de la intolerancia. Precisamente el feminismo es la solución de esas inseguridades, pero José Francisco no quiere entenderlo. Se hace un ovillo, no quiere pensar. No quiere entenderlo.
José Francisco no se acepta a sí mismo y no lo sabe. Nunca se ha permitido ser él. Es verdaderamente triste. José Francisco nunca ha sido José Francisco, sino reflejos de una persona que finge para encajar en un paradigma social establecido. Un personaje secundario de Torrente. Es un muñeco interactivo programado para reproducir el ABC del estereotipo de hombre heterosexual: «coches, tetas y cerveza». Lola Índigo simplemente no entra a la ecuación. Y como él, una cadena de producción inmensa de hombres programados para perpetuar la cultura del odio. Ratas de laboratorio entrenadas para que les dé un calambre en el alma cada vez que se salen de la frontera establecida.
Claro está que hay agresores y víctimas, es indiferente la historia que entrañe el villano, el daño que impregna su odio es el mismo. Por supuesto que la intolerancia debe condenarse, pero todo es marketing. Es evidente que el feminismo teóricamente incluye al hombre en la lucha por una sociedad igualitaria, ¿pero por qué entonces hay tan pocos hombres heterosexuales ejerciendo activismo feminista? ¿Se promociona poco el feminismo en los hombres heterosexuales?
Tal vez no se sienten arropados por el movimiento y caen en saco roto. Según la última encuesta de Ipsos, el 60% de los hombres piensa que el feminismo ha ido demasiado lejos y ahora perjudica a los varones. 60%. El feminismo ha ido demasiado lejos. La frase es paradójica en sí misma «Joder, esto de respetarnos tanto me está agobiando». Este fenómeno solo se explica por una mala interiorización del movimiento en la gente de a pie.
Un concepto completamente vacío de malicia que se ha cargado de dinamita, desvirtualizándose por completo. Prueba de ello es que las manifestaciones del 8M se hayan partido en dos en los últimos años. La credibilidad de un movimiento que no es capaz de mostrar músculo de unidad es mínima. Mala publicidad, pocas ventas. ¿Qué recibo yo con un movimiento que además se está desintegrando solo? Se preguntan los hombres encarnados por José Francisco.
Los colectivos históricamente discriminados por la sociedad, por conocimiento de causa, son más proclives a comprender el feminismo. Es un movimiento que los ampara. Un refugio donde pueden resguardarse del frío del rechazo. ¿Cómo le explicas a los hombres heterosexuales que no están en su contra, que las feministas no son soldados de satanás? Tan fácil como haciéndoles entender que el feminismo les proporciona una identidad. José Francisco, el feminismo te permite ser tú.
Sin reparos, sin preocupaciones, sin limitaciones. Simplemente te permite fluir. José Francisco, da rienda suelta a tus instintos, escucha a Lola Índigo, que no pasa nada. Es más, la lucha feminista te necesita, José Francisco. Sin ti y sin los hombres la lucha feminista estará condenada a permanecer en el idealismo de los megáfonos para siempre. Sin hombres no hay cambio, sin hombres no hay feminismo.
No existen suficientes referencias de hombres deconstruidos. Hay poco activismo al respecto. La solución pasa por los hombres, y el número de hombres heterosexuales presentes en el 8M es mínimo. Los que sí se declaran genuinamente feministas se exponen a ser juzgados como pagafantas o narcisistas, por querer apropiarse del movimiento. Por supuesto que hay farsantes, pero eso no exime al feminismo de una responsabilidad: hacer libres a todos los machos ibéricos. A Bertín Osborne el primero.

