Actualmente, 7 de cada 10 matrimonios acaban en divorcio. No obstante, un 70% de la población mantiene una relación romántica. ¿No queremos casarnos? ¿O es que no somos capaces de mantener relaciones duraderas?
El amor líquido es un término acuñado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman para describir la forma que tenemos de relacionarnos sin estructuras sólidas en la etapa de la posmodernidad. Así, el autor afirma que las relaciones hoy en día se caracterizan por la falta de esfuerzo, calidez y por una tendencia a ser cada vez más superficiales, etéreas y con menor compromiso.
Objeto de debate en el ámbito sociológico y cultural, el «amor líquido» trataría de explicar el por qué las parejas ya no duran para siempre ni se juran amor eterno como era más común hacer en épocas pasadas o en las películas. ¿Es por el amor líquido? ¿Puede que tenga que ver la emancipación de la mujer? ¿O es porque ya no nos creemos el mito del amor romántico y no aceptamos los malos tratos? Tal vez sea una mezcla de todo ello.
Por suerte, hemos avanzado como sociedad al entender que una mujer puede trabajar y valerse por sí misma sin necesidad de aprobación o mantenimiento por parte de un hombre. Asimismo, hemos aprendido que el amor no duele ni todo lo vale, que es importante poner límites y no aceptar malos tratos (que no son solo violencia física).
Sin embargo, hay también algo de cierto en que se ha perdido el esfuerzo y el sacrificio por amor. «Las parejas duran cada vez menos, las relaciones cada vez son más líquidas porque parece como si le exigiéramos cada vez más al amor a la par que somos, paradójicamente, más incapaces de esforzarnos por él cada día», escribe Ana Iris Simón en El País.
1. Individualismo, autonomía e independencia
¿Y si resultase que nadie nos importa tanto como para esforzarnos y sacrificarnos en hacerle feliz? ¿Y si vivimos con temor a enamorarnos, confiar y dar a otra persona para no resultar heridos nosotros mismos? ¿Realmente los jóvenes de hoy en día sabemos amar? ¿Qué es amar?
Así, las relaciones fuertes pueden verse como un peligro a la autonomía e independencia personal. Porque, queramos o no, una relación duradera implica ceder y sacrificar, aunque huyamos de ello.
«Trabaja en ti mismo para ser tu mejor versión», «sé el protagonista de tu vida», «amarse a uno mismo es lo más importante». No sé cuántas veces habré visto frases como estas en redes sociales. Y están bien, es esencial trabajar en uno mismo, en el autoconcepto, la autoestima y en conseguir la vida que quieres, pero, ¿dónde quedan los demás? Detrás de todo ello, hay un pensamiento que gira en torno al «ego», como centro de todo.
¿Se nos mandan mensajes enfocados en el bien querer? ¿Cuándo y cómo aprendemos a amar? ¿Somos menos solidarios con el prójimo porque estamos más centrados en nuestro propio bienestar y placer? Y no hablo solo de amor romántico.
2. Comparación y competición constante
Tenemos que ser los primeros. El número 1. La publicidad, los medios, la música, la presión social. O eres el mejor en algo o no eres nadie. Igual de ahí nace la obsesión por el propio éxito (y, por tanto, el odio y la envidia que existe en España cada vez que alguien triunfa). De ahí nace el individualismo extremo y la comparación constante. Una comparación que nos aleja del querer con el fin de conseguir querernos.
A pesar de la insistencia en ser el mejor, la comparación hace mella en las expectativas que ponemos, tanto a nosotros mismos como en general o con los demás, incluidas las relaciones de pareja. Las redes sociales han sido uno de los factores que más han impactado en ello.
Todo el mundo publica en Internet una vida mejor que la que verdaderamente tiene y todas las relaciones parecen perfectas en Instagram. La exposición continua a dichas representaciones idealizadas puede afectar negativamente no solo a la autoestima, que también, sino al sentimiento de insuficiencia de los demás al generar presión por cumplir unos estándares irreales e insaciables.

3. Capitalismo y sociedad de consumo
«¿Y si no es suficiente? ¿Y si me estoy perdiendo algo mejor?» La sociedad de consumo en la que estamos sumidos en la actualidad busca que no paremos de consumir. Siempre hay opciones y siempre se puede mejorar. «No es suficiente, necesitas esto y estarás mejor», vende cada día la publicidad. Un mensaje que cala en el pensamiento general.
Las relaciones hoy en día funcionan como la industria de comida rápida. Casi infinitas opciones, sin compromiso de fidelidad y/o exclusividad, fácil y en el instante que queremos como queremos. Por eso funcionan las aplicaciones de citas. Un catálogo de perfiles para elegir cuál parece cumplir las expectativas y si no sirve, pasar al siguiente.
Así, resulta muy sencillo y rápido encontrar pareja. Igual de sencillo y rápido que resulta luego dejarla y pasar a la siguiente. Porque para mantenerla hace falta esfuerzo, tiempo, ganas y paciencia, algo a lo que los niños del «aquí y ahora» cada vez estamos menos acostumbrados.
Todo el mundo quiere ser amado pero, ¿cuánto amor estás dispuesto a dar?
Pese a lo que pueda parecer, amar es un trabajo casi diario. Como una plantita que hay que regar cada día porque si no, se muere. Un trabajo, además, sin sueldo fijo a fin de mes, sin garantías y con algún que otro riesgo a correr.
Es un deseo global ser amado, que le tengan en cuenta, sentirse querido y especial, casi incluso una necesidad. Esta ansía de amor es la que puede llevar a tener múltiples relaciones basadas en la fugacidad y en la sensación de cariño momentáneo, sin llegar a ser nunca un amor real. Asimismo, la misma carencia puede conducir a mantener a la fuerza relaciones tóxicas en las que no se quiere bien pero vale más agarrarse a un clavo ardiendo con tal de no estar solos.
No es ninguno de estos casos el ejemplo de amor. El verdadero amor sano y duradero se nutre de aquellos que no temen enamorarse, de aquellos que saben poner límites y hacer autocrítica, de aquellos que dejan su gran ego a un lado para también preocuparse por alguien más, de aquellos que no ponen unas expectativas irreales sobre lo que debería ser su pareja o relación, de aquellos que dejan de mirar lo que hay fuera con el fin de valorar, admirar, mejorar y cuidar lo que ya tienen.

