Larga vida al placer culpable
Netflix nos dio un regalo navideño algo atrasado, Kitz. El 30 de diciembre se estrenaba esta serie alemana sobre venganza, traición, pasión y asesinatos a unos cuantos grados bajo cero.
Así es, año nuevo, ideas fijas. Al igual que es tradición comerse doce uvas al año, Netflix sigue la suya. En este caso es estrenar una serie sobre un grupo de jóvenes pijos y ricos, cuyas acciones van a tener una dura consecuencia: la venganza de alguien perteneciente al pueblo llano.
Por supuesto, eso es simplificar la trama. Cada personaje tiene su fondo, su historia, sus amigos, amoríos, etc. Todos tienen algo por lo que pagar, o le hace la vida imposible. Si estás en lo más alto, la caída es muy larga. De esta forma, tenemos solo en Netflix series como Élite, Blood and Water, Get Even, La reina del flow y una tanda más, en la que la opulencia se ve manchada por la oscura realidad. Todas iguales, pero diferentes. La misma fórmula, con distinto resultado. Aquí es donde entra Kitz, pues en este caso lo que la diferencia de las otras es… nada.
Kitz no aporta nada nuevo, no hay ningún elemento distinto o diferenciador. No hay cambio en la trama, en los personajes. Es todo un cúmulo de clichés repartidos en seis capítulos de cuarenta minutos. Conforme avanza puedes ir adelantándote a sus acontecimientos sin poder dejar esa sensación de déjà vu. Kitz es como la pasarela antes de entrar al avión regreso a casa. Ya has pasado por allí, conoces la sensación, todo te suena, sabes a dónde vas a llegar, pero, como todo viaje, algo es distinto: tú, y en el viaje que es Kitz, tienes qué saber lo que te espera.
La sorpresa de la temporada
Un año más, los ricos llegan al pueblo austriaco de Kitzbühel para pasar una Nochevieja bebiendo, esquiando y festejando. La diferencia es que este año hay una plebeya que los está esperando con ansias: Lisi (Sofia Eifertinger, WaPo Bodensee). Un año atrás su hermano murió en un accidente de tráfico, pero, al parecer, cuando hay pijos y ricos de por medio, todo accidente es causa de sus actos. Así, Lisi busca la venganza de la forma más clásica posible, manteniendo a sus enemigos aún más cerca.
Solamente la sinopsis te da todo para saber lo que va a ocurrir. Así, habrá dos tipos de personas que la vean: los que se mueren por echar un vistazo a la decadencia y el drama del 1%, y a los que les encanta ver esas cosas para luego criticar todo lo que está mal en ella. Pero, la verdad es que Kitz no es mala. Dentro del género es una grata sorpresa.
La sorpresa viene, no sólo por la característica calidad visual de Netflix que hace que una película de domingo por la tarde se vea atractiva por la luz y textura de los colores, sino por todo lo que la hace ella. Los actores hacen un gran trabajo. Junto a Sofie, nos encontramos con Blass Amada (Waldgericht, Toni, männlich, Hebamme), Valerie Huber (Head Full of Honey, A Summer in Mykonos), Zoran Pingel (Crazy Mama, Bonnie & Bonnie) y Ben Felipe en su papel debut como el nuevo grupo de jóvenes que van a dar a la audiencia el drama que el público necesita.
Una descendiente digna de su clase
Las tramas en las que se ven envueltas nos las conocemos de memoria. Se encuentran el hastío vital de ser tan rico que todas las puertas se te abren y no saben si es por tu personalidad o dinero; el problema de ser tan guapa que la gente te tenga envidia simplemente por existir; el saber cómo de falso son todos, pues son un reflejo de lo que eres y del círculo en el que te mueves, pero del que no puedes escapar, y así infinidad más. Un goce telenovelesco centrado en unos pocos capítulos.
No obstante, con un tono más serio que se puede perded entre la futilidad y el desenfado que pretende ser la producción, se tratan temas como la pérdida, la aceptación, exterior o de uno mismo, la autodestrucción, la importancia del cariño, del amor… En general, un cóctel dónde el melodrama deja vislumbrar una profundidad y realidad empañada por la frivolidad.
A pesar de esto, no vamos a engañarnos, la serie es lo que es. Una ficción que sigue la estela de muchas otras ya mencionadas que comenzó con la novela El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Traición y venganza a la clase alta. Un cuento clásico que ha sido adaptado en múltiples ocasiones y que nos da lo que queremos. Nuestro propio circo romano, pero sin una gota de sangre real, solo sangre falsa y mucho champán en guerras civiles sibilinas entre los más poderosos y aquellos a los que hunden. La armadura es Dior y el ataque un buen complot.
El placer más culpable
La revolución francesa anduvo para que estas ficciones pudiesen correr. Ya lo dijo María Antonieta, «que beban champán», o algo por el estilo. Podemos hacerlo, en el caso de Kitz durante menos de seis horas, y no de verdad, pero podremos conservar nuestra cabeza al final, no como la difunta reina. Es una ilusión, un placer culpable, pero quien este libre de culpa que tire el primer diamante.
Hay miles de opciones, pero Kitz es dinámica, entretenida, ligera y no para. Todo se condensa en un pequeño terreno de tiempo en el que el cóctel se convierte en molotov y acaba en explosión.
Antes, al igual que muchos personajes de la serie, he mentido. Sí hay algo diferente en Kitz. Solamente una cosa, un detalle. Un cambio que no sigue las reglas, pero que tendrás que ver para saber cuál es. Así que, si eres de alguno de los dos bandos, el que aprecia este tipo de series, o al que le encanta criticar, darle play y siéntete bienvenido a Kitzbühel, donde la nieve si tiñe de sangre.
