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Agustín Martínez: «Cuando las reglas dejan de aplicarse, el ser humano se transforma en un monstruo»

Agustín Martínez desvela el lado oscuro de la ambición y el pasado en El Esplendor, una thriller donde la violencia y la identidad se entrelazan en un laberinto psicológico

Cuando Agustín Martínez se sumerge en una historia, lo hace con la precisión de un relojero y la intensidad de un narrador que busca incomodar. En su más reciente novela, El Esplendor, nos enfrenta a una verdad brutal: «Intentar escapar del pasado es una ilusión. Siempre vuelve, implacable, para recordarnos quiénes somos». Y con esa premisa, nos adentramos en una historia de misterio, ambición y violencia.

La chispa inicial de El Esplendor: una imagen perturbadora y los cazadores de herencias

«Todo comenzó con una imagen poderosa: César llega a casa y encuentra a Rebeca en un estado de catatonia, inmóvil, presa de un horror inexplicable», nos cuenta Martínez con entusiasmo. Esta escena inicial, inquietante y llena de misterio, es el punto de partida de una historia que se despliega con una tensión creciente.

Otra fuente de inspiración fueron los «cazadores de herencias», personas que rastrean árboles genealógicos en busca de fortunas sin reclamar. «Me fascinaba la idea de reconstruir la vida de alguien a través de sus huellas, de su pasado oculto. Y además, me permitía alejarme de los thrillers convencionales para explorar nuevas formas de suspense», explica con una sonrisa.

Agustín Martínez
Agustín Martínez | Planeta © Javier Ocaña

Martínez menciona que también quería construir una historia con personajes que, como los Ícaros modernos, buscan llegar a lo más alto, sin medir las consecuencias de su ambición. «Siempre me ha interesado explorar qué sucede cuando las personas intentan borrar su pasado para reinventarse completamente, pero la verdad es que el pasado siempre encuentra la forma de regresar».

A diferencia de sus anteriores proyectos, El Esplendor se gestó sin la presión del tiempo, permitiendo que la historia madurara de manera orgánica. «Escribir con calma me ha permitido afinar cada detalle, dejar que el texto repose y volver a él con una mirada fresca», confiesa el autor. El resultado es un thriller de una precisión quirúrgica, donde cada pieza encaja con maestría. «Intentar escapar del pasado es una ilusión», sentencia Martínez. «El pasado siempre vuelve, y en El Esplendor, los personajes deberán enfrentarse a esa verdad implacable».

Martínez compara su proceso de escritura con el ensamblaje de un puzle oscuro. «Cada pista, cada giro, debía ser una pieza indispensable. No quería dejar cabos sueltos, sino construir una atmósfera absorbente y envolvente«. Para lograrlo, se sumergió en una profunda investigación sobre la psicología del trauma y la manipulación de la identidad.

La violencia y la transformación moral

Uno de los temas más sobrecogedores de la novela es la violencia, no solo en su manifestación física, sino en sus formas más insidiosas: aquellas que anidan en la conciencia y la descomponen desde dentro. Para Martínez, el verdadero horror no está en la sangre derramada, sino en la corrupción silenciosa del alma. «La peor violencia no es la que se inscribe en la piel, sino la que desfigura la identidad. La violencia moral, aquella que obliga a traicionar la propia esencia, es la más devastadora», reflexiona con gravedad. En El esplendor, los personajes no solo son testigos del daño, sino que se ven arrastrados a ejercerlo, empujados a cruzar umbrales de los que quizás no haya regreso.

Esta exploración del desmoronamiento ético y psicológico bebe de realidades donde el poder no encuentra resistencia. Martínez menciona el caso Epstein, una encarnación extrema de lo que sucede cuando un individuo alcanza un nivel en el que ya no existen frenos ni límites. «Cuando el miedo a las consecuencias desaparece, la moral se vuelve líquida. ¿Qué detiene a alguien que lo tiene todo de querer más, de transgredir cualquier frontera? En ese momento, el ser humano deja de serlo y se convierte en un monstruo».

El peso de la identidad y su posibilidad de reinvención también gravita en la novela, en sintonía con el fenómeno de los johatsu en Japón—hombres y mujeres que, incapaces de soportar el yugo de las expectativas sociales, se desvanecen sin dejar rastro, borrando su pasado para erigir una nueva existencia sobre sus cenizas. «Vivimos en un tiempo que impone el éxito como única narrativa válida. El fracaso no se contempla, y esa presión es insoportable para muchos. Me fascinaba explorar qué ocurre cuando alguien decide arrancarse el nombre, despojarse de su historia y empezar de nuevo», comenta. Sin embargo, la pregunta que late bajo la superficie es inevitable: ¿se puede realmente huir de uno mismo, o el pasado es un eco que siempre nos alcanza?

Más que una historia de redención o condena, El esplendor es una indagación en la fragilidad de los límites morales. Martínez construye personajes atrapados en un juego peligroso, sin certezas ni refugios. «La moral no es una línea fija, sino un terreno que se desplaza con el contexto y la necesidad. Cuando alguien habita un mundo sin consecuencias, ¿qué lo detiene? ¿Qué le impide devorarlo todo?». En ese abismo de incertidumbre se mueve la novela, explorando no solo lo que se pierde al cruzar la frontera de lo permisible, sino lo que queda de quienes se atreven a hacerlo.

Las islas del Canal de la Mancha: entre el horror y el paraíso

El escenario de la novela no es solo un telón de fondo, sino un protagonista en sí mismo. «Descubrí la historia de Alderney por accidente y me dejó sin palabras. Nadie hablaba de que los nazis establecieron campos de concentración en estas islas. Fue como encontrar una pieza clave de un rompecabezas olvidado», revela Martínez. Su sorpresa inicial se convirtió en una obsesión por desenterrar la memoria de un lugar silenciado, en el que la historia ha dejado cicatrices invisibles, pero imborrables.

Longis Beach
Longis Beach | Planeta © Javier Ocaña

En El esplendor, estos enclaves se convierten en un reflejo del poder sin restricciones. «Cuando alcanzas un nivel donde las reglas no aplican, el ser humano se transforma en un monstruo», advierte el autor. La novela explora este universo donde los límites morales se desdibujan y la ambición lo consume todo. El horror no solo se manifiesta en actos explícitos de violencia, sino también en la degradación ética de quienes creen que pueden operar sin consecuencias. «El caso de Epstein, por ejemplo, lo tenía muy presente: alguien que ya lo tiene todo y decide ir aún más allá, porque no hay nada ni nadie que lo frene. Ese esquema moral, donde el poder se alimenta a sí mismo sin control, me resulta aterrador».

Para Martínez, la atmósfera de las islas es un elemento clave. Esta evoca la inquietante sensualidad y el misterio ritualista de Eyes Wide Shut, donde el poder y el deseo se entrelazan en un juego peligroso sin reglas claras. Al mismo tiempo, su retrato de la depravación absoluta recuerda a Saló o los 120 días de Sodoma, con un universo donde la moral se ha disuelto y la crueldad se convierte en una moneda de cambio: «Quería que el lector sintiera el peso de la historia en cada rincón de Alderney, que experimentara esa sensación de opresión que transmiten las ruinas del pasado».

En sus visitas a la isla, sintió ese peso de manera casi tangible: “Hay lugares en los que el horror se queda impregnado. Alderney tiene esa vibración extraña, esa sensación de haber sido testigo de algo terrible”. No se trata solo de un escenario histórico, sino de una metáfora del aislamiento emocional. «Las islas representan el encierro en el que viven los personajes, atrapados en sus propias mentiras, en la imposibilidad de huir de quienes son en realidad», apunta el autor.

Los protagonistas, César y Rebeca, son impostores de sí mismos, dos almas en busca de una nueva vida, pero condenadas a cargar con su pasado. «La identidad no es fija, sino una construcción en función de lo que anhelamos. Pero cuando esa ambición es corrupta, la persona también se corrompe», reflexiona Martínez. Ambos parten de un pacto de silencio: no hablar del pasado, reinventarse desde cero. Pero pronto descubren que ignorar quiénes fueron es una ilusión. «Puedes tratar de enterrarlo, pero siempre resurgirá. Lo único que podemos hacer es enfrentarlo y aprender a vivir con él».

El concepto de identidad está presente en toda la novela, no solo en los protagonistas, sino también en el juego de poder que se desarrolla en la historia. Martínez explora la idea de que la moralidad no es estática, sino moldeable según el entorno. «Si vives en un mundo donde matar se premia con cinco días de vacaciones, como ocurrió en Alderney, la percepción del bien y el mal se distorsiona. La novela juega con esa frontera: ¿qué pasa cuando las reglas cambian y lo que antes era impensable se vuelve aceptable?».

Los personajes de El esplendor, aunque moralmente ambiguos, resultan fascinantes en su personalidad gris: «Quería que el lector sintiera empatía por ellos, a pesar de sus actos cuestionables. No hay buenos ni malos absolutos, solo personas intentando sobrevivir en un mundo sin reglas», explica. La novela no busca respuestas cerradas, sino plantear dilemas: ¿hasta dónde podemos llegar cuando se nos da el poder absoluto? ¿Es posible mantener la ética en un entorno corrupto?

Con una estructura que recuerda a Patricia Highsmith, la historia se despliega como una bola de nieve que crece y se vuelve cada vez más incontrolable. «Me gusta sorprender al lector, que empiece en un punto y no se imagine hasta dónde va a llegar la historia». La novela, como la identidad de sus personajes, es un rompecabezas que se revela poco a poco, desafiando las certezas y dejando una inquietante sensación de que, quizá, todos estamos más cerca de la frontera del abismo de lo que creemos.

¿Qué sigue para Agustín Martínez?

Tras su éxito con Carmen Mola y este sólido regreso en solitario, Martínez no se pone límites. «Disfruto cada proyecto de manera distinta: escribir series, colaborar en grupo, desarrollar novelas en solitario. No quiero encasillarme, prefiero seguir explorando», dice con entusiasmo.

El escritor ya tiene la mirada puesta en el horizonte. «Hay varias historias germinando, algunas aún en la penumbra de la intuición, otras más definidas. Sé que algunas seguirán ancladas en el thriller, pero otras me empujarán hacia territorios inesperados. Me gusta el desafío de construir algo que ni siquiera yo imaginaba que escribiría».

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